REAPRENDER DE LAS LLUVIAS TORRENCIALES EN MÉRIDA - Art. de los miercoles

 

Arq. Alejandro López Arocha 09/julio/2025

 

Una vez más la naturaleza reclama sus espacios ocupados por generaciones a lo largo del tiempo. A veces lo hace con moderación advirtiendo lo que puede pasar, en otras después de períodos largos de años, lo hace con furia y sorpresa.

 

En junio 2025, los andes venezolanos y las regiones al pie de monte, fueron afectadas con altas precipitaciones, causando daños incalculables infraestructurales, económicos, productivos y anímicos. Afortunadamente sin pérdida de vidas humanas.

 

El país viene preparándose y tomando decisiones en gestión de riesgos, prevención y mitigación, de manera continua y eficiente. Sin duda se ha avanzado muchísimo y hasta tiene brigadas de carácter internacional para apoyar a países vecinos víctimas de sismos, inundaciones, deslaves y otros eventos similares.

 

Pero hay un detalle. El territorio ha sido desde vieja data, pero también durante el siglo pasado y en este, intervenido y habilitado, para nuevos desarrollos urbanos, cultivos, infraestructuras, modificando sus características geológicas, geográficas, topográficas, vegetación, cursos de aguas, entre otros, a veces con visión y soluciones técnicas y adecuadas, pero en muchos casos careciendo de la más elemental racionalidad y armonía con la naturaleza y sus lógicas.

 

Dos conclusiones que podemos adelantar, aunque son obviamente conocidas.

 

Una, en todo evento de la naturaleza, la primera y más importante respuesta está en los habitantes, en las comunidades afectadas. Por ello en los planes de gestión de riesgos es vital que las gentes estén bien formadas, organizadas, documentadas y en permanente capacitación y entrenamiento, para identificar los peligros y actuar antes de sus materializaciones. Después viene las otras instancias locales, regionales y nacionales.

 

La otra es repensar la actual ocupación del territorio por aldeas, pueblos y ciudades, y planificar a inmediato, mediano y largo plazo, la protección (en casos) y reubicación de aldeas y pueblos en zonas de riesgo inminente. Como por ejemplo las ubicadas en los “abanicos aluviales” y áreas de inundación.

 

¡Cada vez que la naturaleza habla debemos escucharla y repensar profundamente lo que estamos haciendo!




 

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