Utopía de la realidad

No hay argumentos para no repetirlo: Simón Rodríguez tenía toda la razón. Inventar y no imitar ciegamente. La historia, hoy, le da la razón. Nos miramos alrededor, nuestras calles, nuestros edificios, nuestras ciudades, todo equivocado, seguimos imitando e imitando mal, equivocándonos y yéndonos de bruces, dándole patadas a la misma piedra. No quisimos escucharlo. Ni siquiera Sucre quiso escucharlo. Las condiciones históricas del momento probablemente se lo impedían. Y el loco Simón, cual profeta sin auditorio, quedó apartado y en la miseria. Pero sobre todo, sin escucha. Sin mentes dispuestas a dar el gran salto: de la realidad inmediata, atestada de prejuicios y hábitos (Einstein decía que es más difícil romper un átomo que una costumbre) a la persecución, loca pero generosa, de la utopía. La mentalidad supina, atrapada en los meandros de lo cercano, fue más fuerte.

Hoy vemos las consecuencias.

Seguimos imitando realidades ajenas. Se nos olvida examinar, reconocer, visualizar y oler este paisaje nuestro, este trópico tan sorprendente, tan diferente. Aceptar este pueblo y su manera de comer y hablar, de equivocarse y de acertar milagrosamente. En cambio seguimos empecinados, tratando de imitar los objetos arquitectónicos que el capitalismo decadente levanta en el norte industrializado. Creemos que acercándonos precariamente a los usos tecnológicos de occidente y a sus artefactos perfectos y relucientes de materiales inalcanzables, estamos “modernizando” el país. Cuando lo que estamos haciendo es una caricatura.

La búsqueda de la perfección, del acabado prolijo, de las secuencias perfectamente racionales, en el pequeño caos de nuestra “industria” de la construcción, es una hipótesis fallida de antemano.

(1) Escuela Vocacional Sra. Pou. Camboya, 2011. Rudanko + Kankkunen.

Hay que partir de dos consideraciones de fondo y de esencia. En primer lugar, la buena arquitectura, la que responde al mundo que nos rodea, la que se justifica automáticamente en la maraña de relaciones históricas que nos comprometen y nos incitan a vivir mejor, no es un juego de buscar una forma, de “crear” un objeto a escala de ciudad que por su novedad o audacia atrape la vista y sugiera una cierta aura de “belleza”. No, la buena arquitectura, por compromiso moral, por coherencia humanista, es la que contribuye a provocar mejores condiciones para la “buena vida”, ese término rescatado del pasado de la filosofía y colocado hoy en el centro del debate político mundial.

(2) Vista interior. Escuela Vocacional Sra Pou. Camboya, 2011. Rudanko + Kankkunen.

Y en segundo lugar, la perfección tecnológica, el acabado de primer mundo, no es necesariamente el objetivo de nuestra acción de diseño. Afortunadamente nuestra biósfera y nuestro ecosistema, en la franja tropical entre cáncer y capricornio, nos permite vivir de otra manera, bien diferente de la que debe responder al acoso climático de los inviernos helados y de los agostos asfixiantes. Y ello no nos exige hacer malabarismos tecnológicos para sobrevivir. Precisamos muy poco para ello. Podrían ser simples estructuras, milímetros o metros de espesor de materiales baratos, mucha sombra y grandes cantidades de aire. En esta misma franja climática, otros países, Australia, Sri Lanka, la India, Brasil, Colombia, han dado ejemplos extraordinarios de que con poco, con lo que predispone una economía de austeridad o una mentalidad de carpinteros de barcos, o la simple inteligencia de la sensibilidad, aprovechando carencias e identificando ventajas, pueden hacerse maravillas.

Es un reto.

Lo elemental no impide la calidad.


(1) Tomada de: www.plataformaarquitectura.cl Fecha: 12-08-2011 - 03:30 p.m.
(2) Tomada de: http://www.rudanko-kankkunen.com/ Fecha: 13-08-2011 - 09:35 a.m.

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