La próxima catástrofe es la climática

Naomi Klein
Su aspecto es de una catira dulce y suave de clase media norteamericana. A primera vista, típica “wasp”1. Difícilmente de la sonrisa de su cara juvenil se deduciría la larga serie de duras batallas culturales en las cuales se ha empeñado. Naomi Klein, conocida sobre todo por su libro “La doctrina del shock, el auge del capitalismo del desastre, (The shock doctrine”, 2007), en el cual expone sin medias tintas el comportamiento perverso e hipócrita de las transnacionales, acaba de publicar otro libro, una suerte de documento-manifiesto, donde muestra, casi a gritos desesperados, los enormes peligros que nos amenazan en la medida en que el cambio climático producido por el hombre, avanza sin piedad. Desde el mismo título del libro, “This changes everything, capitalism vs the climate”2 nos pone frente a su tesis central: el capitalismo está en guerra contra el planeta. El capital internacional es el responsable de atentar contra la vida. Sorprendente postura dentro de la atmósfera política norteamericana. (Es verdad que Naomi es canadiense, pero es bien difícil diferenciar la versión política canadiense de la gringa. Las dos, a cual más reaccionaria, constituyen una sola unidad.) Pero también es verdad que la cultura norteamericana también ha producido, aisladamente, pensadores liberales o de izquierda, de gran relieve. Son contradicciones de la vida social, que nunca debe pintarse únicamente en blanco y negro. Y éste es el caso de esta joven que con una enorme disciplina, desde su propio patio económico, político y cultural, viene destripando al monstruo capitalista globalizado y exponiendo sin reservas sus entrañas podridas. Lo ha venido haciendo con sus otros libros (No Logo,2001, Vallas y ventanas, 2003), desde hace más de una década, desde una posición claramente de una izquierda crítica que no se deja hipnotizar ni encandilar por los éxitos indiscutibles en el plano productivo y científico del mundo capitalista de los países desarrollados. 


Portada del libro, Esto lo cambia Todo

¿Qué nos dice en su último libro? La tesis, documentada casi en exceso, es que el capitalismo desarrollado y globalizado ha estado destruyendo el planeta. Y la primera víctima es el clima. El fundamentalismo del mercado ha envenenado la atmósfera con sus emisiones de carbono, producto de un sistema que vive de la quema de combustibles fósiles. La regla principal –corazón del neoliberalismo- es que no debe haber ninguna norma que entorpezca la libertad de las multinacionales para producir, con el mínimo de impuestos, donde sea más barato y vender sin trabas donde más le convenga. Todo lo que se oponga a tal mecanismo, el de la libertad de mercado, es considerado una seria amenaza a los intereses sagrados de la élite minoritaria de las corporaciones. Proteger el ambiente y salvar a la tierra del desastre ecológico, no es parte del programa político del capital internacional. La lógica del mercado lo impide. A pesar de lo que demuestran los científicos, a pesar del incremento desastroso de las emisiones de CO2, del aumento de la temperatura (según la Agencia Internacional de la Energía, vamos hacia un incremento de hasta 6 grados), del aumento del nivel del mar, del deshielo de los polos y de los glaciares, de los huracanes e inundaciones y de las sequías, las transnacionales hacen de todo para convencer a la humanidad de que no hay tales peligros. Apuntan a un supuesto milagro tecnológico que en algún momento nos salvará de la crisis energética, a pesar de que saben perfectamente que no hay soluciones radicales cercanas. Indican que los millonarios y billonarios, con la economía verde, encontrarán remedios a la escasez de alimentos, a las pestes y epidemias que amenazan cada vez más la vida de millones de personas. Falsas ilusiones, manejadas hábilmente por los medios al servicio de los grandes intereses corporativos globalizados. 

La actitud de los grandes poderes económicos (y la de sus correspondientes expresiones políticas) frente a la previsión de una posible catástrofe climática, no podría ser más patética. Negar, negar, para no tener que reconocer la responsabilidad en lo que ya ha ocurrido, en lo que está ocurriendo y en lo que va a ocurrir. No importa lo que diga la ciencia y lo que demuestren los hechos. Es lo que Naomi Klein señala con precisión certera. Reconocer las culpas, corregir los errores y tratar de modificar el curso de los acontecimientos, implica afectar seriamente a los intereses económicos de quien manda en las grandes potencias. Como dijo, en su oportunidad, el presidente Bush: la american way of life no es negociable. Hay que seguir gastando, derrochando y agrediendo a la vida del planeta, como lo hemos hecho hasta ahora, según el modelo extractivista que la racionalidad mercantil ha impuesto en el mundo, porque de otra manera ponemos en riesgo la estabilidad y seguridad de los dueños de la economía mundial.

Naomi Klein no hace sino reunir los documentos existentes con la mayor claridad didáctica y organizarlos de tal manera que no haya duda para nadie de que el tiempo se nos acaba y que estamos al borde del precipicio. Ha asumido, aprovechando la resonancia pública de su trabajo, la tarea de llamar la atención sobre un asunto de enorme importancia para el destino de la civilización actual. Nos queda poco tiempo para cambiar de rumbo, antes que sea demasiado tarde y que sean inevitables las terribles consecuencias de la guerra del capitalismo contra el planeta. No importa dónde vivamos, en el desarrollo industrializado o en las penurias del subdesarrollo, el cambio climático nos va a afectar severamente a todos, quién más quién menos. La importancia de este estupendo libro, para quienes no tenemos un conocimiento especializado, es que nos pone inmediatamente de frente al centro duro y desnudo de la verdad: la racionalidad instrumental que tanto denostaban los ilustres pensadores de la escuela de Frankfurt, sin embargo ha dado sus frutos. Nos ha llenado de maravillas electrónicas, ha incrementado las posibilidad de llegar a los cien años de vida, ha puesto a volar aviones milagrosos, ha multiplicado las comunicaciones hasta límites hasta hace poco inconcebibles, ha alcanzado el espacio infinito de las galaxias. Todo ello, sin embargo, es sólo para el uso y el disfrute de un sector limitado de la población de la Tierra. ¡Y, para lograrlo, además de deshacer el delicado equilibrio del clima del cual depende la vida de todos, ha destruido bosques inmensos y ríos caudalosos, ha explotado sin misericordia todos los recursos naturales, ha puesto a vivir en la pobreza más miserable a millones de habitantes del planeta, y finalmente, ha instalado la matanza de las guerras como el medio privilegiado para resolver los conflictos! Así, pues, cambiar de rumbo y derrotar el poder y la resistencia de los grandes intereses que están destruyendo la Tierra, es un imperativo político que debe involucrar sobre todo a quienes, como todos nosotros, no somos sino carne de cañón en los conflictos de clase mundiales. El llamado a la conciencia pública a intervenir activamente, desde abajo, en lo que sea imprescindible para frenar esta ciega locura, se concreta, en palabras de Naomi, en que “necesitamos un nuevo modelo económico” y “una nueva manera de compartir el planeta”3 !Se deja a la reflexión colectiva lo que ello significa!

Desde la experiencia política de América latina y de Venezuela en particular, afortunadamente aparece muy clara la urgencia de participar activamente en la lucha por recobrar el control del futuro del planeta y, al mismo tiempo, salvar la posibilidad de llegar a organizar una sociedad realmente humana. En este sentido, en Venezuela, Cuba, Ecuador y Bolivia, se han fijado posiciones políticas de gran trascendencia. No es un cliché la reafirmación común de la prioridad de respetar a la naturaleza cósmica de la pachamama y a todo lo que concierne el futuro de su integridad.

Pero, queda una reflexión adicional que hay que reconocer no ha sido frecuente en nuestra específica cultura petrolera. Hasta qué punto, contradictoriamente con las líneas políticas generales, como productores de uno de los ingredientes energéticos más indispensables para la tecnología moderna, pero también más dañino para el ambiente, como es el petróleo, hasta qué punto, decíamos, hemos sido capaces de reconocer frente al mundo nuestra responsabilidad de abastecedores. No somos culpables del uso que la modernidad ha hecho de los recursos combustibles fósiles. No es nuestra culpa que todo el sistema de movimiento y de producción del planeta Tierra, con la tecnología desarrollada en el primer mundo capitalista y ahora en las economías asiáticas, haya ido afectando tan gravemente a la vida y puesto en peligro su futura existencia. Pero no podemos descargar y justificar fácilmente nuestra participación, por más pasiva y subordinada que ella haya sido. Ese “excremento del diablo”, al servicio de los intereses del capital, que en Venezuela ha permitido nuestro relativo desarrollo, nuestra relativa modernidad -pero que, a la vez, nos ha remachado una mentalidad rentista deleznable– es el responsable principal de que esté en peligro la existencia de la especie humana: así de simple. ¿Cuál, entonces, debe ser nuestra actitud frente a estos hechos incontrovertibles? Hacernos los locos, seguir atribuyendo a los demás –por cierto, con razón- las grandes responsabilidades de lo que está sucediendo y ocultarnos detrás de la argumentación de que no nos queda más remedio que participar en el festín como proveedores del combustible, puesto que de otra manera estrangularíamos nuestra vulnerable, pobre economía. ¿Es ésta la única posición política posible? O más bien, como país dueño de las mayores reservas energéticas del mundo, sin hacernos ilusiones de posibles cambios radicales, a corto o mediano plazo en la economía política planetaria, ¿deberíamos haber asumido, desde hace tiempo, la vanguardia mundial en los estudios, en las investigaciones, en los experimentos necesarios para reducir, aminorar, atemperar las terribles consecuencias del derroche petrolero en la Tierra? ¿Sería eso atentar, ingenuamente, contra nuestro casi único medio de vida? ¿O sería visto, no como una maniobra cínica, sino como una inteligente y generosa participación en la gran tarea colectiva de generar conciencia del peligro que nos acecha y de aliviar de algún modo nuestras responsabilidades? 

Una reflexión incómoda pero necesaria. 

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[1] wasp es acrónimo de white, anglosaxon, protestantanglosajón blanco protestante. 
[2] Naomi Klein, This changes everything, capitalism vs climate, 2014, Penguin Books, London, UK, Simon & Schuster, USA. Disponible también en versión electrónica Penguin.co.uk
[3] op.cit. ed. electr. pág. 25 y 26 

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