Torres retorcidas

Twisting Towers  complejo residencial diseñado por BIG




















La torre de base cuadrada, gira sobre sí misma, como en una espiral. Pero, además, el eje vertical se inclina hacia un lado. La otra torre, cercana y más pequeña, repite el mismo movimiento. Todo ello ocurre en Nueva York, sobre el borde del río. Y el arquitecto es un danés, quien se ha hecho famoso, con su estudio BIG, con obras igualmente llamativas. 

Llamativas. 

Llamativas ¿por qué? ¿Por cuál razón un arquitecto sensato, y junto con él, inversionistas prudentes, y luego, arrendatarios o adquirientes normales, juzgan interesante o atractivo un objeto de arquitectura como el que se puede ver en la foto? ¿Qué piensa o siente realmente un arquitecto que se decide por una solución volumétrica como esa? ¿Cuál es el mecanismo creativo que hace que el colega Bjarke Ingels adopte la idea de una torre retorcida y termine diseñándola, salvando todas las dificultades estructurales -gracias al indispensable Ove Arup? Es una obra destinada en lo esencial a causar la admiración extrañada, o sorprendida y perpleja, que surge de lo insólito y extraordinario, y que encaja perfectamente bien -lo decíamos en un blog reciente- en una sociedad en decadencia que parece necesitar estímulos cada vez más potentes para seguir avanzando. Una torre retorcida como una columna salomónica del baldacchino de Bernini en San Pedro, no es más funcional que una torre compuesta de prismas “normales”. No ofrece ningún aliciente en lo económico ni en lo estructural. Todo lo contrario: cuesta mucho más y presenta más dificultades para su construcción. ¡Pero es extraordinaria! 

Ah! ¡Es allí que se despliega la búsqueda-invención de los objetos extraordinarios y es por ello que se explican sus éxitos! Y, extraordinario, además, es que la capa de la sociedad global que se satisface con tales objetos-arquitectura, no sólo los permita sino que los exija con vehemencia. ¿Un nuevo barroco? Es cómico. La adrenalina como nuevo ingrediente en la cultura arquitectónica [1] ¡Pero hay mucho más que eso! Hay una inusitada coherencia entre todas las manifestaciones culturales del mundo. El deslumbramiento, la excitación, los escalofríos que causa lo insólito y peligroso, todas esas sensaciones recorren la piel de esta sociedad. Recordemos que sus problemas temáticos contemporáneos -que van, como lo afirma el caradura de Donald Trump, desde los descabezamientos por los terroristas islámicos hasta el hábito de someter sexualmente una mujer (¿cómo se las agarra cuando uno es un millonario?) -son parte de un único, único, y complejísimo sistema. 

En estos días un muy conocido arcabucero de las letras [2] afirmaba, en referencia al premio Nobel otorgado a Bob Dylan, que se trataba de “frivolidad, superficialidad, espectacularidad, infantilismo y relativismo”. Casi lo mismo podríamos repetir en relación con los asuntos más visibles de la arquitectura globalizada, pues, hoy, como decíamos, una sintomática coherencia arropa tan distintas actividades humanas como la poesía, la literatura y la arquitectura.

Dicho todo esto, sin embargo, y sin temor a aplicar la clásica fórmula de la duda, cabe detenernos un momento, reflexionar un poco más y plantearnos la pregunta contradictoria: ¿y por qué no? ¿Por qué esta civilización contemporánea no tendría derecho a expresarse de la manera que le parezca más apropiada? En los siglos XVII y XVIII los europeos inventaron unos estilos, el barroco y el rococó, en el fondo tan atrabiliarios y efervescentes como lo que caracteriza a la arquitectura actual. Absurdos, irresponsables, decadentes… lo que se quiera. Pero es que somos (o son) así. 

Tal vez este despliegue universal de extravagante exuberancia nos moleste tanto porque nuestras condiciones desequilibradas, periféricas y subdesarrolladas nos obligan a seguir manteniendo muy altos, por razones obvias, los criterios morales de equidad y responsabilidad social. Parámetros que ciertamente estuvieron en la base del movimiento moderno, pero que, según parece, ya han perdido toda vigencia. O tal vez, no. Simplemente no estamos al día. O ya no entendemos al mundo. 

Lo cierto es que los analistas e investigadores, urbanistas, psicólogos, historiadores, sociólogos, que desentrañen los nudos, estrechamente cerrados entre sí, de este sistema, descubrirán no sólo el origen del fenómeno arquitectura-objeto extraordinario, sino la proyección del profundo (histórico) significado simbólico de estas “útiles-inútiles” [3] torres retorcidas. 


Increíble. 

¿Pero qué se quiere? Es lo que hay



[1] No es en balde que un gran acontecimiento turístico, en China, ha sido la construcción de un puente de vidrio sobre un abismo: un mecanismo para producir adrenalina en dosis masivas.

[2] Sánchez Dragó en su blog en el Mundo de España, 17 octubre 2016.

[3]Útiles, porque son funcionales para los fines del mercado. Inútiles porque no agregan nada a la tarea de mejorar el mundo.

Twisting Towers de BIG

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