Cosas inútiles


Una representación abstracta de la teoría de las partículas entrelazadas


Tal vez se hayan dado cuenta, queridos lectores, de que en este blog tenemos la disposición, o, mejor, la pre-disposición a hablar de cosas inútiles. 

Debemos, por supuesto, entendernos. Llamamos cosas inútiles, las informaciones, los conceptos, las ideas, que no tienen una consecuencia inmediata en la realidad que nos pesa todos los días, 24 horas seguidas, todos los días del año, sobre los hombros. Es decir, que no compiten con la realidad concreta, la que está fraguada con datos como de si hay o no hay (estamos en Venezuela, 2015), leche en el supermercado de la esquina, la posibilidad de conseguir medicinas para un tío que tiene erisipela, o en cuanto va subir el salario mínimo. Cosas como el que millones de neutrinos nos atraviesan el cuerpo cada segundo, la existencia o no de la vida en Marte, o saber con alguna certeza que los dinosaurios se han convertido en las aves que cantan, no compiten, evidentemente, con cosas tan duras y apremiantes como la comida, las enfermedades o la economía doméstica.

 Preocuparnos por esas cosas (las inútiles) probablemente es indicio de algo que no funciona o de que funciona en contextos fragmentados y muy discutibles. Es una teoría que pesa… ¿Qué significa, por ejemplo, interesarse en la confirmación -noticia de esta semana- de que la hipótesis del experimento EPR (Eistein-Podolsky-Rosen) es verdadera? Esto es: que las partículas entrelazadas se comunican entre sí instantáneamente, es decir, a una velocidad superior a la velocidad de la luz (que es la máxima posible en el universo) cualquiera que sea la distancia entre las partículas, pocos centímetros o millones de años-luz. 

El experimento Eistein-Podolsky-Rosen, ahora confirmado, pone a temblar un infinito de certezas físicas: si todo se interconecta en una realidad material donde todos somos uno, la clásica afirmación budista-zen volvería a tener toda su vigencia. De la abstracción (inútil) se desprende el rayo (utilísimo) del conocimiento del ser.

Hace unos meses, publicamos en este blog, una foto extraordinaria: un selfie que nos tomamos desde las cercanías de Saturno. Sonrían, aquí estamos: un puntito, azul y tierno, la tierra, y otro puntito pálido, la luna, en un inmenso espacio negro. La cámara es la de una sonda espacial que viajaba desde hace años con otros propósitos pero que sirvió admirablemente para darnos una prueba más de nuestra infinita e indefensa pequeñez. La foto, es un ejemplar exquisito de las cosas inútiles de que estamos hablando. Es terrible: si se observa con detenimiento, más nunca podremos separar de nuestra vivencia la dimensión exacta de la historia de este planeta, de las dimensiones reales, es decir microscópicas, de nuestros dolores, de nuestra felicidad, de nuestras preocupaciones. El maestro Villanueva repetía: volvamos siempre a la escala 1 a 5000. Aquí podríamos decir, volvamos a la escala de 1 a 5000 millones. Viéndonos desde esa distancia, las proporciones de las cosas adquieren otras dimensiones y significados. Nuestra historia como pueblo, por ejemplo. Parece como si hubiese una idiosincrasia (un término peligroso, al borde del racismo, pero también indispensable) tan peculiar y distintiva. Una idiosincrasia que parece definirse por acometer tareas y plantearse metas absolutamente desproporcionadas con la disciplina cultural y los recursos anímicos disponibles. La guerra de Independencia, la liberación del imperio español, la unificación de América, pueden ser tomados como ejemplos de la distancia entre las ambiciones y la realidad. Entre lo que se aspira y lo que se puede realmente. El reto del socialismo del siglo XXI, en sus proporciones y alcances monumentales, con las implicaciones que tiene con relación a la historia de la sociedad humana, y la realidad de sus tropiezos y falencias sin resolver, es otro ejemplo. En otra escala muy diferente pero análoga, la Ciudad Universitaria de Caracas: las metas fijadas por Villanueva, extraordinarias, únicas en América. Y luego las enormes dificultades para completarla, mantenerla, cuidarla. ¿Quiénes somos? Es la eterna pregunta que atenaza al pensamiento y a la práctica social de quienes estamos condenados a crearnos, a construirnos. Desde las culturas milenarias de occidente y de oriente, resulta harto difícil entender el trance de nuestros pueblos, siempre en disputa con los dioses de la identidad. Pero así somos.

¿El selfie desde Saturno podría ayudarnos? 

También podemos imaginarnos, en el siglo XV o XVI, a los mercaderes de Venecia, a los curas calvinistas en Europa, a los Califas otomanos: les han dado una noticia. Cosas inútiles. Una tierra, un continente, ha aparecido completamente nuevo. América. Enredados en los acontecimientos cotidianos, mercaderes, curas y califas, siguen atentos al precio de la seda en los mercados y a las peleas con el Papa. Mientras tanto el mundo se transforma completamente. 

¿Podemos seguir sosteniendo la inutilidad de las cosas inútiles? 

A esta altura de este breve discurso, ya podemos afirmar que las cosas inútiles, o las que hemos preferido llamar inútiles, son realmente las más importantes de todas.

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