Para dialogar, como para bailar tango, hacen falta dos

(1) Pabellón de Venezuela en Venecia. XIII Bienal de Arquitectura. Italia. 2012.

Pasado el stress de las elecciones, asentada ya la polvareda en el campo político, a la luz de los resultados urge la tarea de encontrar fórmulas comunes que permitan mejorar el enorme trabajo que en estos años ya se ha comenzado y que hay que continuar con éxito hasta su conclusión. Crítica, autocrítica, diálogo: palabras imprescindibles que aluden a conceptos, a disciplinas políticas, a prácticas de comportamiento social, que se imponen como instrumentos para seguir construyendo el país. Y si hablamos de diálogo, pieza clave del necesario procedimiento colectivo que parte del reconocimiento de las fortalezas y las realidades cuantitativas de los actores políticos, hay que hacer énfasis en que la actitud dialógica implica, por lo menos, como mínimo, un serio esfuerzo, de parte y parte, para comprender las razones del otro. Ello significa, por lo tanto, seriedad apreciativa, análisis en términos reales, reducción al mínimo de los mitos y de las fantasías artificiales, sinceridad en acercarse al contrincante, capacidad para apartar las emociones irracionales y para colocar la discusión sobre bases objetivas.

Ahora bien, para pasar del chisme y de la agresión, al análisis y a la reflexión, es indispensable desprenderse de la capa de mitologías que han acompañado a las luchas políticas de los últimos años y que han sido el resultado de un manejo clasista y hasta racista por parte de una buena porción de los medios de comunicación de un sector dominante de la llamada oposición. Con sus distorsiones y deformaciones, con sus silencios, con sus permanentes desviaciones, han logrado construir y fortalecer hasta niveles increíbles una ceguera pública que impide, que ha impedido hasta ahora, comprender la realidad y establecer puentes de comunicación. La naturaleza de estos puentes, necesarios y urgentes, no sugiere el abandono de posiciones firmes, ni la conciliación sobre aspectos que son, por las leyes de la vida social, irreconciliables. No, lo que implica es, por encima de todo, tolerancia, capacidad para escuchar, para estudiar cómo se articulan las razones del otro, como éstas se ubican en la dinámica de la estructura de clases y cómo pueden hallar salida dentro del proyecto de país que ha sido ratificado definitivamente en las recientes elecciones. Se trata de un trabajo en doble vía, de parte y parte, ir y volver, muy realista y pragmático, sin ingenuidad ni con excesos de susceptibilidad, pero perfectamente conciente de la importancia de lo que está en juego.

(2) Pabellón de Venezuela en Venecia. XIII Bienal de Arquitectura. Italia. 2012.

El diálogo exige una relación abierta entre dos maneras de ver las cosas. Y una condición sine qua non, para que ella funcione es conocimiento objetivo de la realidad. En la época de la dictadura del General Pérez Jiménez, la fábrica de fósforos de entonces ponía en circulación unas cajetillas que llevaban como lema “antes de opinar, infórmate”. Excelente recomendación. ¡Qué cuanta falta hace todavía en nuestras tristes discusiones o pequeñas polémicas públicas que se entretejen detrás de los grandes problemas a los cuales deberíamos dedicarnos! Especialmente en los trabajos periodísticos de “opinión”, se afirman falsedades, se critica sin noción de lo que se está criticando, sin la menor preocupación por establecer la verdad, con la mayor indiferencia hacia la realidad objetiva. Lo que verdaderamente importa es la agresión, es la diatriba inculta, es el desahogo de odios que parecen incontrolables, es el rechazo a priori.

A esas personas que hablan y escriben, amigos de otros tiempos, o colegas respetados, o compañeros de labores durante años, cuyas obras hemos celebrado y defendido, la conciencia de clase les impide ver, les obscurece la visión y la comprensión. Ciegos y desesperados, están enmarcados en un fenómeno que merece un estudio psicológico o inclusive psiquiátrico. Pierden todo interés en captar el sentido y las proporciones de la realidad, porque se aterrorizan por la posibilidad de descubrir la falsedad de la imagen que creen ver, de encontrarse con que están defendiendo mentiras y atacando fantasmas. Aislados y cercados en sus pequeñas ciudadelas ideológicas, asustados por un mundo que desconocen o no reconocen, un mundo que ha cambiado y que les obliga a corregir parámetros e identificar otras prioridades, se horrorizan frente a esta gigantesca explosión de deseos de justicia y de igualdad sobre la tierra.

No son éstos sus intereses, en el fondo nunca lo han sido a pesar de las innumerables declaraciones apelando a la democracia y a los derechos humanos. Se escandalizan frente a los arrebatos de mal gusto que descubren en la marea proletaria y plebeya que ellos suponen amenaza a su venezuelan way of life. Desde la altura de una tradición de élite desdeñosa, ponen el grito en el cielo: “¡Es un asco cultural!” Sus adversarios, desde el sumidero de sus reclamaciones, no se expresan sino con “todos los lugares comunes de la imbecilidad icónica, patrioteramente enfermiza, llena de los más degradantes tópicos del culto a la personalidad y la más barata propaganda politiquera.” Ignoran cosas, no investigan, creen a pies juntillas en cuanto chisme les transmiten sus consocios de ideología y de clase, y son capaces hasta -por ejemplo- de calificar de “criminal” el montaje de la exposición en el Pabellón de Venezuela en la Bienal de Venecia. Un montaje que según sus palabras se “adueñó” de lo “que quedó” de ese espacio con la intención de desmantelarlo, destartalarlo, maltratarlo, deformarlo y finalmente acabar con su existencia. Como se ve, entre artistas que producen esculturas que parecen “alcachofas”, y arquitectos perversos que pretenden demoler, cuales emisarios del mal, la joya de Carlo Scarpa en Venecia, no queda absolución posible para los pecados cometidos por los ignorantes que están en el poder.

(3) Pabellón de Venezuela en Venecia. XIII Bienal de Arquitectura. Italia. 2012.

Hablemos claro, en estos términos y con estos señores de la arrogancia y del descaro, ¿será posible tender puentes y consolidar diálogos? 

Pues sí. Es necesario insistir e insistir. Es preciso invitarlos, por ejemplo, a visitar la exposición “La Vivienda, Hoy y Mañana”, en el MUSARQ. Vayan, vean, analicen. Sálganse de sus refugios metropolitanos o universitarios, atrévanse a tomar el metro. Entérense de la realidad de lo que objetivamente se está haciendo en el país. Tendrán entonces la oportunidad de criticar y de aportar ideas, de participar en una necesaria operación colectiva de señalar errores, de reconocer logros positivos y de sugerir nuevas ideas. Podrán enterarse si de verdad hay carencias de proyectos, de servicios, de planificación, de conceptos arquitectónicos y urbanísticos y hasta de previsiones antisísmicas. Vean con lupa, midan resultados, comparen soluciones. Es cierto, hay cosas muy buenas, otras menos buenas y otras mediocres. Opinen entonces sobre bases firmes. Pero dejen el desprecio automático. No sean perritos de Pavlov. Libérense de la capa de terror, nadie se los va a comer. Entren en contacto con la otra Venezuela, y si en fondo de sus corazones hay todavía amor por este país, puede que se les ocurra, en lugar del ejercicio de las ironías y de los adjetivos descalificadores, que hay, no un camino, sino un gran espacio para mejorar la vida de los ciudadanos mediante un gigantesco programa de trabajos. A pesar de las diferencias, juntos, los hombres y mujeres de buena voluntad, todavía podemos disponernos a construir bien este país milagroso. 

(4) Exposición "La Vivienda Hoy y Mañana". Sede Museo Nacional de Arquitectura. 2012.

Puede ser que sea una utopía y que nos estrellemos contra la estupidez y la barrera de las miserias humanas. Pero valdrá la pena hacer la prueba.

(5) Exposición "La Vivienda Hoy y Mañana". Sede Museo Nacional de Arquitectura. 2012.


Nota: todo lo que está en cursiva ha aparecido tal cual en la prensa nacional.

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