El Mausoleo, esto es: Seamos serios

por Juan Pedro Posani


Toda obra que se realiza en este período revolucionario es de inmediato sometida a escrutinio. Es normal. La labor crítica, de especialistas, médicos, arquitectos, ingenieros, economistas, etc., así como de cualquier ciudadano con ganas de decir la suya acerca de cómo se va construyendo el país, su país, y con todo el derecho a hacerlo, es indispensable. Difícil pensar en un mundo nuevo, justo y libre, sin la participación aguda, pertinente, informada, del análisis crítico universal. En síntesis, repitiéndolo por enésima vez, el escrutinio que obedece a un espíritu crítico realmente serio y constructivo, debe ser siempre bienvenido.


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(1) Mausoleo del Libertador. Anexo al Panteón Nacional. Parroquia Altagracia, Municipio Libertador. Caracas.

Pero hay condiciones. Que responden a situaciones diferenciadas. No es lo mismo analizar el presupuesto nacional, el trazado de las nuevas autopistas, la asignación de recursos para las pensiones o el diseño de un edificio público. Y es con esto último que queremos insistir. La crítica de una obra de arquitectura.

Todo el mundo tiene el derecho de expresar su parecer personal– me gusta, no me gusta- acerca de cualquier cosa, un vestido, una película, un cuadro y también, faltaba más, un edificio. Pero la cosa se queda en eso: “me gusta, no me gusta”. Queda claro, desde hace siglos, que ello no es un análisis crítico, es simplemente la expresión individual de un sentimiento, de una emoción, de, precisamente, un gusto, enmarcados de manera inevitable en un conjunto muy complejo de relaciones culturales.

Otra cosa es la crítica, especialmente cuando es pública y ejercida desde posiciones de poder cultural, como son las que distinguen a una institución o a una personalidad reconocida por su trayectoria o que está en capacidad de formar opinión. Es por ello que nos parece oportuno tratar de aclarar algunos puntos que inciden expresamente en lo que se refiere a la crítica arquitectónica.

El MUSARQ ha estado sometido recientemente a una andanada de opiniones, sin que en algún momento se tratara de una verdadera tentativa pública de establecer una mesa de discusión con las armas de la crítica arquitectónica. Ésta implica, como decíamos, unas reglas, unas normas, sin las cuales simplemente estamos expresando opiniones del calibre “me gusta-no me gusta”.

La primera. Para decir algo coherente y serio acerca de una obra hay que estar previamente enterados del contexto, de crónica y de historia, en la cual esa obra está o ha estado enmarcada. Ese contexto no es tan sólo el físico, donde está ubicada, sino que abarca todo el proceso administrativo, normativo, cultural que la ha animado, orientado o, inclusive, obstaculizado. Eso vale tanto para una catedral gótica del siglo XII, como para un hospital del año 2011.

La segunda. Para decir algo coherente y serio acerca de una obra previamente hay que tratar de conocerla, apelando a todas las formas de contacto conocidas: fotos, planos, descripciones, videos, especificaciones, visitas personales. La realidad de una obra construida es compleja. Su relaciones funcionales, la manera como responde a sus implicaciones programáticas, su vida práctica, sus espacios, volúmenes, colores, detalles, sus características estructurales, la variedad de sus materiales empleados, las modulaciones de la luz y la sombra en el día y en el año, hasta sus olores y vibraciones acústicas, tienen un peso extraordinario cuya valoración no puede ser sino personal. Ello no quiere decir que sin todos estos elementos de información y de experiencia sensorial no se puedan tener y emitir opiniones y juicios. Se puede, pero con las precauciones y la sensatez correspondientes. Bien lejos, pues, del me “me gusta-no me gusta” o del “se parece a…”

La tercera. Para decir algo coherente y serio acerca de una obra es indispensable que ella haya alcanzado un grado de terminación razonable. Esto es, que la obra posea ya por lo menos todos los elementos formales y funcionales con los cuales ha sido concebida. Dictaminar juicios como se ha hecho con el MUSARQ y como ahora se está comenzando a hacer con el MAUSOLEO de BOLÍVAR, sin que estén concluidos y sin conocerlos ni haberlos estudiado responsablemente, es simplemente un atrevimiento que está justificado tan sólo por la insolencia y la osadía que tanto adornan a muchos de nuestros compatriotas. Ya tendremos oportunidad de analizar ambos edificios y de organizar una discusión formal acerca de sus condiciones arquitectónicas, formales y simbólicas. Pero eso sí, en el terreno del conocimiento y de la verdad.

Conclusión: Seamos serios, esto es, seamos más maduros. Informarse previa y exhaustivamente, juzgar obras terminadas y regirse por criterios que respondan a objetividad y no a opiniones arbitrarias o a enfrentamientos de baja política. Se entiende que en nuestro clima político los lentes con que se ve la realidad la tiñan también de diferentes colores. Sería utópico aspirar a un sosiego y a una imparcialidad abstractas. Cabe preguntarse sin embargo si no será posible y terapéutico, a estas alturas de nuestra vida republicana, que por lo menos cuando hablemos de arquitectura y de obras de la ciudad, seamos capaces de prescindir de esos hábitos enfermizos, lamentablemente tan abundantes en nuestro medio desesperado de necedades, prejuicios y de odios mezquinos, tan dispuesto a los comunicados hipócritas y a las declaraciones extemporáneas, y nos restituyamos a la racionalidad de una vida cultural más serena y saludable, más constructiva y más digna de una relación civilizada que en definitiva es el objetivo que se pretende con los cambios radicales en los cuales estamos comprometidos. Y que utilicemos los instrumentos de análisis que la disciplina profesional, su historia y su extraordinaria especificidad nos han entregado.

Los lectores sabrán muy bien a quien y a quienes va dirigido este mensaje.


Fecha: 04-04-2013 - 12:20 p.m.

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