El absurdo más alto






Nunca, como hoy, en el planeta ha habido tantos rascacielos, torres, edificios altos, altos, altos, cada vez más altos. Apabullante desmentido a aquella suposición, luego del atentado a los torres del WTC, de que de ahí en adelante, se acabaría la tendencia a competir en altura. Hasta hubo quien pensó que con ese golpe tan dramático, se acabaría para siempre toda la tipología del rascacielos. 

Nada de eso ocurrió. Todo lo contrario. Hoy, en las metrópolis antiguas o modernas, pero también en los desiertos, los rascacielos compiten en alcanzar alturas increíbles. Cuando Frank Lloyd Wright imaginaba una construcción alta una milla, eso se veía como un simple juego de inflación egotista. Hoy ya se cuentan por docenas, las construidas y las que se van a construir, que pretenden figurar en esta loca carrera al campeonato olímpico de quien construye más alto.[1]

Lo singular es que no se reflexiona, paralelamente, en el por qué. En las razones para hacerlo. Parece como si se diera por sentado lo “lógico”, lo “natural”, de semejante audacia constructiva. Pero, detrás del asombro, detrás del record de altura alcanzado, queda oculta la pregunta: ¿por qué? 

Y es que las razones más socorridas -el costo de la tierra, los mecanismos financieros, la búsqueda desaforada por la utilidad capitalista, la escasez de terrenos disponibles, los avances de la nueva tecnología disponible -todas estas razones, sólidas y certeras, sin embargo no logran cubrir la totalidad de los alcances de la pregunta. 

Queda, sin responder, sin dar explicaciones claras, una buena porción de todos esos metros cuadrados de construcciones verticales. En los próximos siglos, suponiendo que los haya, los historiadores de la arquitectura que sigan los esquemas del ilustre Bannister Fletcher, gran defensor de la historia por tipologías, tendrán que explicar de si esta tipología del rascacielos, esta manía de construir, puntualmente, artefactos cada vez más altos, no está (no estuvo, para ellos) ligada a una manera de actuar en la cual pesan enormemente factores de naturaleza psíquica (o psiquiátrica).

Construir torres de 500, 600 o 1000 metros de altura, no tiene ningún sentido. Es una aberración. Aunque resuelve la codicia de los negociantes del espacio, agentes inmobiliarios, banqueros e inversionistas, no resuelve ningún problema real para la civilización. Es un barroquismo de los sentidos, una monstruosa inflación del ego, una dosis enorme de inteligencia, talento y dinero invertida en un objeto que es una carga negativa para las ciudades y para el planeta. A menos que pensemos que, inevitablemente, la ciudad del futuro inmediato tendrá que pasar por una etapa de desarrollo semejante a la que se dibuja en la ciencia-ficción más tenebrosa. O sea, Blade Runner… 

Y aunque, a Blade Runner, en algunos momentos, pueda parecerlo, no nos referimos, desde luego, a esas imágenes tremendas de los desarrollos urbanos chinos que dan vuelta por el mundo en Internet. Esos hormigueros son otra cosa, se enfrentan a otros problemas, el más concreto de todos, la inmensa concentración humana, la inevitable superdensidad urbana consecuencia del peso demográfico de millones de seres humanos que se reproducen en un territorio limitado. No se trata de torres compactas de 25-35 pisos. Se trata de rascacielos individuales e individualistas que compiten en la carrera en altura, cuál es el más alto entre los altos. Un tremendo absurdo irracional más. ¿Cuánto cuesta un rascacielos, construirlo y mantenerlo? ¡Al diablo la ecología! 

Desde la ingenuidad de nuestro humanismo subdesarrollado, cabe preguntarse si no sería más racional y generoso, más fraternal y progresista para la especie humana, invertir cantidades parecidas en inventar soluciones urbanas realmente a la altura del desarrollo científico del siglo XXI. 

Por supuesto que lo sería, y tan útil como la lucha contra las enfermedades. Pero ahí está el absurdo. Seguramente debe haber estímulos, resortes materiales poderosísimos para que ocurra esta inflación de rascacielos, pero, aún así, desde los intereses de la civilización, sigue siendo un absurdo irracional, equivalente, vean por donde, si lo analizamos, a la victoria electoral de un señor llamado Trump. Descubriríamos en ambos fenómenos causas enraizadas en una espesa y oscura manifestación cultural de la vida social contemporánea. Eventos que definitivamente responden a las distorsiones del alma humana, en esta época violentamente contradictoria.

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[1] Información abundante y precisa en el sitio web Plataforma Arquitectura, 29 enero 2017.

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