Una obra excepcional
Comencemos por los pormenores. Las fotos que preceden constituyen un pequeño resumen de lo que podemos considerar los más extravagantes detalles de arquitectura producidos en el país, en toda su historia. Y pertenecen a una obra monumental increíble pero, a la vez, poco mencionada y respetada en el plano de sus valores específicos: el santuario de la Coromoto, en Guanare. El arquitecto que le dedicó décadas de trabajo a su diseño y construcción, Erasmo Calvani, tampoco es considerado como uno de nuestros arquitectos más destacados. Y se ignoran, obras y arquitecto, tal vez por algunas razones particulares: por ser ambos tan poco clasificables, por los rasgos dominantes de la época de la construcción, y hasta por no estar ubicado, el santuario, en un lugar central de fácil acceso. Esta construcción se conoce sobre todo por su importancia en el mito religioso de la fe cristiana, pero no por su verdadero carácter arquitectónico, siendo, como es, una obra excepcional, de una enorme fuerza expresiva y de una agresividad visual y espacial única en Venezuela y quien sabe si en toda América Latina. Es hora, creemos, de devolverle a esta arquitectura el puesto que le corresponde: el de expresar una aspiración monumental cargada de despropósitos y de atrevimientos absolutamente originales, obra única en la constelación de obras modernas en Venezuela. Hay que insistir en la condición de obra única (sus valores no se han repetido en ninguna otra obra de su autor) porque sus dimensiones descomunales y la osadía volumétrica y espacial se combinan entre sí, para asombro y sorpresa del observador, como ninguna otra obra que la anteceda o la siga.
Desde el punto de vista de un discernimiento histórico, a pesar de las claras referencias a Le Corbusier y, en general a la atmósfera internacional “brutalista” a las décadas 70 y 80, Calvani asume la gigantesca tarea correspondiente a las dimensiones de la construcción-que se yergue solitaria en el desafío del gran espacio de los llanos barineses- con una independencia de criterios y una inocencia formal casi primitiva, que superan citas y alusiones y moldean estructuras y volúmenes con un desparpajo y una autoridad inusitados.
Desde el punto de vista de un discernimiento histórico, a pesar de las claras referencias a Le Corbusier y, en general a la atmósfera internacional “brutalista” a las décadas 70 y 80, Calvani asume la gigantesca tarea correspondiente a las dimensiones de la construcción-que se yergue solitaria en el desafío del gran espacio de los llanos barineses- con una independencia de criterios y una inocencia formal casi primitiva, que superan citas y alusiones y moldean estructuras y volúmenes con un desparpajo y una autoridad inusitados.
Véase, por ejemplo, el par de insólitos signos-símbolos que como pórtico de acceso, preceden a las dos enormes torres. ¿Cómo interpretar esas masas ciclópeas (más de dos metros de ancho) que se retuercen y se pliegan sobre sí mismas, marcando en el aire un como anuncio interrumpido de brusquedad y provocación? ¿Se trata de notaciones gráficas tridimensionales? ¿A qué escala se refieren? ¿Qué quieren decirnos? Uno más de los misteriosos agregados de signos que se suman en la obra. O también la ballena-proa de barco, que se subleva desde el cimborrio, ajena a la fiereza del prónaos pero continuando en el aire la búsqueda de luminosidad y de color del espacio sagrado que recoge y destaca el altar. Y las enormes torres asimétricas y disparejas: dos extraordinarios clarinetes-escaleras -según se vean- recortes planos de cartón, pero con durísimas texturas de concreto, que con sus huecos y vacíos dibujan en el espacio anuncios de una ingenuidad mecánica desusada.
Toda la obra -desde la concepción orgánicamente irregular de la planta, el corte abrupto de los volúmenes, hasta sus espacios internos tensos y dinámicos- se sitúa en una categoría de resultados estéticos absolutamente personales e individuales. Y es ello, justamente, lo que atrae y desconcierta: lo excéntrico, excepcional, anormal, de una singularidad expresiva, dentro de cánones formales convencionales que el arquitecto conoce bien, pero que manipula a su antojo para producir, como creación original, unas imágenes extrañas pero enérgicas y hasta “bárbaras” en su originalidad. Más que Le Corbusier, es África, son las estructuras industriales, es Mad Max, son imágenes ancestrales y primitivas, son recuerdos o alusiones de un futuro (¡vaya actualidad!) que se anudan a sus perfiles. Un aparato que desde la perspectiva de la arquitectura de las décadas de los 70-80 era absolutamente inconcebible, fuera de toda posibilidad de relacionarse con las familias de formas habituales en el repertorio de los arquitectos, aquí y en cualquiera otra parte el mundo. Aún hoy, cuando los arch-stars, las estrellas del espectáculo arquitectónico internacional, nos han acostumbrado a las piruetas de circo más increíbles, hay que reconocerle a este santuario llanero una audacia milagrosa.
A todo lo anterior hay que añadir un aspecto que, en nuestro medio cultural, social y productivo, no carece de importancia. Calvani estuvo involucrado en el diseño y la construcción del santuario desde 1975 hasta su inauguración en 1996. 21 años de dedicación a una obra de arquitectura de grandes dimensiones físicas, de una notable complejidad estructural que debe haber implicado una logística y una disciplina constructivas fuera de lo común: un esfuerzo responsable de participación y de dirección realmente encomiable. Otro rasgo, pues, que hay que agregar al carácter del arquitecto así como a la historia de la obra.
Erasmo Calvani: recordémoslo algo así como un Gaudí criollo. En la inmensidad que anuncian los llanos, un símbolo arcaico de un posible futuro, el santuario: su obra maestra. Es una deuda que tenemos con un valioso creador, extraño, incompleto, contradictorio, absurdo, a veces, pero auténtico. De esos no tenemos muchos. Cuidémoslo.
Comentarios
nunca e visto una imagen de el y la necesito