La arquitectura que necesitamos

(1) Casa Sotavento, 1957-58, Caraballeda, Venezuela. Carlos Raúl Villanueva.

por Juan Pedro Posani

Por supuesto, damos por descontado que necesitamos arquitectura. Y la necesitamos, vale la pena recordarlo, no sólo por lo que es ella, en su función elemental, esencial y primordial: cobijo para el hombre. Sino también por lo que culturalmente ha llegado a devenir, inexorable, con la historia, junto con el cobijo que guarece y protege: una manifestación simbólica de extraordinario relieve.

I. El modo como los hombres hacen arquitectura, la inventan, la descubren, la recuerdan, la mantienen, o la destruyen y la vuelven a hacer, ha entretejido sus formas con todo el desarrollo del trabajo humano, en cualquiera de sus ámbitos, tecnológico o político, científico o estético. No olvidemos que la agregación de las obras construidas se traduce como efecto y secuela, en la ciudad, que de ella, de arquitectura, está hecha, y que es, hoy más que nunca, el lugar por excelencia de la residencia humana. Los hormigueros que las sociedades humanas han construido, se diferencian de los de las hormigas, justamente por ese contenido simbólico que es característico de la acción humana, fraguada en sentimiento y arbitrariedad, en egoísmo y voluntad. Los intereses humanos se proyectan, admirablemente expresados, en el modelado de las ciudades y en la arquitectura que las conforma.

Arquitectura se ha hecho siempre. Antes inclusive de que existieran los arquitectos, la gente, el pueblo, construía lo que le era necesario. Y ha seguido haciéndolo, hasta ahora. Ahí están los barrios, las favelas, los ranchos, las chabolas, y antes que ellos se multiplicaron durante miles de años, las viviendas de los campesinos y los millones de aldeas, caseríos, villorrio o pueblitos, nobles, austeros o pintorescos pero siempre maravillosos, que los labradores, los artesanos y los pequeños comerciantes han construido en todos los países del mundo.

En la medida en que el proceso constructivo y los temas funcionales se complicaban, aparecieron entonces, primero en los talleres orales y prácticos del trabajo de tradición manual, más tarde, mucho más tarde, legalizados y conformados pedagógicamente, en las escuelas y las academias profesionales, los maestros de obra, los alarifes y por fin los arquitectos y los ingenieros.

Son ellos, hoy, quienes se encargan del grueso de las obras públicas y a ellos es preciso recordarles algo que es absolutamente elemental, y que sin embargo demasiado se escapa entre los entramados del apuro demagógico, de los apremios políticos, o de ese desconocimiento grosero e irrespetuoso que se ha ido generalizando. Son criterios elementales, de base y fundación. El primero de ellos, y más que criterio es regla o método, el primer impulso, combinación de acción, sentimiento, y memoria de rumiante, es la conciencia del lugar. Éste es el punto de partida. Tener absolutamente presentes, más que presentes, internalizados, asumidos, consustanciados con el aire que respiramos, los datos que nos definen en el territorio.

Ahí, en ese punto, comienza todo. Ahí arranca la pregunta de cómo arrimarse, con qué cuidado, con qué precaución habrá que acariciar el suelo y fundar la obra. Con los ojos las vistas, con los oídos el viento y hasta lo mínimo del croar de los sapos. Con el olfato las lluvias y la gastronomía. Experiencia prudente del sitio. Escuchando. Recordando. Viendo cómo las hojas y los árboles han digerido la tierra y la han transformado en monumentos perecederos. Hasta en el ámbito urbano, tan frecuente y universal, la presencia sutil y compleja de los valores del sitio tiene toda su presencia. Hasta al lado de una autopista vertiginosa, la reflexión de cómo proceder para crear los mayores beneficios y los menores daños, es una urgencia y un deber. En todos los casos, ahí están los factores esenciales, elementales, diferenciadores, arranques radicales a partir del cual iremos diseñando. El sitio.
En segundo lugar, el acto de construir implica materiales y métodos. Las categorías cambian: se trata de resistencias, de pesos y costos, de la naturaleza inorgánica cuya tecnología es parte de una herencia científica encasillada en conocimientos profesionales. Cómo construir en la realidad compleja, durísima, en la cual participan, superponen y entrelazan, materiales concretos y protagonismo laboral; trabajo físico, músculo y sudor, ingenio mental de mesa y computadora, y una inmensa, larguísima experiencia sobre cuyo lomo se distribuyen, se agregan, crecen, circuitos y aditamentos, prótesis artificiales de acondicionamiento ambiental. Hay que comprender que, a pesar de una cierta práctica abstracta de los arquitectos, no hay verdadera arquitectura que esté ausente del proceso constructivo: la arquitectura se construye en la realidad concreta del mundo. Lo demás es ejercicio abstracto, en el aire de las ideas y de las suposiciones, y ello tiene sus dramáticas repercusiones en los vacíos y en las ausencias de los pensa de las universidades contemporáneas.


(2) Plaza Cubierta, 1953, Ciudad Universitaria de Caracas, Venezuela. Carlos Raúl Villanueva.

Así pues, dónde y cómo. Falta lo más importante: para quién. La arquitectura se hace para las necesidades de la gente; otro criterio elemental que se nos olvida con demasiada frecuencia. Y el para quién abre una cuestión extremadamente delicada con implicaciones en todas las direcciones. ¿Cómo saber qué es lo que desea la gente? ¿Cómo no confundir las interpretaciones subjetivas con la realidad objetiva? ¿Cómo hacer que quienes van a usar lo construido puedan participar en el acto profesional de la proyectación? ¿Cómo codificar tipologías, que de por sí tienden a la abstracción y a lo universal, para ajustarse a la infinita variedad de las diferencias humanas, culturales, individuales y sociales? La acumulación de las preguntas indica la oportunidad de proceder siempre con una extremada humildad, con una prudencia y una capacidad de escuchar afinadas en el molino de la experiencia histórica. ¿Cómo, entonces, formar profesionales capaces de enfrentarse a semejante prueba con la sensibilidad y los conocimientos suficientes? Y nuevamente, estas interrogantes nos remiten, otra vez, es inevitable, a las escuelas, a las universidades y a la concepción de sus disciplinas.

Hemos resumido, con harta presunción de brevedad, problemas y métodos que son material de todos los días en la apasionante profesión del arquitecto. Pero, atención, lo que hemos sintetizado hasta aquí, no es sino una receta universal reducida a lo más conciso, que sirve y se aplica, con mayor o menor cuidado y talento, en cualquier parte del mundo y en cualquier situación histórica. Pero lo que más nos interesa es otro resumen, otra síntesis, referida ya a ese “nosotros” que precisábamos al comienzo. Por todos los valores que se proyectan en y desde la arquitectura, en sus dimensiones aisladas o en sus dimensiones urbanas, es urgente reflexionar acerca de cuales deben ser los criterios a partir de los cuales podamos reconocernos en lo construido, nosotros, los que compartimos, con grandes penurias y grandes esperanzas, el espacio de este pequeño trocito geográficos del planeta que llamamos Venezuela.

II. Y volvamos entonces a la arquitectura como obra realizada, pero aquí y ahora. Son muchos los aspectos y muchas las vertientes. Inagotables los dilemas y las experiencias. Pero podemos estar seguros que es posible reducir el análisis a algunos puntos esenciales.

Decíamos el lugar. Pues bien, el lugar, el sitio, lo que acumula y amalgama geología y clima, vegetación y aire, terremoto, biomasa y herencia tectónica, lo que se concreta en las terrazas abruptas de los Andes, en las lomas verdes del centro, en las distancias enormes de los llanos, en la geografía vegetal del sur y en las playas del norte caribe, cualquier punto es geología, clima, suelo, lluvia y viento, y también, tanto hábitos de colores como presencia de biología viva. A partir de esta conciencia puntual -este lugar y no otro, esta región y no otra, dentro del marco estrictamente físico que la caracteriza y define, en la raíz y en la atmósfera primordiales de este lugar- es que debemos trabajar. No perderemos así las ventajas originalísimas de construir en el trópico y, de paso, nos olvidaremos del antiguo vicio, contagioso y perverso de la imitación, hasta lograremos garantías de autenticidad y, si hay talento, de identidad creadora. Es preciso recordarlo porque no lo estamos haciendo. ¿Es tan difícil constatar algo tan evidente como que Mérida no es Acarigua, que Ciudad Bolívar no es Maturín, y que Caicara no es Caracas?

En los programas de vivienda repetimos en todas partes los mismos tipos lamentables y los mismos esquemas, anónimos y mediocres, sin imaginación. Y con un pésimo sentido de la penuria que condena a los habitantes a la inmediatez en lugar de la generosidad de la audacia y de la experimentación. Construir reconociendo siempre la variedad y propiedades específicas de nuestros ambientes tropicales, ésa es la arquitectura que necesitamos.

(3) Magney House, 1982-84/1999 – Bingre Point, NSW, Australia. Glen Murcutt.

Segundo punto, la deuda social, acumulada durante décadas y siglos, impone rapidez de soluciones y reducción de costos. Únicamente mediante la planificación de las inversiones, la racionalización de los proyectos, la investigación experimental endógena y la industrialización de los elementos constructivos, será posible dar respuestas eficientes a la enorme demanda de viviendas, escuelas, hospitales y redes de comunicación, que plantea un país de esperanzas y posibilidades como Venezuela. Es impostergable construir racionalmente, prefabricando y normalizando, desechando el azar y la improvisación. Entender que es errada esta imagen del país, tan corriente, que desde la nada, está descubriendo el mundo. Hay una historia acumulada que en lo positivo y en lo negativo ha formado una experiencia tecnológica que sería alarmante desaprovecharla.

Tercer punto, el respeto por la arquitectura, por lo que aporta y por lo que significa, no se ha destacado especialmente en la historia de la construcción del espacio urbano. No hubo una civilización de lo construido, una admiración sostenida por sus monumentos, cuando los hubo. De una coherente y tradicional arquitectura de lo mínimo, modesta y eficiente, desde el siglo XVI hasta comienzo del siglo XX, se saltó a las secuelas de modas e imitaciones que caracterizaron el auge petrolero. La arquitectura nunca ha sido objeto de especiales cuidados, las capas dominantes de la sociedad venezolana nunca consideraron prioritario prestarle atención a la calidad y sentido de lo que construían. Más que buscar los efectos “civilizatorios” producidos por una buena arquitectura, las ambiciones de los ricos y pudientes estuvo en otras partes, en hacer negocios, acumular riquezas y disfrutar de ellas de inmediato. La ciudad por lo tanto resultó lo que hoy tenemos y padecemos. El Estado poco y tarde se ocupó de construir edificios públicos que sumaran valores al espacio de las ciudades. Las excepciones como la Ciudad Universitaria de Caracas, no alivian la pena de recordar la cantidad de ocasiones perdidas. Pero hoy, al calor de los cambios revolucionarios, es preciso rescatar los méritos que para los parámetros a que se aspira, de cultura y de calidad de vida, puede poseer y ofrecer la arquitectura. Una arquitectura pública de alegría y de optimismo, que sea digna del respeto de los ciudadanos, que tenga cualidades que inspiren sentido de comunidad y de emancipación, de igualdad y de futuro, ésa es la arquitectura que necesitamos que es, a la vez, una opción política irrenunciable.

Espacio Cultural Comunitario, 2007, Caracas, Venezuela. J. P. Posani.

Nuestras ciudades, y los ciudadanos que en ella solicitan trabajo y residencia permanente, reclaman remedios urgentes, claros y eficaces a una condición urbana que en lugar de paz y serenidad creadora, lo que procura es más calamidad, fealdad, peligro e inseguridad. No es posible ignorar la poderosa contribución de un buen diseño, una buena arquitectura, a una sociedad estable, con perspectivas de progreso y de mañanas mejores, reflejos de esa justicia urbana que se despliega en el afecto ciudadano por los espacios en los cuales trabaja, viaja, ama y descansa. La arquitectura que necesitamos, ya no podemos, no debemos, dejarla para un quizás y un tal vez. Es un asunto de ahora. Porque también es una consigna política.

Artículo publicado en el nº 5 de la revista de Artes del Ministerio del Poder Popular para la Cultura La roca de crear, Caracas, Venezuela, enero-febrero 2011

(1) Fotografía tomada de: Sibyl Moholy-Nagy Carlos Raúl Villanueva y la arquitectura de Venezuela, Lectura, Caracas, 1964. 
(2) Sitio: http://img88.imageshack.us/f/dsc00169ucv1yz.jpg/  Tomada: 10-11-2010 / 12M 
(3) Sitio: http://www.arqred.mx/  Tomada: 10-11-2010 /11:22AM
(4) Fotografía: JPP 2010

Comentarios

Entradas populares