A Puede ser útil sintetizar, resumir, lo esencial de la conferencia “La vivienda comunal, una larga historia ¿un reto actual?” presentada primero en el MUSARQ y luego, por petición del Decano Guillermo Barrios, en la FAU de la UCV. Puede ser útil centrar el eje de su contenido y las referencias indispensables. Comenzaremos precisando que hoy toda reflexión sobre la ciudad, hay que colocarla bajo la sombra de las tres grandes crisis actuales: la crisis energética con el agotamiento de los recursos, la crisis por el crecimiento demográfico y la crisis por el cambio climático. De allí surge inevitable la tesis de la ciudad compacta. Y dentro de esta teoría y de esta práctica urbana, la vivienda comunal y/o colectiva adquiere el peso y la proyección que ha tenido desde siempre, desde el propio comienzo de la vida social de la especie humana, del homo faber/sapiens, pero que con su evolución se ha ido acrecentando enormemente su cuantía, su rango y su incidencia.
En ella, tres elementos, citas o alusiones son parte de la común experiencia de diseño en la época de la modernidad internacional. El monasterio, el hotel y el barco son las tres piezas, modelos y referencias para el esquema básico de la vivienda colectiva moderna. Todos los grandes ejemplos históricos de vivienda colectiva/comunal se remiten a ellas. En el monasterio medieval, en el hotel y el barco modernos hallamos la feliz combinación de las células individuales, privadas y de vida íntima, con todos los ingredientes públicos necesarios para una conveniente vida social, comunitaria, interconectada en los múltiples niveles de complejidad que propone y exige la existencia humana colectiva. 1 Moscú, 1926-28. El comisario revolucionario para las Finanzas, Nikolái Miliutin, llama al joven arquitecto Moiséi Ginzburg para encargarle el proyecto de lo que aspiraba a que llegase a ser el modelo, la fórmula tipo de la nueva vivienda comunal. Ginzburg, como protagonista de uno de los episodios culturales más interesantes y polémicos de los años de oro de la rebeldía arquitectónica moderna, había declarado en años anteriores: “La rutina económica de las familias trabajadoras (nutrición, higiene, lavado) así como la educación de los niños, su cuidado y control, y la satisfacción de las necesidades culturales y deportivas de los trabajadores y de sus hijos, debe ser colectiva, estos es, producida sobre una base colectiva.” Para la liberación de la mujer que trabaja, de las tareas de la casa y del cuidado de los hijos, en el “condensador social” debe haber “la cantina-restaurante, salas de descanso, salas de lectura y biblioteca, gimnasio, locales para el cuidado de los niños y guarderías”1 . En los seis edificios “DomKommuna” que se construyen en ese período, y en particular en el más emblemático de ellos, el “Narkomfin”(1926-1933), se concretan con un alto respeto por los valores propiamente arquitectónicos, estos determinantes criterios de socialización de la vida moderna en comunidad. Y así se dejan asentados físicamente algunos modelos de funcionamiento, desde luego llevados al máximo de radicalismo por los graves conflictos socio-políticos del momento que exigen el-todo-o-nada.
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