Ausencia de arquitectos, ausencia de arquitectura

Viviendas para las comunidades indígenas yekuana, piaroa, yanomami y arawako de La Esmeralda, Alto Orinoco. Fotografía: Yoset Montes / AVN

En los grandes programas de construcción, como el actualísimo, el de la Gran Misión Vivienda Venezuela, resulta casi inevitable que se dispare la contradicción dialéctica entre calidad y cantidad. Entre la lógica de la producción masiva y la lógica de la selección cualitativa, es inevitable que en el marco de nuestra tradicional indiferencia por la construcción del espacio, y bajo el acoso inmediato de los tiempos de ejecución, las exigencias de la cantidad son las que generalmente prevalecen. Podríamos darnos, no por satisfechos, por supuesto, pero sí resignados frente a la realidad del mundo que nos rodea y nos sumerge.

Al fin y al cabo las grandes tareas de la emancipación total del país y la de alcanzar un nuevo modelo de democracia integral, estarán íntimamente fundidas en el espacio urbano construido. Y lograrlo, aunque no sea sino en términos cuantitativos, ya sería una premisa extraordinaria. Lograr que todo el mundo, todos los habitantes de este país, se posesionen de un espacio humanamente digno y vivan en un contexto de nivel urbano decente, sería un milagro de civilización.

Pues no: no hay que resignarse. No. La gran meta de la cantidad debe poderse lograr junto con la otra gran condición, la de la calidad. Y ésta de ninguna manera debe interpretarse como una insistencia en el costo o en la perfección sofisticada de la tecnológica. Aquí en el trópico tenemos la posibilidad de hacer mucho con poco. En todo caso no cargaremos ya con el prejuicio pretérito y reaccionario de suponer que calidad equivale a lujo y opulencia de los materiales empleados. Pensar así es no haber entendido absolutamente nada de lo esencial del programa moderno y de su ética formal: lo importante no es el material sino el diseño y su contemporaneidad. Cuando Gropius decía que el diseño abarca desde el tenedor a la ciudad no estaba hablando de la suntuosidad de los acabados, sino precisamente del buen diseño como metro de juicio. Y el papel de los arquitectos es justamente hallar una de las combinaciones más acertadas, entre todas las posibles, para decirlo en términos muy sintéticos, entre economía de medios, funcionalidad programática y belleza formal. Su ética de trabajo, su utilidad social, estriba precisamente en cumplir a cabalidad con esa labor.

Un campo, para citar un ejemplo, en el cual los arquitectos, especialmente jóvenes, pueden y deben intervenir creativamente, es el de la vivienda que el Estado construye para las poblaciones indígenas. En efecto nuestras etnias presentan una gran variedad de exigencias culturales que sumadas a las grandes diferencias de ubicación geográfica, implican un panorama de retos apasionantes. Sin embargo las viviendas que en general se construyen a los indígenas venezolanos -remedos de las antiguas “viviendas rurales”- constituyen una prueba de la ausencia de reflexión y estudio.

Churuata Piaroa. Arquitectura Indígena de Venezuela. Gasparini y Margolies.

Desde nuestra óptica occidentalizada y nuestros hábitos culturales (deformados históricamente) les ofrecemos unos pobres espacios absolutamente inaceptables. En este caso es donde se hace evidentísima la indiferencia por parte del Estado (sea éste a nivel de ministerio, gobernación o alcaldía) hacia el papel que quienes saben más de diseño pueden desempeñar en la construcción de un espacio tan singular, símbolo y modelo de ese mundo mejor al cual aspiramos. Y aquí surge la pregunta angustiosa que nos estamos planteando desde hace décadas. ¿Por cuál razón, en los programas del Estado, en cualquiera de sus niveles, centrales, regionales o locales, no se hace suficientemente uso de la experiencia profesional de los arquitectos, a quienes por formación y especificidad técnica, les corresponde, precisamente, como hemos dicho, elaborar diseños que armonicen razones de atención ecológica y ambiental, de racionalidad constructiva y estructural, de economía y de estética también por supuesto (¿por qué no?), con las otras razones programáticas cuantitativas, económicas y políticas, de comprensión, inteligencia y previsión de los modelos habitacionales y vivenciales, hasta la traducción contemporánea de herencias de formas de vida tradicionales? ¿Por cuál razón el Estado no hace uso permanente y universal de los conocimientos de los profesionales que el mismo Estado forma en sus universidades?

Es una pregunta que nos hacemos, para entender mejor nuestras virtudes y nuestros defectos, pero que sobre todo dirigimos a quienes tienen poder de decisión.

Y para insistir en ello, volvemos a reponer una parte de un artículo muy pertinente, de hace algunos años, sobre el mismo tema, visto desde un ángulo parecido.


CALIDAD VS CANTIDAD


Todos los programas de este gobierno revolucionario deben, por razones de rigurosa coherencia ideológica, desarrollarse sobre una dimensión cuantitativa. ¿Por qué coherencia? Porque la dimensión de los pobres, en Venezuela, es la dimensión más grande, la que más duele, la que desde hace siglos espera justicia, igualdad, emancipación y progreso. Es a ella que debe prestársele atención antes que nada. Cuando vemos las cifras, las cantidades, los números, que evidencian el gigantesco esfuerzo que está realizando el Estado para construir el país al nivel de desarrollo humano que nos corresponde como pueblo – ni más ni menos que todos los demás pueblos, pero además con el valor agregado del socialismo – no hacemos sino constatar los intentos de realización de un proyecto justo históricamente. Hasta aquí, ni una duda.

Pero viene ahora el otro aspecto. La calidad con que se revisten esos números, cualquiera que sea el campo en el cual aparezcan. Y allí, lamentablemente, aparecen los problemas, y es allí donde es preciso hacernos una autocrítica. Porque esta revolución parece ser una revolución de los “sí, pero…”. Una multitud de “peros” se arrastran detrás de las afirmaciones positivas, de los logros indiscutibles, de los aciertos generosos, de las buenas intenciones. Los módulos de Barrio Adentro, sí, pero…, las escuelas bolivarianas, sí, pero… etc.

Estructura de Churuata Piaroa. Arquitectura Indígena de Venezuela. Gasparini y Margolies.

La cantilena se repite una y otra vez, y casi siempre es el tema de la calidad el que aparece en discusión… La calidad es tan importante como la cantidad. Mucho más si queremos hacerlo mejor de lo que el capitalismo ha sido capaz de hacer en sus momentos estelares.

Marx decía que había que montarse sobre los logros del capitalismo: que había que aspirar a aprovechar sus mejores resultados tecnológicos, científicos y culturales – que sería de tontos no reconocerlos – y proceder hacia arriba, a perseguir las estrellas. Así, pues, el asunto delicadísimo de la calidad de lo que hacemos es primordial. ¡No hay derecho, por ejemplo, a que nuestras nuevas escuelas no sean las escuelas mejor diseñadas del mundo!

Es un enorme reto: ¡la ciudad y la arquitectura del socialismo del siglo XXI!

Cantidad, pues. Pero ahora ya ha llegado el momento de dedicarle el máximo de atención a la calidad.

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