Ojo, ¿el "bienestar" conduce a la derechización?

(1) Down Town, Johannesburgo, Sudáfrica

1. Los sociólogos no le han dedicado mucha atención a este fenómeno. Pero es de suponer que pueden hallar en su estudio y explicación, un terreno fértil para un análisis novedoso. La historia nos muestra ejemplos contundentes: las grandes crisis socioeconómicas, suelen conducir por igual a acentuar salidas hacia las tendencias más radicales, bien sea hacia la derecha como hacia la izquierda, dependiendo naturalmente de las condiciones específicas. Verbigracia, para la enorme crisis europea derivada de la primera guerra mundial, y expresada por ella a cabalidad, solución radical de derecha, el nazismo; solución radical de izquierda, la revolución soviética. Eso en el caso de las crisis dramáticas de que está lleno el mundo. Pero en otros momentos y en otras mejores condiciones, la acumulación e institucionalización de factores progresistas y estabilizadores, tales como los que se concentran y concretan en el llamado “Estado del Bienestar” (Welfare State), puede producir un sensible deslizamiento o deriva (para usar un término más a la moda) con mucha más frecuencia hacia la derecha que hacia la izquierda.

Entiéndase que para que ello ocurra es indispensable que el Estado del Bienestar esté firmemente enmarcado, como siempre ha ocurrido hasta ahora, en el sistema capitalista mundial, como condición sine qua non. Entre muchos factores implicados, de las luchas sociales, sindicales, del peligro que estas luchas puedan convertirse en revoluciones, de los efectos positivos, inclusive para la hegemonía dominante, de que las condiciones de vida de los dominados sean medianamente aceptables, es que ha surgido la concepción y la práctica política del Estado del Bienestar. Un punto esencial de referencia, el New Deal del presidente Roosevelt. Pero mucho más de peso las medidas tomadas en Europa, después de la segunda guerra mundial, para organizar la acción del Estado en función del bienestar de todos los ciudadanos. Dadas estas condiciones, la implementación de las medidas clásicas correspondientes a un programa de Bienestar Público, acompañadas por sus efectos sociales de mayor trascendencia -reducción de la pobreza, asistencia al desempleado, sueldo mínimo, seguridad en la salud y en la educación, vivienda popular, sistema de pensiones, etc.- tiende generalmente a desmantelar en las capas medias la tendencia a la rebeldía, a reducir la independencia de criterios, a esposar estrechamente la movilidad social a la propiedad inmobiliaria, a subordinar firmemente las mentes a las exigencias y a los proyectos del mercado, en pocas palabras, a empastelarlas en la realidad empalagosa y egoísta de una progresiva derechización.

Los efectos colaterales, políticos y culturales, son notables: se endurecen las exigencias sagradas de la propiedad, en cualquiera de sus vertientes y características. Se acentúa el natural sesgo egoísta del ser humano hasta niveles asombrosos de individualismo, en desmedro de los valores de solidaridad y justicia. En la cultura se produce una reducción catastrófica de la inteligencia social e individual al concentrarse el interés colectivo en las actividades absolutamente superficiales y desviacionistas del espectáculo. En lo político se renuncia a todo esfuerzo por comprender la realidad y se confía ciegamente en las manifestaciones más indignantes de la derecha reaccionaria.

Zygmunt Bauman ha definido esta etapa actual de la evolución social de los países del llamado primer mundo, con los términos de “modernidad líquida”. En ella y con ella, la modernidad pierde los sólidos atributos originales, referidos esencialmente a los conceptos tradicionales de progreso y de democracia capitalista, para volverse un contexto disuelto, fofo, ambiguo y sin permanencia donde todo es posible y justificado siguiendo pasivamente las supuestas leyes del mercado. En ese contexto la derechización reina sin disputas.

2. Y derechización, el proceso de deslizarse progresivamente hacia la derecha, en el pensamiento, en las ideas y en las acciones, equivale al proceso de ir progresivamente aburguesándose. Adherirse a la derecha e ir aburguesándose significa renunciar a la mirada de altura, a todo intento de hacer de la solidaridad social el objetivo político principal, así como también a todo comportamiento personal que no implique, girando alrededor del dios dinero como eje absoluto, el interés individual. Ideales de justicia, utopías de convivencia inteligente, principios de fraternidad con los oprimidos, preocupación por la salvación del planeta y de la especie, se desechan y se apartan como si fuesen pretensiones infantiles, pero, eso sí, teniendo buen cuidado de ajustar las palabras a una fachada retórica y engañosa.

El centro de este proceso de aburguesamiento, según Ulrich Beck, otro agudo analista crítico de la sociedad actual, es, en sus palabras, la “atomización social”. Con el escudo de la defensa de los derechos del individuo, cada persona es aislada en sus prioridades individuales, y se la deja sola sobreviviendo en una selva dominada por los grandes intereses de los mercados. En resumen, derechización y aburguesamiento acompañan a una inversión de valores que atenta contra la antigua y noble aspiración humana, de su parte racional y empática, de emancipar la sociedad, de superar definitivamente el odio, la injusticia, la barbarie guerrerista.

Algunos ejemplos pueden ser útiles para comprender los mecanismos de esta involución política y cultural. Un caso notable es Italia. Recién salida del desastre de la guerra, con la música de Luciano Berio, con la pintura realista de Guttuso o la abstracta de Emilio Védova, con el diseño industrial, la arquitectura, con el extraordinario cine del realismo, con la literatura de Pasolini, así como, paralelamente, en la política, con el esfuerzo notable de autocrítica marxista, el pueblo italiano se constituyó en nueva referencia mundial: un fermento creativo invadía todos los ámbitos.

Pero luego llegó el bienestar. El nivel de vida de casi todos aumentó notablemente. A pesar de las eternas diferencias entre norte y sur, la capacidad productiva del país logró metas insospechadas para un país acostumbrado desde hace siglos a situaciones muy agudas de pobreza crónica. Es no sólo el lujo en las capas superiores, sino el confortable escapismo desde el cual las crecientes clases medias hicieron del fútbol y de las competencias canoras, un apabullante y totalitario negocio-espectáculo, metas de las horas de un esparcimiento cada vez más decadente y pasivo. Y llegó la catástrofe: el fenómeno vergonzoso del señor Berlusconi y sus socios de la “Lega Padana”, la propia esencia de la reacción política más brutal e ignorante, expresada y representada en los millones de votos derechistas que la corrupción de la “clase” política recogía en cada vuelta de gobierno. Y la izquierda, atrapada ella también en el mismo pantano, se resignó a una política sin significados ni promesas ni ideales.

Italia se convirtió en un país completamente distinto. El bienestar ahogó los impulsos creativos. La rutina blandengue de la indiferencia y el lucro, la televisión, las expectativas de las vacaciones y de las pensiones, mataron la verdadera cultura, esa antigua cultura de la vida, de la existencia en común, que sin embargo hizo tan atractiva la historia de Italia. Ese bienestar colectivo, alcanzado a punta de sacrificios y de trabajo, se instauró, no lo olvidemos, en el marco más estricto y abarcante de las leyes del capital. Ese marco, paulatinamente encerró las mentes en jaulas doradas, las convenció de que la felicidad, modesta o desbordante, debía buscarse en un hedonismo fácil y exterior pero sobre todo individual. La derechización cultural y política se hizo universal y aparentemente definitiva.

¿Cómo se pasó del hervidero de ideas y de propuestas atrevidas, de invenciones y de transgresiones en todos los ámbitos, típico de la Italia de los años 50-60, al bochornoso vacío actual, a la derechización más miserable de Europa? Pues bien, la respuesta no puede estar sino en el proceso paulatino de distribución del bienestar como compensación por la absoluta pasividad social. Hay bienestar y hay derecha. Triste conclusión. Los dos fenómenos andan juntos y emparejados.

Italia es un caso más. Pero ahí está China, ahí esta España, ahí está Francia, ahí están todos los demás países donde se ha mantenido algún modelo de Bienestar Público. Entre caso y caso las diferencias son notables. Es verdad que en el caso de China el aburguesamiento, que arroja el testimonio de versiones memorables por lo inmoral, deriva del propio abandono del régimen socialista para adoptar el capitalismo autoritario. No se trata pues de Bienestar socializado sino de lucro a como dé lugar, cada quien defendiéndose solo. Tan sólo en el modelo nórdico, especialmente el de Noruega y Suecia, el Estado de Bienestar se ha mantenido, con mucha dificultad, dentro de parámetros políticos que en cierta manera han permitido frenar el aburguesamiento hasta niveles más puritanos o, si se quiere, más elegantes.

3. De lo anterior, si se lee de manera desatenta, pudiera argüirse que la correspondencia entre los dos factores es siempre inevitable y que por lo tanto a las grandes masas de ciudadanos sometidos e inconformes, naturalmente orientados hacia la izquierda, conviene mantenerlas en una vida precaria, no vaya a ser que se vuelquen hacia la derecha. Esto es, otra edición del “Mientras peor, mejor”…. Los conflictos garantizarían terreno fértil para el crecimiento de las ideas de la izquierda. Difícil pensar, en realidad, algo más grotesco y perverso. Mientras existan penurias y tragedias sociales, se mantiene un terreno abonado para el espíritu de rebelión. Ergo, ¿qué?... Nada, no hay nada que puede sostenerse a favor de semejante disparate.

Sin embargo el fenómeno del deslizamiento hacia la derecha que acompaña al crecimiento del bienestar dentro del régimen que domina el capital, existe, como hemos visto, se produce y se reproduce. Por lo tanto hay que considerarlo en su realidad, en sus dimensiones y en su probabilidad de ocurrir. El deslizamiento ocurre porque mientras se realizan esfuerzos de mejoramiento de la calidad de vida colectiva, no se toca la estructura sagrada del capital que todo lo envuelve, penetra, deforma y condiciona. Ahora, a un nuevo nivel cultural más alto, las exigencias y los deseos del consumismo se renuevan y se incrementan apagando toda razón de autoexamen crítico y inflando expectativas.

4. Un gobierno democrático y progresista, el nuestro, redistribuye el ingreso petrolero para alcanzar una mayor inclusión, no ya para la oligarquía del dinero (¿recuerdan aquel excelente libro de los años 60, de Domingo Alberto Rangel?), sino y sobre todo para los desheredados de siempre, para los condenados de la tierra (¿recuerdan ese otro libro de Frantz Fanon?). Y qué pasa? Dentro de los grandes sectores de población, a quienes se les ha hecho justicia, que ahora tienen vivienda, salud y educación gratis, es decir, que están saliendo de la pobreza, hay grupos que dudan, evalúan… cacerolean y votan en contra.

Es una decisión de una minoría relativamente pequeña si se compara con el volumen total. Y, desde luego, hay muchas otras poderosas razones de evaluación crítica que pesan en la determinación final. Pero de todos modos se trata de un fenómeno que merece ser analizado. Porque, salvando las diferencias inevitables, en ello hay algo común con el proceso, lento pero visible, del logro de provechos y conquistas que justamente se le atribuyen al bienestar del Estado de Bienestar. El asunto es que saliendo de la pobreza, nuestro pueblo asume la dignidad que es típica de la clase media, la más próxima en la escala social. Es lógico, no hay otra más a disposición, especialmente cuando por décadas los grandes y potentes instrumentos de socialización, la televisión y los periódicos, no han hecho otra cosa que presentar como valores superiores, o si se quiere, como valores normales, precisamente los de la clase media mediatizada. En eso consiste el peligro de aburguesamiento cuando se pasa del barrio al edificio residencial en el centro de la ciudad. Si ese paso no es acompañado por un ejercicio permanente de democracia participativa, de educación política y de diseño urbano coherente, el aburguesamiento con todos sus defectos va a tomar la delantera.

Si lo que se construye como programa de vivienda, repite las formas, modalidades y módulos tipológicos de la vivienda y conjuntos habitacionales típicos de la clase media, va a ser muy difícil, pero muy difícil, que los resultados en términos de comportamiento social, incluyendo el comportamiento político, no tiendan a un aburguesamiento progresivo.
(2) Ecatepec, Ciudad de México, México

Es por ello, si esta tesis es cierta, que es responsabilidad de los equipos de arquitectos y urbanistas sobre quienes recae la responsabilidad de diseñar las nuevas viviendas, de analizar detenidamente formas de comportamiento de clase, de estamentos y estamentos, de grupos localizados y de aspiraciones difusas, para poder definir el carácter de los conjuntos que se están construyendo. Porque en lo que ellos diseñen podrá haber mayores o menores estímulos, facilidades u obstáculos para el desempeño social de los habitantes. Una condición para que no se produzca un deslizamiento hacia la derecha y sus antivalores, es que la nueva vivienda contenga también todas las promesas de una vida distinta, de las condiciones de “grandeza” espacial, de novedades tipológicas y funcionales que anuncien y posibiliten la organización espontánea de interrelaciones comunitarias creativas, altruistas, generosas y libres. Es fácil decirlo. Difícil realizarlo en la práctica, sobre todo cuando el rigor y la disciplina del apuro, de las emergencias o de la estricta economía, imponen decisiones casi instantáneas que recortan sueños y tumban ideales. Cuando en los primeros años de la revolución soviética, los arquitectos más avanzados se vieron frente a la tarea de diseñar los nuevos edificios para los proletarios, no repitieron lo acostumbrado, lo conocido, acudieron en cambio al esfuerzo gigantesco de imaginar una nueva realidad arquitectónica y urbanística, tipológica y formal, que pudiera traducir en términos de lo construido, la imagen y la práctica de unas nuevas relaciones sociales. Si se equivocaron nunca fue por estrechez de miras. Siempre lo fue porque se adelantaron demasiado y se quedaron solos frente a la crueldad impositiva de lo material, de lo económico y de la cortedad burocrática, que impidieron la continuación de experimentos extraordinarios.
Es conmovedor ver los esfuerzos de los nuevos propietarios de las nuevas viviendas, para ajustar los espacios a sus propias y específicas condiciones. Esfuerzos y trabajos de apropiación que podrían ser equivalentes a lo que en la jerga del mercado se califica como “personalización”, trátese de un carro o de un celular. Pero habría que preguntarse también si es inevitable que esos esfuerzos y esos trabajos, realizados con una alegría entusiasmante, deban caer en la repetición, absurda con frecuencia, de los modelos vistos en la escenografía de las telenovelas. Tal vez preguntarse por ello no tenga ninguna vigencia, porque en el fondo sería como ponerse a pelear con un problema gigantesco, universal y hondo como los misterios de las preferencias individuales, como es el del buen y mal gusto. Pero es que no se trata de un problema de gustos. Se trata de que los espacios de las viviendas supongan en su concepción, la flexibilidad y la complementariedad con los espacios comunitarios que deben acompañarlos para que conformen de verdad un hábitat.

5. En síntesis, para que el incremento del bienestar, de la “vida buena”, no deslice automáticamente a los ciudadanos, como en una dura ley sociológica, hacia una derechización y un aburguesamiento progresivos, parece ser indispensable que se produzcan dos condiciones, a saber, la primera, que paralelamente también se incremente y desarrolle la estructura democrática y participativa de la comunidad, y mediante su presencia cotidiana se sacudan y expulsen los vicios adquiridos y se reduzcan, aíslen y contrarresten los agentes de las miserias humanas que resultan de nuestra herencia animal y de las deformaciones consumistas inherentes a la sociedad actual. En pocas palabras, que se les corten las raíces a las plantas venenosas de la internalización capitalista.

La segunda, que se realice una reflexión continua, experimental y atrevida en el plano del diseño. Con ella se atendería, en lo urbano y en lo arquitectónico, a las exigencias de plenitud de servicios que debe siempre estar asociada a la construcción de unidades de viviendas individuales -requisito esencial si defendemos los principios de la constitución real del hábitat y de la ciudad socialista- con el objetivo primordial de que los ciudadanos no se enquisten en la atomización y puedan, por lo contrario, encontrar las mayores facilidades para desarrollar las cualidades superiores de la solidaridad comunitaria. No es utopía aspirar a un modelo de ciudad, hermosa y justa, donde sea posible verificar el ejercicio de la “vida buena”. En el próximo futuro, con la continuidad del programa, hay que dar un paso definitivo y atreverse a imaginar la realidad de una nueva ciudad, para que la oferta política sea completa y podamos seguir nutriendo también de sueños generosos a este proceso gigantesco de realizaciones.

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