La realidad invisible



Sao Paulo, Brasil




Si hay algo seguro (hasta ahora lo único de que, patéticamente, tenemos la absoluta certeza, es la muerte individual de cada quien) dentro de la muy relativa seguridad de las cosas, decíamos, es la relación entre sociedad y ciudad. Nadie que tenga un mínimo de cultura o, a falta de ello, de costumbre de reflexión, duda ni siquiera por un instante de los enormes factores de correspondencia determinantes entre la conformación de la sociedad y la conformación de la ciudad.
La primera es la que hace a la segunda. A su imagen.


¿Y cómo es nuestra ciudad?

La invisibilidad de lo injusto así como el de la fealdad, es un parámetro casi universal. Es normal no ver la iniquidad, la inmoralidad del mal que nos rodea. Lo más anormal e inexcusable lo asumimos como espejos y reflejos de la normalidad. Reconozcamos que para el común de la sociedad, por causa de un infinita red de menudos mecanismos de privación de juicio, se asume la vida tal como ella es, sin compararla con lo que podría o debería ser. Claro está: afortunadamente el largo proceso civilizatorio se ha configurado gracias a la actitud contraria. Con la contundencia de la rebelión y de la inconformidad se han ido definiendo la Carta de los Derechos Humanos y la redención de la ignorancia y la opresión. La dialéctica de la acción humana está compuesta de ambos aspectos. Los de arriba ocultando su inmoralidad para que los de abajo no se enteren de que es posible otro mundo. La invisibilidad de lo injusto y de lo feo, se convierte así en normalidad. Las abuelas de antes nos repetían que siempre habrá ricos y siempre habrá pobres. Sobre convencimientos parecidos a éste, de tan escasa inteligencia y de tan fuerte raigambre, es que se han construido la resignación y la conformidad. De allí la ceguera: vemos pero no entendemos. Siempre habrá palacios y catedrales. Siempre habrá barrios y favelas.
Buenos Aires, Argentina

Hace unos días, un concurrido blog de arquitectura presentaba algunas fotos para recordar como la ciudad mostraba los signos escandalosos de la desigualdad. Aquí les reproducimos algunos. Brasil, Argentina, la India. Muchos más y de muchas más regiones del planeta podríamos agregar con igual o mayor contundencia. Llover sobre mojado.

¿Pero cómo es que toleramos ser así? ¿Cómo aceptamos vivir de esta manera? ¿Cómo es posible que la humanidad en su conjunto global, pero también cada individuo por separado que la integra, seamos capaces de acostumbrarnos a un régimen de desigualdad tan criminal? Porque la desigualdad es asesina para todos. Los ricos y pudientes no se salvan aunque ellos crean lo contrario.

Parecieran preguntas estúpidas o ingenuas. No lo son. De las respuestas depende el futuro.

Estas fotos son de la realidad que nos rodea, desde hace siglos, en diferentes formas. Es la ciudad que habitamos. Son las calles que caminamos, las casas en que vivimos, los comercios en que compramos, las ventanas a que nos asomamos. A pesar de ello, todo eso, la inmensa, impactante desigualdad con que se manifiesta, es invisible. Invisible porque normal.

No puede ser de otra manera: Si realmente viéramos lo que estamos viendo, se encenderían, ya se hubieran encendido, miles de incendios de lucidez, de voluntad de cambio; miles de estallidos de la intransigencia. Algunos se han encendido, nos enseña la historia. Pero no han sido suficientes. Hasta ahora, si se mide el tiempo transcurrido con el metro del analista científico, ha prevalecido la gloria soberbia de la infamia.


Bombay, India

Para quienes, arquitectos y urbanistas, la construcción del espacio no es simplemente un negocio mercantil sino un acto de cultura y de responsabilidad humana, asumida la coincidencia entre estructura urbana y estructura social, la ratificación de la tragedia de la desigualdad, debería disparar instantáneo el estímulo de la solidaridad, de la conciencia política.

Pero una intensa capa de invisibilidad nos oculta la realidad y los abismos de desigualdad 2.  Nos han acostumbrados a resignarnos a ser “como somos”. Y cuando, a pesar de la impericia y de las miserias humanas, ocurren milagros de sensatez, se arman guarimbas y se aterroriza a la rebeldía.

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[1] Por cierto, Federico Vegas, en un artículo que cita en un contexto Internet, parece afirmar el mismo mecanismo pero invertido: la ciudad genera a la sociedad. “Una ciudad mezquina, ruin, grosera y vil no puede generar una sociedad civil, generosa, sociable, atenta y urbana.” En la producción de la ciudad, arquitectos y urbanistas tienen evidentemente un papel. Es probable que su formación de arquitecto le sugiera un papel tan determinante para el oficio de constructores que tanto defendemos. Lástima. Porque es al revés: las capas dominantes de esa sociedad, con esas características, mezquina, ruin, grosera y vil, son precisamente las que han producido esta ciudad, con los arquitectos y urbanistas a su servicio. El capital obliga.
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[2] En un contexto mucho más amplio, pero no por ello diferente, véase el reciente artículo del premio Nobel Paul Krugman, Sobre la Negación de la Desigualdad, en el País, 8 de junio 2014. El ocultamiento es refinado y universal.

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