Una ventana, tan sólo una ventana


El gran acontecimiento urbano actual es sin dudas la Gran Misión Vivienda. Y eso es cierto a pesar de su negación por parte de las que deberían ser críticas pero que no son sino mercaderías de la ira, derivados de la rabia, surtidos del odio onanista, maldiciones gitanas, fenómenos antropológicos dignos de sesudos análisis freudianos, fenómenos lamentablemente ya tan comunes en nuestro disminuido contexto cultural. ¿Cómo se llamarán, ofuscamientos de la inteligencia, insultos intelectuales? En todo caso, expresiones inmorales de un vergonzoso vuelco catastrófico del pensamiento y de los sentimientos.

A pesar de esas supuestas “críticas”, la GMVV sigue siendo el gran evento urbano positivo. Aún más. La gran GMVV, para orgullo de quienes participan en ella, es un grito de vocación humanitaria, de un profundo contenido de ética y de moral ciudadana, de tal altura que es casi imposible hallar ejemplos análogos en nuestras historias ciudadanas. Nada más la simple consideración del nivel cuantitativo y del procedimiento de ubicación de las nuevas viviendas, debería enmudecer todo conato de impugnación superficial, que en la totalidad de la imagen no es capaz de tomar en cuenta sino las sombras de las equivocaciones. 
Pues bien, dentro de ese contexto, el tema de la ventana, de sus ventanas, ha tenido una resonancia singular. Y con razones, pues en la ventana es donde se concentra el contacto entre lo interno y lo externo, entre la vida de la intimidad y la vida colectiva, entre lo doméstico y privado y la ciudad. La ventana es la que da la escala al edificio y a la ciudad. Es la muestra de nuestras relaciones sociales y de nuestro nivel tecnológico: en ella se resume lo que pensamos del clima, de la escala humana, del comportamiento de la gente, del sentido correcto de la buena economía, la que coloca por encima de todo el sentido de las interrelaciones humanas en lo familiar y en lo social.

Nada mejor que recordar una ventana, una sola, como muestra. Una ventana ilustre, ejemplar. La ventana del olvidado edificio Tabaré, ya semidestruido, en la urbanización San Bernardino, de Caracas, diseñado en el 1954 por los arquitectos Vegas y Galia. Una ventana ya citada en varias ocasiones.  Vale la pena volver a considerarla y a repetir su descripción:
“La ventana, en aluminio, está integrada por varios componentes funcionales. En la parte inferior, persianas mecánicas que permiten graduar la ventilación y la protección de una malla contra insectos. En la parte superior: vidrios corredizos y, externamente, un paño de romanilla fija que bascula horizontalmente, formando con su inclinación un gran alero de protección contra el sol y la lluvia. Todos los elementos del clima están tomados en consideración. Combinados entre sí permiten asomarse, la visión completa o parcial hacia afuera, el oscurecimiento casi total, la seguridad y la ventilación aún en caso de cierre por viento excesivo o de lluvia con viento, reducir el acceso mosquitos y zancudos, graduar la intensidad de la luz y proteger del deslumbramiento”. 
No se apresuren, ya se sabe que las condiciones del contexto socio-económico en el cual se ubicaban esas ventanas de los años 50, son muy distintas a las del contexto actual, en lo cuantitativo y en lo cualitativo. Diferencias esenciales, por el tipo de programa, por costos, por destinatarios-usuarios. El ventanal de Vegas y Galia corresponde a otro cuadro tecno-económico, a otras dimensiones cuantitativas. Pero queda lo importante, la lección es que cuando se diseña una ventana se está diseñando tal vez la pieza más relevante de todo el edificio. En ella se sintetiza todo lo queremos decir, lo que quisiéramos expresar acerca de la vida en común, entre seres decididos a vivir en una misma comunidad de intereses desiguales y de oportunidades heterogéneas, pero con el convencimiento de que pertenecemos a una ciudadanía de una misma igualdad, con la esperanza final de que la realidad existencial sea cada vez mejor para todos. Para cada condición económico-productiva hay respuestas. Y el Estado está en la obligación y en la responsabilidad de realizar el máximo esfuerzo para que en la vivienda, en los hospitales, en la educación, se ofrezcan modelos de vida y para la vida -aunque sea como intención, como perspectiva de futuro- del más alto nivel de calidad de diseño. 

Algunas consideraciones finales.

Puede resultar capcioso que se pueda hablar de ventanas y de sus condiciones funcionales, tema aparentemente circunscrito a un ámbito de estudio y reflexión estrictamente profesional, el de la arquitectura y sus oficios, mientras, alrededor, hay quien mata y quema, o soporta, mira y padece, en un contexto demasiado cargado de incertidumbre, de desconfianza y desespero en el cual los antiguos odios han aflorado al borde de la intolerancia.
Cabe recordar que aún en las peores circunstancias, aún cuando, como hoy, los golpes, las barricadas y las guarimbas dominan las horas del ámbito urbano, hay que defender el valor humano de la inteligencia y de la construcción de vida. En la historia son muchos los recuerdos de la misma índole, con diferentes escalas y gravedad, pero singularmente análogos en las relaciones entre necesidad superior de seguir viviendo y el terror del ambiente. En lo colectivo, durante el sitio de Madrid, en plena guerra civil, es un hecho conocido que los teatros seguían funcionando entre carestía y bombardeos. En lo individual, un arquitecto de cierta fama, Benévolo y Zevi lo citan con frecuencia, Giuseppe Pagano Pogatschnig, encarcelado por los fascistas, se aferraba a la vida levantando arquitecturas imaginarias en su celda de muerte. Sobran ejemplos de cómo las fuerzas de la vida se sobreponen a la agonía de la violencia.

La ventana, y sus ambiguos secretos, hoy puede ayudarnos, salvando las distancias, a recordar cumplir con nuestros deberes de ciudadanos libres que deben seguir construyendo la ciudad de la paz. 

jpp.

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[1] ver Revista A, n.2, 1955; J.P.Posani, Diez años de pensamiento crítico, 2013, pág. 246. 

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