La estética líquida ya está aquí



Se ha debatido mucho y desde hace tiempo, si la arquitectura moderna es un nuevo estilo o es, como lo afirmaba el historiador Leonardo Benévolo “una nueva rama de un árbol antiguo”. Se insistía, desde la defensa de la intrínseca novedad de la arquitectura moderna, que no eran meramente los criterios estéticos, ligados al concepto formal de “estilo”, lo que debían caracterizar a esa nueva arquitectura, sino la inteligencia, la “astucia” de diseño, que buscaba encontrar respuestas, por otros medios, a las nuevas condiciones del mundo moderno. De tal manera que no se trataba de un “estilo moderno”, que venia a sustituir, como último legado, a la secuencia de estilos “clásicos”, románico, gótico, barroco, art-nouveau, etc., sino de una disciplina profesional diferente, en la cual la forma es un resultado de una metodología y no un dato a priori.

Pues bien, ahora demasiados datos e informaciones nos abren un panorama que es bien distinto. Desde China, campo de ensayo de las “stars” internacionales, hasta Francia, Estados Unidos, Japón y Australia, en todos los grandes centros metropolitanos de los países industrializados, un nuevo “estilo” formal, se ha difundido y generalizado enormemente. Los rasgos esenciales que lo caracterizan no corresponden a familias coherentes de formas, sino a una concepción de lo indispensable: ser espectaculares. Vale lo abigarrado, cualquier conjunto de formas o de geometrías espaciales y volumétricas, con tal de provocar asombro. Este es el elemento condicionante, como efecto exterior: lo insólito, lo increíble, lo inadmisible, lo insensato. En resumen, todo lo que, con sus dosis de arrogancia y desplante, pueda causar admiración espectacular. La forma, en sus meros valores estéticos, es el destino final. La forma, que es pura estética, es para el goce, la diversión, para la fiesta del escándalo. Para ello cualquier fantasía, cualquier imaginación desatada y desafinada, cualquier ficción personal, traducida en arquitectura, puede servir muy bien para el fin último: causar sorpresa y admiración embobada. Una arquitectura de la anti-arquitectura. El abandono de la racionalidad y del compromiso –cualquiera que sea su definición- no puede conducir sino a esta manera de diseñar cuya finalidad es amenizar el ocio urbano de las élites o el espacio de trabajo de las masas. 

Así se confirma que estamos en presencia de un nuevo estilo, el estilo que corresponde orgánicamente a esta sociedad contemporánea, la que de manera muy acertada ha sido definida como una sociedad “líquida” (Zygmunt Bauman)[1]Una sociedad incoherente, contradictoria, parcialmente desecha, sin criterios definidos y permanentes, que se mueve para atrás y para adelante como por movimientos involuntarios. 


Biblioteca en Tianjin China, arq. MRDV
Pero, y esto es esencial, es también una sociedad condenada, a causa de sus íntimos ingredientes, a ejercer los ritos del espectáculo, a ser, ella misma, siempre y sobre todo, espectacular. Ya lo habían anunciado, desde la lejanía, Mumford, y desde más cerca, George Steiner y Richard Sennet. Lo había definido con absoluta precisión Guy Debord[2]. Hasta el muy devaluado Vargas Llosa[3] lo ha repetido. Esta es la sociedad del espectáculo, en todos los sentidos. Marcada por la frivolidad escandalosa -en cierto modo hasta triste- del entretenimiento y la diversión como fin supremo. 


Para qué maravillarse de que también la arquitectura que se hace para las capas más ricas de la sociedad, sea también una arquitectura espectacular. Tal cual: para una sociedad líquida y del espectáculo, una arquitectura líquida y espectacular. Una arquitectura que se mira en el espejo de la sociedad y de esta traduce sus rasgos dominantes. Con ello estamos regresando al ritmo visual de una secuencia histórica que les permitirá, a los críticos e historiadores del siglo XXII, poder reconocer, con una mirada de conjunto, a lo que une entre sí, con fuertes elementos comunes, a estas arquitecturas disparatadas y convulsas del post modernismo. Ha ocurrido lo impensable. Un salto de gravedad histórica. Una estética arquitectónica que, con sus pretensiones frívolas, casi se pone en el mismo carril de la arquitectura rococó (y como ella cumple su función de adorno). 

Tal vez no nos habíamos dado cuenta. Pero aquí ya tenemos el nuevo “estilo”. ¿Qué dirían Benevolo y Zevi, Giedion, Banham y Tafuri? ¿Qué dice, hoy, Kenneth Frampton?


[1] Bauman lo resume muy bien: “La satisfacción de los deseos es la motivación de los esfuerzos que se hacen en la vida… es la suprema finalidad de la vida”. Liquid Modernity, Polity Press, 2000, Cambridge, Pág.158.

[2] Guy Debord, La sociedad del espectáculo, 1967 

[3] Vargas Llosa, La civilización del espectáculo, 2012











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