Ahora, el debate


por Juan Pedro Posani

El MUSARQ está invitando a un ciclo de debates, como acontecimiento reflexivo y crítico, que concluye y cierra la gran Exposición “La vivienda en Venezuela, hoy y mañana”.

Algunas consideraciones necesarias. El Museo se ha tomado muy en serio, y seguirá haciéndolo así, la tarea de informar, documentar, proponer los materiales necesarios para comprender el mundo urbano en el cual están inmersas todas nuestras acciones de ciudadanos. Documentar la realidad para que sobre ella se pueda construir opinión y crítica, es una operación altamente democrática en la cual el museo quiere explícitamente participar. Es más: consideramos, como materia de principios, que la concepción museística contemporánea, en sus principales atributos de educación, información y debate, en un país como el nuestro, debe ser una obligación sagrada. Siendo la Gran Misión Vivienda Venezuela la más polémica, la más evidente y la que está dejando la mayor huella de cambio en nuestras ciudades y en la vida de sus habitantes, la primera iniciativa tenía que estar dedicada a ella. De allí la Exposición.

Cumplida esta primera etapa informativa, la que sigue es la que debe corresponder al ejercicio democrático por excelencia: reflexionar, criticar, y proponer. Esta reflexión que va a ser y debe ser colectiva, abierta, sintonizada en varios canales, acompañada siempre por el deseo sincero de lograr dar un paso más hacia un mundo mejor, es la que nos toca cumplir ahora. A partir de una realidad determinada, en este caso el programa gigantesco, casi heroico si sumamos toda la energía humana que se está invirtiendo en La Gran Misión Vivienda, en el marco de una situación tan particular como la de un país subdesarrollado, monoproductor y con una triste historia de dependencia, como Venezuela, es un programa que demuestra la enorme capacidad de creación útil y generosa de que puede hacer gala ese mismo pueblo, cuando las precondiciones políticas son las de la emancipación, de la independencia y de la libertad.

Las dimensiones cuantitativas de la Gran Misión Vivienda eran históricamente inconcebibles. Sin antecedentes comparativos. Hoy son razón de ser de un orgullo extraordinario: ¡somos capaces de eso! (y más). Para un pueblo como el venezolano, al cual habían acostumbrado durante largos años a autodespreciarse, a considerarse como sinónimo de chapucería balurda, de desidia culpable y a buscar siempre escapes culturales en el exterior, estar logrando las increíbles metas de la Gran Misión Vivienda, es como llegar a la luna.

Muy bien. Dicho esto, hay que mirar ahora hacia adelante. Y lo que es más sintomático, lo que mejor describe el salto cualitativo que ha ocurrido en la política venezolana, es que es el propio gobierno nacional el que pide un alto y una reflexión. Son los propios máximos actores de este categórico rechazo que es la Misión Vivienda Venezuela, de esta refutación decisiva a los siglos de política rastrera de sumisión y de mediocridad a que nos habían sujetado, quienes exigen participación, análisis, crítica, evaluación y propuestas. Porque son ellos quienes, desde sus posiciones de responsabilidad política, le solicitaron al Musarq que se convirtiera en mesa de discusión, en sitio de confrontación creadora, en dispositivo de avance participativo. No podría haber más claras y altas pruebas de espíritu democrático y de sincero convencimiento de la utilidad suprema del diálogo como instrumento de civilización.

Nos toca ahora comenzar otra etapa. En la cual, examinados aciertos y errores, implicaciones y supuestos, hay que expresar claramente las orientaciones que se desea se sigan para alcanzar la mejor ciudad para un mejor ciudadano. No son pocos los temas que conviene debatir. El extraordinario instrumento de civilización que es la Gran Misión debe ser perfeccionado: cómo hacer para que los centros urbanos aprovechen las grandes inversiones en vivienda para que éstas le otorguen a la ciudad todo el sentido publico de convivencia deseable; cómo hacer para que la relación vivienda-hábitat despliegue todas sus grandes implicaciones en términos de servicios; cómo hacer para que el diseño arquitectónico y urbanístico asuma la responsabilidad de responder al clima, al contexto y a una correcta interpretación de la ecología, en la perspectiva preocupante de las tres grandes crisis mundiales, de donde se deduzcan factores condicionantes y cualidades que operativa y morfológicamente caractericen nuestra arquitectura; cómo hacer para que el programa constructivo se afine a un nivel superior de eficiencia en lo económico y en lo tecnológico. Cómo hacer, en fin, para que la Gran Misión calce perfectamente en los perfiles de necesidades y deseos de ese pueblo al cual está destinada, en una permanente actitud de escucha y de captación de la participación popular. Con la mayor modestia pero también con la mayor audacia y ambición, los equipos de la Gran Misión tienen delante de sí una inmensa tarea de dimensiones no sólo cuantitativas sino, y ahora esto es lo fundamental, cualitativas.

Es una tarea colectiva. Participativa. Campo de debate de la más pura democracia humanista. Vamos a ver si estamos en capacidad de dar los pasos necesarios. Este ciclo de debates, es uno de ellos. Por más modesto y realista que sea, nos hacemos muchas promesas. Y no son ilusiones.


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