Pequeños detalles

Pequeños detalles dan indicios de algo más grande que se oculta detrás de ellos. En las páginas de la publicidad inmobiliaria de las grandes ciudades occidentales (o de las que quieren serlo sin serlo, como las del medio oriente) aparecen ahora con mucha frecuencia los nombres de los arquitectos famosos que han diseñado las torres y los rascacielos que ya son moneda corriente en los mercados de los metros cuadrados del lujo internacional. Una razón más para entender el oficio del arquitecto, hoy. O por lo menos de aquellos arquitectos que han entrado en el juego del Star System. Instrumentos decorativos al servicio de los intereses del gran capital, no tienen objeciones éticas. ¿Por qué deberían tenerlas? Si el espacio es negocio, si la ciudad se formaliza como mercancía, si todo el mundo está conforme con eso, si ése es el mundo real, ¿irían acaso Norman Foster o Rem Koolhaas o Toyo Ito a reclamar su independencia cultural, desdeñosos de ensuciar su nombre con los oscuros intereses mercantiles? Nada, si hasta los médicos, en Estados Unidos, se hacen propaganda en los periódicos y revistas, reclamando en “sana competencia” sus mejores habilidades profesionales.

Es el caso, en esto de reflexionar sobre lo que ocurre en lo contemporáneo, por ejemplo, de que la compañía francesa Dassault, muy conocida por sus productos industriales, entre los cuales unos célebres y mortales aviones de guerra, está interesada, en plan de diversificación de producción y de ampliación de mercado, en que se conozca su nuevo programa computarizado para ser utilizado en el diseño y en la construcción. Algo parecido, se supone, al que ya utiliza Frank Gehry para pasar de sus papeles arrugados a la realidad construida. Nada de malo, si al fin y al cabo, se trata de extender la panoplia de los instrumentos tecnológicos a disposición del oficio de construir. Y de Frank Gehry hablamos: son justamente sus torres de viviendas que ha terminado en Nueva York, las que le han permitido aplicar el sistema en cuestión. Para decirlo con mayor precisión, las torres que, según la publicidad de Dassault, han aprovechado las ventajas del “sistema”, para su diseño. ¿En qué consisten las ventajas para los resultados visibles? Bueno, en que el recubrimiento de las fachadas, realizado en acero inoxidable, se retuerce graciosamente creando un curioso juego óptico, con el efecto de asegurarle al edificio una personalidad exterior bien diferente de la de las demás edificaciones contiguas. Claro está, no es fácil hallar soluciones novedosas, diferentes, llamativas, en el círculo reducido de normas, materiales y métodos constructivos de la práctica profesional normal de “la ciudad que nunca duerme”. Pero es inevitable la reflexión: un nuevo sistema, y mucha publicidad para su difusión y venta. ¿Ventajas para la arquitectura? El resultado práctico es que Gehry pueda “arrugar” su fachada y ¡el cliente pueda ufanarse de la originalidad de su mercancía!

Es decir: ¡tanto estudio e investigación, tanta técnicos trabajando, tanta inversión de dinero, para arribar a semejante frivolidad, para llegar a esta negación de la buena arquitectura, de la que se supone debe contribuir a mejorar el mundo! 

¡Qué distancia de aquel periodo dorado cuando fraguó la arquitectura moderna del siglo XX! ¡Qué diferencia con aquel empeño tan común entonces de participar en la construcción de un mundo mejor! Y sin embargo, tal vez las tensiones morales podríamos todavía hallarlas en el tercer mundo, desde donde el paisaje se lee con más fuerza y claridad. 

En el Musarq estamos preparando la próxima gran exposición sobre la arquitectura indígena. Y desde el análisis de su experiencia es impactante constatar la enorme correspondencia constructiva, física, material, espiritual, en lo estricto de lo funcional y en lo espléndido y hermoso de lo estético, entre la voluntad humana de construir un abrigo y la naturaleza. Esa correspondencia triádica, naturaleza, técnicas constructivas y forma de existencia social, que lo abarca todo, desde el primer tronco que se hinca hasta la última palma de las cubiertas del shapono o de la churuata, esa respuesta finísima e inteligente del indígena a las condiciones ambientales, es de una potencia apabullante. Tan intensa y sabia es la lección que se extrae de la experiencia constructiva indígena, que al volver la atención a lo que estamos construyendo hoy en el mundo, avergüenza la incapacidad perversa con la cual lo estamos haciendo. Y volviendo a lo de Gehry, por contraste se ilumina con toda claridad el tremendo vacío de esa arquitectura dedicada casi exclusivamente a glorificar el espectáculo. Nadie duda de la habilidad del celebrado arquitecto canadiense para elaborar “objetos escultóricos de dimensiones arquitectónicas” que en lo espacial y volumétrico pueden crear una alta resonancia estética en el público. Así lo atestigua, por ejemplo, Bilbao. Pero, en su caso como en el de la enorme mayoría de la arquitectura que se construye en el mundo, desarrollado o no, se ha abandonado por completo la inteligencia y la disposición para entender la naturaleza del ambiente y el “ambiente” de la naturaleza. Desde aquellas afirmaciones, años 60, de Reyner Banham, uno de los héroes de nuestro pasado moderno, de que una caja más o menos transparente con aire acondicionado, resuelve la mayor parte de los problemas de diseño, hemos avanzado o mejor dicho, hemos retrocedido hasta desentendernos, hasta despreocuparnos por la orientación, la relación con el sol, con las lluvias, con las brisas, con las temperaturas, con la historia y con todos los accidentes de aromas, colores, olores y texturas bio-geológicas con los cuales se componen y complementan las complejas estructuras ambientales. Es por ello que en el mundo kilómetros cuadrados de construcción ignoran las leyes elementales de las relaciones con el ambiente y con la racionalidad de las funciones. Espacios sin calidad, cerramientos absurdos, estructuras costosas junto con cicaterias mezquinas, materiales inadecuados, simetrías obsoletas, innecesarias fachadas de vidrio, cargas desproporcionadas de técnicas de acondicionamiento, millones de obras torpes y mediocres que no atienden a lo esencial: la buena calidad de vida humana. Y aquí también, con nuestra arquitectura, en lugar de exaltar y aprovechar los valores de la naturaleza (en particular los de nuestro trópico) los ignoramos, los aplastamos, los destruimos. Y lo que ocurre con el ambiente natural, lo mismo ocurre con el ambiente social. En las edificaciones, es una autocrítica necesaria, no hay tiempo o no hay disposición para investigar cómo llegar a establecer la mejor identidad entre arquitectura y programas sociales. Y por lo tanto, aquí, como siempre, reaparece la necesidad de afinar la conciencia política.

La pregunta clave que se nos olvida plantearnos: parafraseando a Louis Kahn, ¿qué nos pide este punto del mundo en el cual vivimos y construimos? Aterradora es la respuesta que estamos dando. Desde Dubai hasta Manhattan, la ignorancia ambiental combinada con la soberbia tecnológica construye y construye sin beneficio alguno para la calidad de vida de la humanidad. En realidad es más lo que se destruye que lo que se edifica. Como elefante en cristalería, el negocio inmobiliario internacional aplasta las sutiles relaciones ambientales, las delicadas pero firmes conexiones entre grupos sociales y naturaleza que se afincan en la historia y en las tradiciones. Pero nuestras comarcas subdesarrolladas y dependientes, no se excluyen de esta maligna enfermedad que aqueja a la arquitectura mundial. Como decíamos, nosotros también, en nuestro trópico excepcional, no nos planteamos ya la clásica pregunta que el maestro Villanueva ponía al comienzo de toda sesión de crítica de diseño: ¿dónde está el norte? 

Es probable que la gravedad de las crisis energética y climática, obligue en algún momento a interrumpir esta trágica secuencia de acumulación de disparates. Es probable que la razón recobre vuelo desde las experiencias bien intencionadas, aisladas y sin mucho apoyo, que se han venido haciendo, y sobre las cenizas de nuestros errores algún día se vuelva a aplicar algo análogo a los procedimientos de la antigua sabiduría indígena. Pero no hay que hacerse muchas ilusiones. Especialmente si este rescate de la razón y de la solidaridad con la materia viva del mundo, no está acompañada de una renovación radical, de fondo y de forma, de nuestras estructuras políticas enfermas. 

Pero no por ello debemos acorralarnos en la indiferencia resignada.

La lucha por lograr una humanidad mejor en un mundo mejor construido, es eterna. Lo que hace falta es perseverancia.

JPP.


La Torre Beeckman, 8 spruce St., New York, 76 pisos, apartamentos de a por lo menos 6000 $ mensuales. Diseño de Frank Gehry, "quien se inspiró en como se comportan las telas con esos pliegues metálicos que no pretenden otra cosa que transmitir la sensación que le da a una nena ser arropada entre los brazos de su madre".

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