MAD, chino y ajeno como un alienígena


Arq. MAD, Chaoyang Park Plaza, Beijing (Dezeen 11/12/2017).
Todas las fotos son del fotógrafo Iwan Baan. 


¿Qué pasaría (o pasará) si todas los espacios centrales de las ciudades fueran llenados con monstruos como este, el Chaoyang Park Plaza, celebrada obra pequinesa de los arquitectos MAD? (lo de mad /loco –justamente- en inglés, es su nombre profesional). Porque ya no se trata sólo de obras aisladas, excepcionales, sino de una verdadera multiplicación del mismo “estilo”. ¿Cómo sería nuestra respuesta anímica, como ciudadanos, a esta invasión alienígena que nos vuelve extraños y extranjeros en un paisaje ajeno? Acostumbrados, como estamos desde innumerables generaciones, a mundos urbanos construidos siempre con una relativamente simple geometría cúbica, de una estereometría de ángulos rectos (¿recuerdan el enamoramiento con el ángulo recto de Le Corbusier y su poema a él dedicado?) ¿De qué manera podría persuadirnos este oscuro nuevo mundo urbano, siniestro, enroscante y envolvente en una simbiosis de curvas interminables? ¿Acaso pronto tendremos que acostumbrarnos a sorprendernos (nosotros, tal vez no, pero sí ellos, que viven en el “desarrollo”) de la extraña ambigüedad de un nuevo paisaje urbano hecho de llamativos engendros que casi atemorizan, adefesios extravagantes y lujosos caprichos? 

La realidad espacial y volumétrica de obras como ésta (y son muchas, ya se dijo, las que, como moda, se están proyectando y construyendo en el mundo industrializado) es como si fuera surgiendo, alrededor nuestro, un nuevo paisaje natural totalmente arbitrario o regido por desconocidas leyes de crecimiento y desarrollo. Y nos hallamos como en una aventura fantasmal: vivir, circular, trabajar, dentro de estos monstruos admirables, perfectos e inmisericordes, indiferentes, justamente como la naturaleza, a nuestros sentimientos. No son respuestas a nuestras necesidades de modestos ciudadanos, porque responden únicamente a deseos y voluntad de forma, inalcanzables, inescrutables, incomprensibles para nosotros, simples mortales. 

Desde otro punto de vista, estos objetos alienígenas, comparados (las excelentes fotos de Iwan Baan lo demuestran) con la tristeza progre de las torres residenciales chinas -con su repetición monótona, insípida y aburrida, verdaderos depósitos y archivos de las cortas, anónimas vidas de los pequeños seres humanos- puede resultar hasta divertido perderse a explorar los laberintos de cristal, los objetos de acero, agresivos e inesperados, las curvas sinuosas que constituyen esta invasión de la arquitectura de la irracionalidad, de lo arbitrario voluntarioso (desde arriba, hay quién maneja los hilos y las palancas del mercado) y de la ubicua, dominante codicia de lucro, muy humana también, miserable pero enloquecedora. Una experiencia contradictoria que también se la debemos a la re-surgente civilización china.






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