¡Viva Anna Heringer! Y siguen las preguntas…


Edificio DESI / Anna Heringer
(en colaboración con hábitat BASE, Universidad BRAC y Dipshikha (ONG) Vishnupur, Bangladesh

La cultura que rodea a la arquitectura, las manifestaciones que la circunscriben y la difunden, la industria editorial que de ella vive, por lo menos la que tiene como tema principal a la arquitectura, se ajustan con gran velocidad a los cambios. Los huelen desde lejos y se concentran en los nuevos temas. De la exaltación de las obras - asombro y deslumbramiento - de las estrellas mediáticas del star-system ya se está pasando rápidamente, por la gran presión de las grandes crisis derivadas del derroche artificial, al elogio por los arquitectos de la modestia, del comedimiento, del interés por los mundos de la pobreza. El subdesarrollo se ha puesto de moda. No parezca ironía o cinismo: es magnífico que se preste atención a los problemas materiales del mundo real más que a las piruetas efectistas de la arquitectura del espectáculo o, en otros campos análogos, a los de los matrimonios de los ricos y poderosos o de las luminarias del llamado deporte, que, como sabemos, es un negocio gigantesco inventado para distraer y adormecer a las masas.



Escuela METI / Anna Heringer y Eike Roswag

 Rudrapur, distrito de Dinajpur, Bangladesh

Anna

Aparecen con mayor frecuencia informaciones sobre actividades de diseño que se inscriben en el mundo de las penurias y de la ausencia de tecnología moderna. Entre ellas destacan las que perfilan la labor de una joven mujer arquitecta, Anna Heringer. Nacida en Alemania, graduada en Austria, con actividad casi exclusiva en los países llamados, con la típica hipocresía occidental, “en desarrollo”, sus obras más ejemplares se destacan por la aplicación a problemas mínimos pero esenciales para la vida: una escuelita en el campo, unos retretes para niños, una pequeña biblioteca… Bangladesh, Zimbabwe, África, son los sitios privilegiados, los lugares de la depauperación, los sitios donde el ambiente se construye todavía con el sudor de la frente y la fuerza y la destreza de las manos. Los lugares del mundo que quedan como resacas del colonialismo, residuos desechados de la exacción del capital mercantil y de las ambiciones imperiales. En esos sitios, escogidos por voluntad expresa y responsable de Anna, junto con la mano de obra local y materiales igualmente locales - los de siempre, barro y vegetales y también desechos de las grandes industrias globalizadas – hallamos sus diseños, admirables por la combinación de un gusto formal exquisito con el realismo funcional de espacios y estructuras elementales. Ingredientes que maneja con gran respeto por lo “natural” y por el “realismo” del contexto geográfico-histórico, en estrecha semejanza con lo que plantea desde hace años nuestro Fruto Vivas. Asombra la capacidad y la inteligencia con las cuales esos factores elevan sus obras mínimas a un máximo de calidad. Hasta el punto en que el mundo occidental – tal vez afectado por el complejo de culpabilidad colonialista - ha tenido que reconocer con premios internacionales, invitaciones a las grandes universidades y publicaciones prestigiosas, el valor significativo de los aportes de Anna Heringer, hasta casi actualizarla como una de las nuevas estrellas, la “contra-estrella” de la sostenibilidad y de la arquitectura de hacer lo máximo con lo mínimo, bien lejos del inconcebible absurdo, por ejemplo, en que se ha convertido la retórica formal de una Zaha Hadid.

Escuela METI / Anna Heringer y Eike Roswag

 Rudrapur, distrito de Dinajpur, Bangladesh

Preguntas

La situación que abre el trabajo de Anna Heringer plantea preguntas de gran interés. ¿Cómo es que una alemana-austriaca, formada en el contexto cultural más alejado de la indigencia del subdesarrollo, es la que puede proponer soluciones de altísima calidad funcional y estética con los medios más elementales, con los recursos de la penuria ofrecer respuestas en condiciones como las de Bangladesh o de África? A punta de inteligencia, simpatía humana y generosidad, Anna sitúa una arquitectura y un diseño que le han valido el aplauso y el reconocimiento internacional... Parece como si la visión desde afuera sea más pertinente y encuentre auténticas soluciones de identidad, más que la que se origina desde adentro, desde la cultura local -presumiblemente ahogada en lo inmediato y cegada por la sumisión y la confusión cultural-. ¿Será posible que en trabajos análogos a los de Anna, los de Diébédo Francis Keré, formado en Alemania, de los de las ONG noruegas, alemanas e italianas, del japonés Shigeru Ban, premio Pritzker, que son intervenciones en el territorio de la pobreza o de la emergencia, desde afuera, desde otra cultura, se puedan hallar, a pesar de la distancia del pensamiento y de la tecnología industrial, pruebas de que hay  instrumentos de análisis, acaso “emocional” más que racional, que permiten desarrollar, al nivel de cada situación, soluciones adecuadas? En otros campos se han dado situaciones similares que parecen confirmar la posibilidad de que la “visión desde afuera” puede captar con gran eficacia, lo singular del contexto. En nuestra historia cultural y artística, como un ejemplo, el caso del escultor Cornelis Zitman es una prueba de ello. Pocos, como él, holandés y moderno, han podido identificar el carácter de nuestra fisonomía caribeña y africana. 

De allí, un arriesgado patinetazo teórico: ¿Hay que ser alemanes para entender Zimbabwe?

Edificio DESI / Anna Heringer
(en colaboración con hábitat BASE, Universidad BRAC y Dipshikha (ONG) Vishnupur, Bangladesh


Hubo una época en la cual las grandes preguntas de la filosofía eran las que concernían pilares intelectuales de la cultura occidental, como las que planteaba Herr Professor Heiddegger, admirador de los nazis, o Sartre, con su tolerancia crítica hacia el estalinismo, cuando el ser y la nada y la naturaleza de los grandes misterios humanos parecían ser lo más profundo que pudiera perseguirse, siguiendo, por lo demás, una tradición milenaria de angustias filosóficas. Las preguntas tocaban cuestiones abstractas, esotéricas, impalpables para los intereses de lo común. Problemas teológicos, ontológicos, gnoseológicos, de la inmortalidad del alma o del libre albedrío. Es cierto que aquel cuestionamiento primordial no ha dejado de tener vigencia. Pero ahora mucho menos. La humanidad lo que se plantea hoy obedece a otras angustias, a otros males y a otros dolores que más que del alma pertenecen seriamente a lo material y físico. Es por eso que ésta parece más una época de preguntas que de respuestas. Y las preguntas, el método heurístico, que linda con la ciencia y su método fundamental, son herramientas del conocimiento, tienen una disciplina y poseen un rigor y una utilidad indispensables: quien no se plantea preguntas vive como un sujeto pasivo y anónimo, cual maleta muda y ciega que un viajero inconmensurable lleva de un aeropuerto a otro sin finalidad conocida. La pregunta – el acto de preguntarse - es pues esencial para el ser humano, no importa a qué civilización pertenezca. Y ahí vienen las preguntas: ¿Cómo resolver la crisis energética amenazadora? ¿Cómo enfrentar el cambio climático que hemos propiciado, cuales aprendices de brujos? ¿Cómo minimizar la terrible pobreza del tercer mundo? ¿Cómo convertir el gigantesco, criminal, gasto bélico mundial en inversión para el desarrollo y el progreso? ¿Cómo pasar de las medidas políticas de las agresiones imperialistas a una política humanista universal? ¿Cómo hacer para que la ciencia y la tecnología, estén verdaderamente al servicio de las necesidades humanas y no a las del mercado? Y también, en un territorio moderno cada vez más cercano a las preocupaciones de la multitud global ¿Qué son la materia y la energía oscuras? ¡Cómo ha sido el origen del cosmos? ¿Cuál es la verdadera naturaleza de la naturaleza? ¿Cuál la del hombre como ser material y corpóreo?

Preguntas y más preguntas. Y entre ellas, en otra escala, pero igualmente apasionantes, las que suscita el trabajo de Anna Heringer.

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