Las sendas (torcidas) de la historia


Moscú hoy




Cuando, en los años 70, Cornelius Castoriadis afirmó que las revoluciones con las banderas del comunismo, únicamente habían servido, o servirían, para que las sociedades preindustriales accedieran al capitalismo desarrollado, el alboroto en los mundos de la izquierda fue muy grande. Castoriadis, un extraordinario sociólogo-filósofo griego de reconocida pertinencia académica y política, por supuesto fue acusado de hereje, de traidor. etc. como se acostumbra, en tales casos de análisis crítico inteligente, entonces y ahora. 

Pero la historia confirmó la tesis de Castoriadis y de muchos otros que lo acompañaron con iguales criterios. Ahí está China, ahí está Rusia, ahí están otras revoluciones, algunas que han sido testimonios de una increíble capacidad de heroísmo y de sacrificio. El capitalismo más auténtico y más salvaje, y más imitador de las locuras del capitalismo occidental, se ha instalado en esos países.

Castoriadis tenía, pues, razón. 

Puso el dedo en la llaga del marxismo “ortodoxo” y de sus itinerarios históricos inevitables. Todo lo contrario, la historia nos enseña que sus sendas son imprevisibles. Se parte de A para arribar a B y se termina en C. Nada de ello estaba en las previsiones. Nada anunciaba resultados tan aparatosamente diferentes de lo que se buscaba. 

Y centrándonos en la arquitectura, que también es parte de esta misma historia, constataremos cómo, por ejemplo, en China, se pasó de la aceptación repetitiva de los modelos de la arquitectura soviética, falsamente retórica y monumental, a una búsqueda casi obsesiva de los grandes nombres de la arquitectura occidental para que con sus obras pudiera estar a la par de los grandes “éxitos” del asombro y de la irracionalidad -“si de eso se trata, nosotros somos más capaces que uds.”- Pero luego, se invirtió el rumbo, y una vez ya logrado el relumbrón internacional, el mismo gobierno de la República Popular China tuvo que llamar a los arquitectos a la razón y al sentido común. “¡Basta de extravagancias!” 

Hoy, y esa es la buena noticia, después del disparate y la locura, del aplauso o la imitación de los peores desaciertos de la arquitectura del “star system”, muchos jóvenes arquitectos chinos han emprendido un camino de sensatez, de buen gusto, de análisis comedidos de las funciones, de logros de modestia y de cabal reinterpretación de las tradiciones chinas. 

Como se decía, imposible haber pensado que para llegar ahora a una arquitectura con sentido y raíces, digna de premios Pritzker, hubiese sido necesario pasar por los fuegos artificiales y las volteretas de circo de la imitación de la más occidental de las arquitecturas contemporáneas. 

No se piense que Cornelius Castoriadis nada tiene que ver con la arquitectura china, rusa o vietnamita. Se trata del mismo argumento: no hay previsión posible en la historia humana. A menos que se crea en un sentido de la evolución social regida por un enorme y secreto plan conspirativo, del cual no existe prueba alguna, hay que reconocer que el recorrido de la humanidad está tan densamente entretejido de razones, de sin razones y de intereses, que, así como en el campo del caos atmosférico, el aleteo, aquí, de la famosa mariposa, puede causar a la larga, allá, una tempestad, de la misma manera una revolución maoista puede producir multimillonarios en China, o una obra de Zaha Hadid puede abrirle la vía a la nueva arquitectura tropical en Vietnam.

¿Quién podría negarlo? Asusta desprenderse de los criterios de previsión, planificación y racionalidad a que nos tiene acostumbrado la hermenéutica eurocéntrica. Pero no sólo se trata de un futuro siempre incierto. El asunto también puede verse y asumirse de otro modo: la humanidad corre una aventura de pasiones y de libertad. No le tengamos miedo. Lo dicho: es una aventura. (Tan sólo, y es bastante).

Beijing hoy

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