¿Pero sirve de algo, si ya no escuchan?

Museo Nacional de Arquitectura. Avenida Bolívar, Caracas. 2012.

por Juan Pedro Posani

Se vuelven a repetir las observaciones, las críticas mal intencionadas, las censuras, los reproches, las acusaciones. Hasta los insultos son los mismos. Sin ningún ánimo de seguirles el juego, pero con alguna (remota) esperanza de que entre los recriminadores y regañones, tal vez haya también algunos que al tener suficiente información, se atrevan a pensar con capacidad de duda y serenidad, también nosotros, tercamente, volvemos a repetir lo ya dicho tantas veces.

El Musarq: el edificio que actualmente se está terminando de construir en la Ave. Bolívar de Caracas, es una remodelación para uso museal de un proyecto destinado a una gran tienda de arte. El mismo arquitecto de esta última, funcionario del Ministerio de la Cultura, Dirección de Edificaciones Culturales, encargado para ello por el Ministro correspondiente, ha continuado la obra hasta su próxima culminación. Esto explica suficientemente su origen y desarrollo.

El país, la profesión, debería estar feliz de tener por fin, dentro de muy poco, un museo de arquitectura, ese museo que desde hace décadas se reclamaba como necesario.

Y el Musarq pretende ser no sólo un museo de colecciones, sino y sobre todo un lugar de confrontación de ideas y de propuestas, en el sentido más actual de participación democrática. Pero como mínimo es necesario que se inaugure y se compruebe en la práctica si lo anterior es verdad. A pesar de todos los aires enrarecidos por las polémicas políticas, esperamos que haya todavía suficiente público especializado que esté dispuesto al diálogo y que la ceguera de que hablaba Saramago no lo haya afectado completamente. Del otro público, el de los ciudadanos de a pie de ellos sí estamos plenamente seguros de su asistencia diaria y semanal. 

Estamos absolutamente convencidos que no hay en toda América Latina un laboratorio tan radical y masivo, y por lo tanto tan democrático y humanista, como el que se pretende realizar con la Gran Misión Vivienda Venezuela. Sostener lo contrario es, nuevamente, un fenómeno de ceguera, en este caso totalmente voluntario. Por lo tanto el enviar a la Bienal de Venecia el testimonio vivo y actual de una mujer que relata cómo un instrumento arquitectónico, su nueva vivienda, ha cambiado su vida, es un ejercicio de información y de energía optimista que se lo debemos al mundo occidental, decadente, convulsionado y amargado. Que se sepa en ese mundo, que en América Latina hay un país que se atreve a replantear el problema de la vivienda popular, nada menos que desde la óptica más legítima y auténtica del antiguo proyecto de la modernidad, ahora, si cabe, con aún un mayor realismo.

Ciudad Socializante VS Ciudad Alienante. Pabellón venezolano en la 13ª Bienal de Venecia. Italia. 2012.

Pero, además, hay que advertir que ese testimonio es sólo una parte de la exposición que se está inaugurando en estos días. En la otra, de mayor dimensión, por cierto, Doménico Silvestro envuelve al público en el sueño poético, vigoroso y desbordante, de otra ciudad, donde los hombres puedan ser más hermanos y libres, en un abrazo colmado de admiración y simpatía por la naturaleza de nuestro trópico.

Curiosamente de ello no se ha hablado. Ese silencio es sintomático porque indica que se habla-demasiado-sin saber nada, o se censura según lo disponen desde arriba.

Finalmente quisiéramos recordar, si allá vamos, que los verdaderos cínicos son quienes han trocado los principios de civilización y de respeto, defendidos en algún momento de su pequeña historia, por las pretensiones actuales de ser representantes de una moralina inquisidora, demostración más de amargura y resentimiento que de deseos de justicia. Lo lamentamos.

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