Conclusiones sobre las conclusiones

 Conjunto Santa Rosa, Alcaldía de Libertador, Caracas

Los resultados del exitosísimo ciclo de discusiones y presentaciones, reflexiones y críticas, concretado durante tres meses en el Musarq, sobre el acontecimiento urbano más importante del país, la Gran Misión Vivienda Venezuela, deberían, deben, abrirse a un razonamiento adicional, si se quiere más sintético. 

Justamente por la enorme implicación que se deduce de la trascendencia, casi de acto heroico, de manifiesto-declaración internacional, de grito de esperanza para el futuro de la vivienda social en nuestros países, inscrita en la Misión Vivienda, es que la responsabilidad política de haber emprendido semejante gigantesco proyecto, se traduce en la responsabilidad de la calidad de los resultados. Darnos cuenta de la tremenda dimensión y repercusión de lo que se ha emprendido, implica automáticamente declararse insatisfechos de los resultados. Con la GMVV, lo que se ha prometido al país, a Latinoamérica, al mundo, es demasiado grandioso y potente para conformarnos con resultados cuya calidad no esté igualmente a la altura de sus dimensiones cuantitativas. Si hay que ser excesivos y radicales en las observaciones, hasta ser duros en las críticas, bueno, es preciso serlo, porque lo que está en juego es demasiado grande. Porque más allá de los inevitables  asedios burocráticos, de los comprensibles y necesarios acuerdos y tareas políticas inmediatas, con la GMVV se está comprometiendo todo un programa a corto, mediano y largo plazo, de liberación de la penuria y de la pobreza, de verdadera emancipación democrática, como en un resumen sucinto, un compendio programático de lo que debería proponérsele a la humanidad, a esta humanidad inocente y criminal, estúpida y maravillosa, que se debate entre una esperanza de compasión y comprensión y una realidad atroz y fatigosa de opresión, imbecilidad y odios, en lugar de seguir en la gigantesca tarea de asegurarnos un mundo sereno, libre, justo e igualitario, y de ciencia y sabiduría social.
 
1. Una vez reconocido y conservado a buen resguardo documental el dato de la excepcional dimensión cuantitativa del GMVV, cabe preguntarse si todo en lo que se está realizando se manifiesta una pareja dimensión de calidad de diseño y ejecución. La respuesta es que no. Hay que reconocer que hay obras sumamente buenas, otras aceptables y otras francamente mediocres. Conjuntos excepcionales y otros en los cuales se añora lo bueno que hubieran podido ser y que no son. Logros envidiables, muchos. Oportunidades perdidas: muchas también. Queda rotunda y conclusiva la afirmación del ministro Ricardo Molina: “Errores. Muy bien. ¡Pero este increíble programa lo estamos cumpliendo!” ¿Quién, que no esté cegado por la ideología, podría negarse a aceptar la contundencia de su realismo? ¿Quién, con sentido de historia patria y conocimiento de política doméstica, puede dudar del enorme compromiso ético, ¡ético, atención! que implica construir en poco tiempo, miles y miles de viviendas, en un país como el nuestro, atravesado por una violentísima polémica ideológica, con el peso de intereses económicos y mercantiles tan negativos como poderosos, con comedidos recursos materiales y tecnológicos, y, sobre todo, con una radical tradición de ineficiencia y de desvergüenza rentista como la nuestra?
 
2. Como dijo, en una de sus intervenciones el arquitecto Lucas Pou, al referirse a uno de los proyectos en construcción, “estaría muy bien en cualquier país de los llamados desarrollados”. Aparte el hecho de que no satisface, no es suficiente estar a la par de esos países, pues aquí se trataría de un programa diferente, fundamentado en la perspectiva de un progresivo acercamiento a una estructura social de raíz y de contexto diferente, en la cual es esencial el reclamo a reconstruir aquí, de otra manera -mejor esta vez- la experiencia de la relación comunitaria socialista, a volver a ensayar un mundo mejor. Es cierto, sin embargo, que si, de todas maneras, se compara lo que se está haciendo en el mundo en el tema de vivienda social, y lo que en Venezuela se está realizando, en conjunto queda muy bien parado nuestro nivel de seriedad y de lógica constructiva y tipo-lógica. ¿Qué se hecha en falta, entonces? ¿Dónde están las carencias?  Bueno, en lo esencial, y para expresarlo de una manera que de seguro puede parecer excesivamente sintética: hace falta más arquitectura.(1) No se trata, entiéndase bien, de la desdeñosa insatisfacción de quien desea la excelencia en abstracto sin atreverse a considerar las dificultades reales que obstaculizan la acción. El punto radica en una exigencia absolutamente coherente con la finalidad superior de la Misión: el experimento socialista, en paz. La ciudad socialista, infinitamente mejor que la actual. La superación modélica del atraso humano y del binomio pobreza trágica-derroche opulento que ha caracterizado a la infeliz dependencia subdesarrollada. Un mundo mejor implica hacer de la arquitectura de la ciudad un requisito de presencia contundente. Para ello se requiere audacia, emprendimiento, intrepidez, atrevimiento, osadía. Los errores que se puedan cometer deberían derivar del exceso de audacia y no de la ignorancia. En otras palabras, mayor presencia de la arquitectura, de buena arquitectura. Y no se está hablando, ojo, de que la calidad visual de la arquitectura sea mayor, de incrementar esa superficie brillante, hedonista y vanidosa a la que están dedicados los “grandes” del star-system. No, se está hablando de esa cualidad de la arquitectura que la hace, intensa, original y siempre moderna. Citando a un excelente arquitecto de palabra aguda y sensible como Juhani Pallasmaa, se trata de “su capacidad (de la arquitectura) de incorporar valores colectivos idealistas y ambiciosos en el terreno de la cultura”.

3. Para ello hacen falta que la arquitectura, como método de trabajo, se articule en seis niveles de actuación operacional. Primero en tres niveles de funcionalidad: funcionalidad doméstica, funcionalidad comunal, funcionalidad urbana. La funcionalidad doméstica es la que sintetiza, en términos actuales, la experiencia humana de la vida familiar, tal como es expresada y recogida en las exigencias populares. La funcionalidad comunal es la que surge como necesidad del programa democrático e igualitario de la vivienda colectiva socialista, y la funcionalidad urbana es la que permite, gracias a los nuevos conjuntos, asegurar y totalizar una vida urbana más intensa y feliz, una mejor ciudad. Los tres niveles anteriores deben combinarse necesariamente con otros tres, la relación funcional con el contexto natural, el trópico, la funcionalidad económico-constructiva y la funcionalidad ecológica planetaria. En los seis niveles de funcionalidad se concreta lo que llamamos la realidad cualitativa de la arquitectura, de la buena arquitectura. Lo demás, las elevadas cualidades visuales, estéticas, espaciales, significativas en sus valores simbólicos, aparecen de manera casi simultánea, o para decirlo con una mayor precisión que no deje espacio para malas interpretaciones, derivan o surgen directamente de una operación de diseño correcta, nunca como agregado superficial, decorativo y frívolo, sino integradas en la búsqueda de la eficacia funcional en los seis niveles.(2)  Es la eterna rigurosa realidad de la arquitectura, aparato, dispositivo, mecanismo, instrumento, cobijo imprescindible, contexto siempre indispensable para la vida de la sociedad humana. De ahí la mayor importancia de la presencia significativa (y reconocida como exigencia social) de la arquitectura en el programa de la GMVV.   

Plaza Cubierta, Ciudad Universitaria de Caracas

4. Para que ello pueda realizarse, y que la buena arquitectura se difunda a todos los niveles, deberían concurrir muchos y variados factores. Pero hay uno, en particular, que luce como indispensable. Tal vez puede parecer que lo decimos porque así lo exige esta condición nuestra de ser “museo de arquitectura”, condición que hace que con los arquitectos tengamos una relación especial. Pero no parece posible que la buena arquitectura, hoy, en el orden de la producción socio-productiva actual, pueda difundirse seriamente, tal como se ha planteado, sin una participación integral, masiva, continua y responsable de un número cada vez más creciente de arquitectos. Únicamente apelando al talento individual de los arquitectos, multiplicado por los efectos de la labor en equipo, es que podrá aumentarse al máximo el valor socio-cultural de lo que se está construyendo. Pensamos especialmente a ese importantísimo 60% que realizan las comunidades organizadas: únicamente con el acompañamiento disciplinado del diseño de arquitectos, es que podrán enderezarse los resultados hacia conjuntos funcionales, verdaderamente coherentes con las aspiraciones populares, en el marco de una racionalidad urbana moderna.
¿Método de trabajo? No nos cansaremos en recordar también la utilidad, la eficacia político-cultural de emplear constantemente, hasta donde se pueda, por parte del Estado, el sistema de concursos. Es parte de una experiencia de siglos y casi universal. ¿Qué nos ha impedido y sigue impidiendo aplicarlo aquí, cuando hoy es fundamental reunir la mayor cantidad de talentos jóvenes y de conocimiento experto, en una contribución pública a la acción de construir la ciudad?  

5. Quedan por discutir colectivamente algunos temas muy importantes, relacionados estrechamente con la GMVV, pero que atienden también a una órbita internacional, como son el tema del carácter de las nuevas ciudades, el tema de las ciudades satélites, (¿ciudades de verdad o ciudades dormitorios?), el tema del incremento de la densidad en la ciudad compacta (¿hasta dónde, hasta cuánto?), el tema de la agricultura urbana (¿lo tomamos en serio, o no?), y el tema de un necesario Instituto descentralizado de Diseño como instrumento de pensamiento, reflexión y acción urbana del Estado.
Hay que destacar que debe ser responsabilidad del Musarq continuar su labor de presentación y análisis de estos asuntos, entre los cuales cabe volver a señalar uno, con mucho énfasis, el de las “ciudades dormitorio”, que es causa de los más graves y permanentes padecimientos entre las afecciones de los organismos urbanos
Y por último, una observación que en verdad debería venir de primera. No es conveniente confundir el estado de bienestar con el socialismo. El estado de bienestar es un logro que en los países así llamados “desarrollados” ha resultado de una infinita cadena de luchas por una democracia de vida social en la cual se respondiese de manera igualitaria y justa a las necesidades básicas de la mayorías, de educación y salud y trabajo. En esos aspectos, los niveles alcanzados, a pesar de las otras vertientes abominables que lo siguen acompañando (imperialismo, guerras, xenofobia ideológica, racismo, explotación de los más débiles, etc.) son notables. Pero el socialismo participativo es algo más, mucho más. Responde a la aspiración de largo aliento histórico, de lograr para toda la especie humana, con todas sus diferencias internas, una condición de máximo desarrollo (pacífico) de sus potencialidades materiales y espirituales en el marco del máximo respeto por el planeta en que nos ha tocado vivir.




(1) Es evidente que no se está satisfechos con muchos aspectos localizados y precisos. Entre otros, por ejemplo: con el diseño de los apartamentos que en las torres altas y compactas contradicen la oportunidad de obtener luz, aire, ventilación y privacidad; con el tamaño, distribución y protección ambiental de las ventanas; con la ausencia de respeto por el valor funcional primario de la orientación; con la ausencia de espacios abiertos articulados entre sí y con las calles y el entorno urbano; con la excesiva e inoportuna sensación de bunker de muchos edificios; con la evidente ausencia de espacios para necesidades sociales esenciales, (recordemos al soviético Mosei Ginzburg, años 20, y sus “condensadores sociales”), como los jardines de infancia, las guarderías y preescolares, las cantinas, los lugares para las reuniones en la relación política de mantenimiento y gerencia, las bibliotecas, y para el esparcimiento y el ocio. No se hable de los conjuntos de viviendas de baja densidad en las diferentes regiones del país. Allí hay que reconocer que la lógica de la racionalidad, de la variedad, de la economía de medios, del respeto por las características ambientales y su aprovechamiento, bien expresada generalmente en las buenas tradiciones regionales, se ha diluido en una aparentemente inevitable aceptación de la improvisación y de la penuria intelectual local.

(2) Para mencionar un ejemplo, la calidad arquitectónica de la Plaza Cubierta de la UCV, no radica sólo en la fluencia del espacio, en la irregularidad novedosa de su conformación planimétrica, en la manera como los patios son luz y dinamismo de recorrido y de visuales, no sólo está en la presencia articulada de los obras de arte mural. No sólo en la absoluta modestia de la materialidad estructural, que es toda una proclama de forma de vida. Está en que es una propuesta de vida, de relación colectiva, de intercambio de sensaciones. Es utilidad de vida, antes que nada. Toda su belleza y atractivo es consecuencia de la interpretación estética de la función utilitaria que está orgánicamente implantada en el nacimiento de la labor de diseño.


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