5000 viviendas para 5000 familias (indígenas)

Churuata Piaroa


La historia de las viviendas para los indígenas, que los criollos hemos pensado como las más convenientes para ellos, es una historia dolorosa, una combinación contradictoria de arrogancia ignorante y de buenas intenciones generosas. Y la propuesta que se acaba de hacer, desde la más alta dirigencia del país, de construir con la mayor urgencia 5000 viviendas para 5000 familias de las diferentes etnias venezolanas, abre otra vez la herida.

Esa historia es una historia de errores, en su mayor parte, graves.

La vivienda indígena tradicional es una realidad de una gran complejidad, en la cual se entretejen soluciones altamente funcionales e inteligentes en el uso de los recursos naturales en íntima relación con las condiciones del entorno, con la mitología y las costumbres, con la estructura social que las diferentes poblaciones han desarrollado durante siglos.

Nuestra modernidad criolla, contrahecha y defectuosa, torpe e insensible, ha tratado de responder a la necesidad de encontrar un punto de contacto y de transición, una zona de roce aceptable, entre nuestra manera de ser y de querer ser, con el mundo indígena que en su coherencia atiende a criterios y razones culturales extremadamente diferentes de las nuestras. Construir una vivienda es como armar una jaula. Con ella se pueden enaltecer y afinar las cualidades del habitar o, por lo contrario, constreñirlas y mediocrizarlas. En todo caso, la vivienda es un instrumento de vida social. Contribuye al refinamiento existencial o lo obstaculiza y frena.

En el debate de las relaciones con la diferencia y la identidad, el problema de qué viviendas, y cómo, hay que construir para los indígenas, es donde se da la máxima expresión de los conflictos, marcados por la incomprensión y la presunción, que desde hace siglos surgen en el proceso de contactos y superposición entre la modernidad occidental y las culturas ancestrales indígenas.

Como consecuencia de ese encuentro, la experiencia histórica universal es la de una serie macabra de errores, abusos y malas interpretaciones, que han dejado en Asia, África, Oceanía, en Australia y en Estados Unidos, una larga huella de desatinos morales y de vejámenes físicos. En Venezuela, lamentablemente, el cuento no ha sido distinto.

Ojalá que esta decisión de emprender la construcción de 5000 viviendas para 5000 familias indígenas, no siga reproduciendo los mismos patrones de lo que desde hace años, ha evidenciado nuestra falta de tacto y de cultura en las relaciones con una realidad humana sofisticada, aparentemente sólida pero a la vez extremadamente frágil -la de nuestras etnias todas diferentes- expuesta al avasallamiento de las urgencias políticas y de la avidez de los contratos que combinado con los problemas dramáticos de las distancias, los transportes y las condiciones de la naturaleza, hace tremendamente difícil hallar soluciones dignas y respetuosas.

Viviendas indígenas en el estado Apure

Los errores nacen probablemente desde el mismísimo criterio de que hay que construir para ellos. Cuando lo más seguro es que son ellos, desde su cultura y su experiencia, los que mejor pueden interpretar cómo resolver el choque entre los elementos condicionantes de la tradición y los de un “movimiento hacia adelante” impuesto por las violentas relaciones con el mundo moderno. 


En entender todo ello es que se centra el delicadísimo reto político de acercarnos al problema de la vivienda indígena. Lo más horrendo que puede ocurrir es que sigamos repitiendo los mismos errores multiplicados, esta vez, por el apremio programático y las dimensiones cuantitativas.

Insistimos: de cómo se plantee el diseño de las soluciones de la vivienda para cada una de las etnias venezolanas, es donde, de manera perentoria, se va a manifestar si somos capaces o no, de proyectar en los hechos concretos el sentido y la calidad humana de la revolución. Nada menos y nada más.  

  

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