Dos maneras de ver y de hacer



Wangjing SOHO. Dwg-Overall.  Zaha Hadid

Cómo construimos el espacio depende de cómo somos. En cada momento histórico y en cada región cultural. Es una perogrullada repetirlo, pero tal vez, nunca como hoy ha sido posible identificar, en los programas, en las formas y en las estrategias de diseño de la arquitectura, las estructuras sociales y los intereses humanos que los sustentan, los exigen y los ponen a circular por el mundo globalizado.

Desde el trasfondo de las necesidades podemos remontar a las expresiones arquitectónicas que las interpretan. Pero también es posible el camino inverso: desde las formas de los espacios y de los volúmenes arquitectónicos podemos interrogarnos por las razones humanas que las han demandado. Y como parece claro que si nos disponemos a este ejercicio crítico de comprensión, nos hallamos, hoy, frente a dos maneras de ver y hacer arquitectura, también parecerá claro que deben ser diferentes las raíces que alimentan estos dos diferentes árboles.

Las dos imágenes que acompañan el artículo, pueden ilustrar con suficiente eficacia visual las dos maneras y visiones de que estamos hablando.

Qué representan? ¿A qué remiten?

A primera vista y sin hilar demasiado fino, es evidente, en los edificios para oficinas diseñados por Zaha Hadid, el propósito supremo de que sean, cuales objetos abstractos, volúmenes autónomos en el espacio. Absolutamente indiferentes al contexto, físico, geográfico, climático e histórico-cultural. Indiferentes, inclusive, a las razones funcionales que se suponen albergan. Existen por la voluntad arbitraria y hegemónica de un creador, en este caso, la señora Zaha, que los dispone como le da la gana y según el estro del día, de acuerdo a los recursos de una familia morfológica que ella ha ido constituyendo como un sello personal. Hay que reconocer que es difícil resistir, de ello viene su éxito, al encantamiento y al asombro producidos por esas formas excepcionales, a su coherencia y continuidad que en sus dimensiones heroicas, insólitas para el entorno “normal” de la ciudad, manifiestan una absoluta voluntad estética. El hecho mismo de que esos volúmenes no revelan funcionalidad, sino que la absorben, casi despreciándola, y la someten al capricho de su creadora, es de por sí un factor de gran impacto. ¿Puede decirse que las formas sinuosas de la arquitectura de la Señora Zaha, no son, inclusive, atrayentes? Como objetos abstractos, los son. Pero tratar a la arquitectura como si fuese una plastilina que uno modela con las manos, contradice a sus condiciones tradicionales de respeto por la ley de la gravedad y por las características de los materiales, dentro de una programación funcional lógica y económica. Todo esto salta por los aires. A la Señora Zaha poco le interesa ajustar sus soluciones, afinando sus instrumentos, a un programa social determinado, tal como en nada le interesa la suerte de los obreros que trabajan –y mueren1 - en sus obras. Lo que le interesa es el esplendor personal, el divismo vanidoso, el mito ególatra de unas formas memorables. Y el aplauso público -traducido en jugosos contratos internacionales- demuestra hasta qué punto instituciones del Estado, así como instituciones privadas, han cedido a la tentación de exhibirse y a la vanidad de presumir en los niveles de la más ostensible fanfarronería. Seguramente debe haber grandes ganancias, en términos de prestigio, de exhibición de poder económico o político, o de ventas, de mercado y de negocio inmobiliario. De otra manera no se invertiría, con los riesgos que ello implica, en construir de manera tan estrafalaria y costosa. Resumiendo: la corriente arquitectónica representada por el ejemplo Zaha Hadid, es una manera de ver y de hacer que nace al servicio del lujo y del necesario derroche de un capitalismo en plena decadencia, ética y económica.


Biblioteca Craigieburn. Francis Jones Morehen Thorp. 

Pasemos ahora, al otro ejemplo que ilustra este artículo: la Biblioteca australiana diseñada por el arquitecto Francis-Jones Morehen Thorp. Modestia, recato, dimensiones a escala humana, rescate y uso inteligentes de materiales muy tradicionales como la tapia y la madera, en combinación con materiales, como el hierro y el vidrio, que pertenecen a un mundo moderno. Y todo ello dentro de una muy calculada sincronización con las condiciones climáticas, para lo cual su expresión se vuelve como el signo formal más evidente. Si para la internacional Zaha, es el asombro, para el arquitecto australiano, es el ritmo comedido de la vida común. Detrás de ello, un paisaje de historia natural, de conquista paulatina, no sin errores, de una convivencia o “convivialidad”, construida en permanente diálogo con las fuentes inmediatas que le dan sentido a un lugar. En esos magníficos espacios, muros y pérgolas, hay un espesor humano de un valor incomparable. Pero también, no lo olvidemos, hay una belleza pública y al mismo tiempo, íntima y personal.

Y ahora que sabemos donde estamos, cuáles son las dos grandes maneras de ver y hacer, podemos decidir en cuál marco de ideas, en cuál “ideología” preferimos colocarnos. Con una advertencia: la escogencia debe partir de la conciencia del exclusivo punto de observación. El nuestro.

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[1] Para mejor información acerca de las dos obras pueden consultar, www.dezeen.com del 22.08.2014.  En el mismo podrán también informarse acerca de una sabrosa disputa legal en la que está envuelta la opulenta arquitecta anglo-iraní por los comentarios provocados, por ella haber dicho que siendo una arquitecta, nada tiene que ver con que haya obreros que se mueran construyendo sus proyectos. 

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