De Razón a Espectáculo, pasaje de ida y vuelta

Rascacielos de Dubai

por Juan Pedro Posani

No se puede negar que por dos diferentes vertientes -por un lado el proceso de mundialización y por el otro el discurso del relativismo- han coincidido en el convencimiento cada vez más extendido de la necesidad de la superación crítica del eurocentrismo. Pero, sin poner en la menor duda esta innegable y lógica exigencia, tampoco se puede tratar de disminuir el peso instrumental y hermenéutico de la razón, esa categoría dialéctica que es clave para el desarrollo de la ciencia y para la explicación de la realidad y que ha sido el centro de todo el trabajo de análisis y de descubrimientos que ha nacido justamente con la Ilustración, típico fenómeno europeo y occidental. La razón ha sido, es y será la herramienta capital para las relaciones entre la humanidad en su etapa de desarrollo moderno y la naturaleza. Y la razón, y las lógicas que implica, como palanca para el conocimiento y para el desarrollo de la tecnología, ha sido un regalo y una conquista que ya no podemos apartar de nuestras metodologías de diseño.

Por lo menos eso era lo que se pensaba. La arquitectura racionalista, de la época heroica de los grandes maestros, guardaba celosamente en su seno, a pesar de los matices y de las discrepancias, ese núcleo instrumental, ideal y referencia, método y disciplina, que justamente le autorizaba a Alberto Sartoris [1], en un libro célebre (entonces, hoy ya olvidado) en un precoz 1934, intitulado Introducción a la Arquitectura Moderna, a iniciarlo precisamente con el capítulo ¡Las Razones de la Arquitectura Racional! Un ejemplo [2], simplemente un recordatorio [3], entre otros miles, de la importancia definitiva que tuvo desde muy temprano, el llamado a la razón para la metodología del diseño, para su enseñanza e inclusive para la estética que de lo anterior se derivaba. Si este fuese un espacio para la exhibición académica erudita, se podría hurgar en la historia para hallar antecedentes que arrancan en el Renacimiento y tal vez antes. Pero no lo es, y por lo tanto es bueno que nos concretemos a una idea precisa: emancipación humana, razón y arquitectura han tenido en el siglo XIX y XX identificación clarísima, en sus enunciados y en sus resultados prácticos distribuidos en el mundo.

CCTV Building. Sede de TV estatal. Rem Koolhaas y Ole Scheeren. Beijing, China. 2004-08.

Pero llegó la moda del postmodernismo. Se sucedieron rápidamente varios ismos, todos en la búsqueda de traducir en términos de arquitectura, y también de ciudad, por supuesto, la crisis cultural y de principios producida por la enorme “afluencia” de los países industrializados. La absurda avalancha de dinero artificial que hizo hinchar y explotar todas las burbujas inmobiliarias del mundo “desarrollado”, en virtud de la ley que ata la arquitectura al poder, en este caso sobre todo financiero, necesariamente debía reflejarse en un sistema de diseño internacional que se ha saltado a la torera cualquier resabio de razón para instalarse en el reino de los excesos, de los entusiasmos engañosos, de las hipérboles, de la monstruosidad monumental, de los alaridos patéticos del espectáculo, esto es, de la más completa irracionalidad. El espectáculo sustituyó a la razón. ¡Ah!, ¡Goya sabia lo que decía! ¿Recuerdan? “El sueño de la razón produce monstruos”…

Semillas de Vida (Mención Honorífica del concurso Rascacielos 2011). Estudio Mekano.

En efecto los produjo. El talento, que sin duda lo había, se puso a valer. Pero la libertad inicial (Gehry) pronto se convirtió en arbitrariedad. La imaginación desbordada, el atrevimiento redundante, la competencia para demostrar ser capaces de la mayor locura, se pusieron de moda. Por supuesto todo ello, en esta fase de la llamada postmodernidad, se afincaba en requerimientos expresos, en exigencias precisas, en solicitudes formales, de financistas, de la mafia de los bancos, de los inversionistas, en pocas palabras, de un capital multinacional arrogante y enfermo y tan desquiciado que ha sido incapaz de advertir los enormes daños a que estaba sometiendo a su economía.

Propuesta ganadora para la sede del Banco de Beirut. Hapsitus, Líbano.

Hoy, las cosas han cambiado otra vez. Hoy la dramática crisis económica internacional está haciendo retroceder a los saltimbanquis de la arquitectura. Las escarcelas de los financias y de los inversionistas, se han cerrado. No hay disponibilidad. El espectáculo no hay quien lo financie. Los arquitectos célebres, los que disponían de oficinas de centenares de empleados, los y las archistars que viajaban en avión más tiempo de lo que pasaban diseñando, se hallan ahora frente a un mercado que ha menguado. Y ahora, entonces, se vuelve a hablar de sensatez, de mesura, de modestia, de respeto por el ambiente, de sostenibilidad, de economía de recursos, en suma, de racionalidad. Gehry diseña paralelepípedos rectangulares y dice que ya la situación ¡no está para gastos superfluos!.

Los 20 más altos en 2020 según el Consejo de Edificios Altos y Hábitat

La vieja razón está volviendo de regreso.

Ya era tiempo.


Fuentes: http://www.archdaily.com /http://www.plataformaarquitectura.cl/

[1] Por cierto, Sartoris en el libro “resume conferencias dictadas entre 1933 y 1936, en Buenos Aires, Río y Montevideo, por invitación de los “Institutos de Cultura Suramericanos”.

[2] “El racionalismo universal funda la realización del problema arquitectónico contemporáneo en la pura realidad que lo ata tanto a las exigencias estéticas del arte, como a las necesidades sociales y a los datos técnicos del urbanismo y del organismo constructivo”. Op.cit. pág.20.

[3] Se cita a Sartoris, pero la lista es larga: de Laugier, Durand, Garnier, Viollet-Le-Duc, Semper, Sant´Elia-Marinetti, Loos, Le Corbusier, Tessenow, Gropius, Meyer, May, hasta el primer indicio del retroceso, Reyner Banham, La retirada italiana del Movimiento Moderno, 1959.

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