Arquitectura, espectáculo de las archistars

Caricatura, Zaha Hadid. Autor: JPP.

por Juan Pedro Posani

Los hombres bajaron de los árboles, salieron de las cuevas, necesitaron protegerse del calor, de las lluvias y de los animales, y emprendieron la larga marcha de la construcción del espacio. Pero al comienzo la “arquitectura” no existió. Se construía como un fenómeno natural, común, sin propiedades específicas. Todo el mundo podía y sabía hacerlo. Poco a poco, sin embargo, la especialización se estratificó: los constructores, los albañiles, los maestros de obras, los alarifes, etc. Y luego, los arquitectos.

En la larga marcha de la construcción del espacio los arquitectos adquirieron cada vez más peso e importancia. Se hicieron universales, indispensables, con sus conocimientos prácticos y teóricos y con su experiencia. A partir de una cierta fecha, en occidente sobre todo, el arquitecto asumió individualidad de artista. Nombre y apellido, recorrido personal, gustos y preferencias, llegó la fama y sus atribuciones, proyecciones, condicionamientos y riesgos.

La historia de la arquitectura, antes un manual resumido de tipologías, se convirtió en una historia de nombres y de talentos individuales. La historia de la arquitectura, en la academia, en las casas editoras, es ahora historia de los arquitectos. La gente, la más pobre, especialmente en los países ex-colonias, por supuesto sigue construyendo como puede o como sabe, sin recurrir a la casta de los arquitectos profesionales. Pero eso que la gente construye no es “arquitectura”. Son ranchos, favelas, marginalidad, etc.

En la cima del desarrollo, los arquitectos son cada vez más famosos, cuando lo son, con o sin razón. Es verdad que en 1964, Bernard Rudofsky con su muestra y libro “Arquitectura sin arquitectos”, reclamó para el talento “natural”, todo el valor de una sabiduría de milenios. Pero en la debacle posmoderna, ha venido cobrando cada vez más espacio y relieve, hasta situaciones inusitadas, sin parangón en la historia, el perfil enteramente personalizado del arquitecto como autor aislado, como ente superior, como “prima donna” en el teatro internacional de la cultura arquitectónica. Una condición inflada hasta límites caricaturescos. Ha nacido el “archistar”. El tratamiento que la publicidad y la información (viene a ser lo mismo, demasiado a menudo) le están dando al arquitecto “famoso” no tiene nada que envidiarle al que le toca a las grandes, rutilantes estrellas del cine o de la música rock. Un ejemplo que viene como anillo al dedo es el ciclo que la conocidísima revista ABITARE le está dedicando al tema.

Portada Revista ABITARE, Noviembre 2010.

Con el título “Being Piano, Foster, Zaha Hadid”, u otros, cada uno de los “grandes” es exhibido con un número completo en el cual no sólo se presentan las obras excepcionales que se deben a su talento, sino que se les sigue, con admiración genuflexa y con un dejo de cinismo, hasta en sus más mínimos detalles, su historia-histeria personal, sus ambiciones y preferencias, su vestimenta preferida, sus tics y manías, su manera de viajar, hablar, decir, mirar. Nunca antes se había llegado a una tal descripción-endiosamiento de un arquitecto. Una atmósfera espesa, difícil de respirar, de futilidad y frivolidad, circunda al personaje y tiñe el valor específico de su obra. ¡Qué distancia de aquellos tiempos de la arquitectura moderna, cuando lo importante eran las obras y su instrumentalidad para superar las condiciones precarias de habitar en la tierra! Ahora, para los medios de los países industrializados, lo esencial, lo importante y determinante, es el valor de la arquitectura y de sus pequeños dioses, los arquitectos famosos, para el ejercicio del espectáculo.

Cuando en el futuro, se escriba la historia de la arquitectura de los siglos XX y XXI, este salto antropológico será sin duda un capítulo excepcional.

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