Las razones

Cuando ocurren cosas importantes y complejas, cuando se producen esos acontecimientos que luego llegarán a llamarse “históricos”, conviene usar la metodología que nos dejó el maestro Villanueva: regresar a la escala 1/5000. Para que lo inmediato, el 1 a 1 no se imponga sobre la comprensión del conjunto, es útil tratar de ver las cosas desde cierta distancia -tampoco demasiada- pero con la perspectiva que deriva del esfuerzo de sintetizar, despejando la hojarasca y enfocando lo esencial.

Los cambios trascendentales que han ocurrido, y los que, presumiblemente, seguirán ocurriendo en el terreno político de la Venezuela de este fin de año 2015, obligan a una reflexión de largo alcance. ¿Cuáles son los mecanismos socio-psico-económicos que nos impulsan a comportarnos, como sociedad, tal como nos comportamos? 

Con el ánimo de sintetizar, a riesgo de excedernos pero con el incentivo de estimular el debate, unos rasgos excepcionales se distinguen claramente en el recorrido histórico del país. En un supuesto gráfico que recogiera, en subidas y bajadas, aciertos, traumas y peripecias de la vida social venezolana, se destacaría, a primera vista, la originalidad de una repetición: somos capaces de estallidos improvisos, de repentinas iluminaciones espectaculares, de descubrimientos fenomenales. Somos capaces de proponer faenas y tareas históricas trascendentales, sin parangón, a veces, con lo que es común en la atmósfera histórica circundante. Hemos citados, otras veces, algunos ejemplos: el llamado de Simón Bolívar a la independencia del imperio español y a la idea formidable de la unidad continental, la convocatoria de Simón Rodríguez a la racionalidad iluminada, el reclamo de Guzmán Blanco a acudir a la modernidad, el mandato de Pérez Jiménez a proyectar un nuevo país, y más recientemente, el atrevido emplazamiento de Hugo Chávez a redescubrir el socialismo. Seguramente se podrían enumerar, en un serio ejercicio de análisis histórico -al cual sería oportuno convocar a los estudiosos- otros numerosos casos análogos de improvisas ondas explosivas, en muchos otros campos distintos del específico político -en la cultura, en las artes plásticas, en la música, hasta en la arquitectura- que confirman la tendencia a estas eclosiones únicas de ideas, de propuestas, de iniciativas, todas signadas por su capacidad de ser extraordinarias y excepcionales, en sus intenciones, en su generosidad, en su amplitud universalista.

A estos rasgos iluminados, súbitos e intermitentes, se unen otras características de comportamiento, igualmente repetitivas, pero que, por el contrario, terminan anulando, erosionando, lo que de bueno y progresivo implican esas ideas y esas iniciativas. A cada uno de los episodios sociales citados le ha seguido un proceso de deterioro, de complicaciones en su desarrollo, de negación de conciencia, de incapacidad de mantenimiento en los objetivos y en la práctica diaria. Hasta su fracaso, decadencia y desmoronamiento. La historia de este país está marcada por la repetición de estos fulgores y de estas sucesivas incoherencias.

Habría que preguntarse- una vez que estemos de acuerdo acerca de la realidad de esta extraordinaria originalidad venezolana que implica proceder a saltos, de la utopía a la rutina, del avance que significan los grandes propósitos al retroceso del dominio de las miserias humanas- por las razones que nos llevan, casi irremediablemente, a ser incapaces de construir con razonable inteligencia y continuidad, sobre los cimientos positivos que nos anteceden. A repetir, en lugar de atrevernos a seguir adelante con suficiente raciocinio, los fracasos del abandono de los principios, el volver a caer, una y otra vez, en las redes infinitas de la corrupción y de la estúpida ineficiencia que todo lo deshacen y lo pudren. Y, ojo, no se trata de conformarse, como respuesta, con una colección de lugares comunes, como el que cada acción produce una reacción, el que los propósitos humanos tienen siempre dos caras, una positiva y otra negativa, o el que los cambios sociales son así, nacen y mueren, o se transforman y dan lugar a otra cosa. No. Se puede sostener que la forma de proceder de la sociedad y de la cultura del pueblo venezolano, tiene sus propias características específicas, las que se ha intentado resumir en sus rasgos únicos y esenciales. Se puede colegir del análisis, que hay rasgos reiterados detectables. 

Escala 1/5000. Desde un poco más arriba y desde algo de distancia. Los rasgos repetitivos se descubren fácilmente.

Somos capaces, como pueblo, de avanzar propuestas extraordinarias, de comenzar empresas gigantescas. Pero luego los logros se nos pudren entre las manos. 

¿Cuales son las razones?



Leyendo el estupendo libro de Henning Mankell, Arenas Movedizas, hay una referencia a los templos de Hagar Qim. Si uno busca en Wikipedia más información, encontrará imágenes de esas magníficas construcciones maltesas de hace cinco o seis mil años, anteriores a las pirámides de Keops. Pero también se hallarán con esta imagen de una pequeña escultura de piedra: una mujer obesa, pero de una obesidad graciosa y leve que compite suavemente con las obesas de Fernando Botero. Hay una gran diferencia entre la ironía del colombiano y la ternura del desconocido escultor mediterráneo. A primera vista es fuerte el parecido con las otras Venus del neolítico. Pero, los detalles convocan a otras ideas: las rodillas están dobladas y los pies se corren lateralmente con una ingenua postura de niña buena. Las manos, recogidas en el claustro materno. Falta la cabeza. Cabe imaginarla. Pero más fascinante es imaginar al escultor, a sus intenciones, a su mirada satisfecha, con la pieza en sus manos. ¡Qué “razones” habrá tenido, qué de misteriosa pero humanísimas cordura en sus tallas! Simplemente por esto, por “las razones”, es que pusimos, esta vez, esta foto.

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