16. LOS ARLEQUINES DESMAYADOS

 



Sebastián Bauza (Estudiante de Arquitectura)

Los carnavales son una celebración inevitablemente colorida. Cuando niño salía a los bulevares con mi abuela, no recuerdo de qué me disfrazaba, sin embargo, recuerdo que Caracas se volvía un gran loro ruidoso cuyo plumaje era una mezcla de los disfraces, el papelillo, la tángana y los huevos con orina congelada que algunos niños desgraciados decidían lanzar en Casalta III.

El carnaval es una excusa perfecta para que la ciudad rompa su seriedad habitual y se impregne del kitsch y el camp en miles de arquitecturas efímeras. Los colores abigarrados con combinaciones cuestionables recorren el aire (metafórica y literalmente).

Las calles en 2022 no dan esas sensaciones de Carnaval, solo se ven como sitios vigilados por ¿Payasos?, hongos y hormigas que no reflejan en nada el caótico collage cultural del Carnaval Venezolano de este Siglo, tienen una uniformidad casi que marcial que los hace aterradores.

Lejos de inspirar alegría, estos ¿guardianes? solo les dan miedo a los niños y se atraviesan en la calle como un borracho que decidió desmayarse en medio de la plaza luego de la rasca. Los hongos son lo único que no inspiran miedo, pero ciertamente perdieron la oportunidad de crecer lo suficiente como para albergar a una persona y así al menos cubrir una función de mini pabellón “palasfotos” que justifique su existencia.

“Sabía que sería un Carnaval triste desde que vi los payasitos tirados en Plaza Venezuela”, eso dice una niña a lo lejos… Concuerdo con ella, los pobres primos de Popy han caído en desgracia, es una lástima que su presencia solo justifique la bozofobia de muchos… Yo también estaría muy triste si los niños solo me temieran y mi único remedio fuera ¿sonreírle? a los carros y al Sol.

Ya lejos de mi infancia, y luego de dos años sin presenciar la cercanía del Carnaval, hoy vi una niña que corría por todo el Centro Comercial Propatria con un colorido traje de La Zaragoza: el movimiento de las cuerditas abigarradas sería el deleite absoluto para Umberto Boccioni. El color de las tiras era imposible de ignorar entre los grises pasillos oscuros del C.C. Propatria.

Luego de ver el elaborado traje y la máscara digna de Ser mitológico benevolente, recuperé la alegría que me causaba la superposición de Simón Bolívar, Capitán América y Goku en una misma escena cuando estaba en Plaza Venezuela con mi abuela, recogiendo papelillo higiénicamente cuestionable del piso... Una acción cuestionable en estos años de Pandemia, mas no tan cuestionable como los ¿Pierrots? tristes que ciertamente están pasando sol contra su voluntad en muchas vías de Caracas…


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