El alma, la de uno y la de los otros

En este blog, que es institucional, se publican artículos que representan la opinión del colectivo. En esta ocasión, es otra cosa. Lo que sigue es un comentario personal. El director del Museo opina aquí, en este caso, no como tal, sino como individuo, como simple ciudadano dueño de su propia parcialidad, de sus propias manías y de sus propias discrepancias. Y el comentario se origina a propósito del último artículo que con el título “Uno y su alma”, apareció en el blog “Entre lo cierto y lo verdadero” del arquitecto Oscar Tenreiro.


El artículo de Oscar es muy interesante por varias razones. No sólo en él se reiteran criterios críticos acerca de la situación de la arquitectura en el mundo que he compartido y comparto plenamente. Los he expuesto en numerosas oportunidades y no creo que sea necesario insistir en ellos. Pero lo que llama la atención es el tono melancólico del texto, unido a una reflexión desarrollada con una insólita serenidad, reflexión que tampoco tendría dificultades en compartir. La vejez, el peso y el paso de los años, en el artículo de Tenreiro, se asumen y se expresan con emoción y sentimiento. Y acaso sea la semejanza común de circunstancias de edad que me ha animado a este comentario. Dentro de cinco años tendré 90, así que con Oscar me empareja esa atmósfera, ese clima de “reflexiones de salida”, que pueden resultar aburridas para los jóvenes si ellas tan sólo contienen pasado y añoranza. No lo son en el texto de Tenreiro porque apuntan, también para él, a ese hecho incontrovertible de que una de las grandes virtudes del subdesarrollo es que todo está por hacerse y que lo que se quiere hacer puede corresponder, si se trabaja bien, a un modelo distinto al de este amargo y repugnante desastre de mundo desarrollado. Reflexiones de viejos. Antiguamente se tenían en gran respeto, por ser el resumen de muchos años de experiencias. Hoy ya no tanto y justamente lo que más uno aprecia, en este país tan imperfecto, son los privilegios de la tercera edad. Pero, yendo al artículo, hay una frase admirable: “lo que nos es dado hacer aquí”. Exactamente. De eso se trata. ¿Qué es lo que nos es dado hacer aquí?

El país de tus recuerdos, Oscar, al cual tú te refieres, que también es el país de mis recuerdos, era un país pequeño, donde todos nos conocíamos. Cuando era fuerte la sensación compartida de que era el país que estábamos construyendo. Una ilusión, sin duda, pero que no estaba volando en el aire enrarecido de las utopías. Algo hicimos. La diferencia entre nosotros, Oscar, es que yo sigo creyendo, más que nunca, que hay que seguir haciendo lo que nos es dado hacer aquí, que no podemos separarnos de esa idea de que somos responsables del país. El país no hay más opción que seguir construyéndolo, pese a todos los errores, a todas las trampas que nosotros mismos nos tendemos, pese a todos los engendros, a todos los monstruos de afuera y de adentro, que se atraviesan. Y gracias también, no lo olvidemos, a los milagros que estaban escondidos en la idiosincrasia de este pueblo y que estallaron de repente. Tú, en cambio, te apartaste. Esa responsabilidad moral que tanto mencionas, te quedó como una bandera de teorías y de principios. Si nos ubicamos en lo que tu mencionas como el territorio de la política, con el eslogan trillado “del régimen político que sufrimos”, hay que hablar claro. Yo prefiero estar donde puedo compartir con compañeros y compañeras extraordinarias, un presente de construcción. Una trinchera pequeñita. Un apremio constante. Y no lo niego, el acecho de la duda y del desencanto, está siempre con uno. Reconozco el amparo invaluable de la duda como herramienta para las razones de la inteligencia. Pero, Oscar, es que a pesar de la sutileza de tu cultura, pareces preferir la pétrea seguridad de prejuicios que te da una ideología patriarcal. Y desdeñas, por supuesto, ver las cosas como realmente son.

Lástima, porque cuando tu hablas de arquitectura, que es lo que siempre nos ha interesado, las ideas coinciden. Defendemos, en arquitectura, ideales muy semejantes. El asunto es que los problemas se mueven en unas plataformas muy complejas, y que los indicios, los datos documentales que le permiten a uno descubrir las claves de cada nudo, no podemos clasificarlos usando anteojos de un sólo y único color. Yo no diría que es un asunto de tolerancia o de intolerancia. Propendo a pensar que lo que hace falta es el método de ver las cosas yendo sin interrupciones de la escala uno a cinco mil a la escala uno a uno. Con ello, utilizando una frase tuya, “se recortan mejor las cosas que importan”. Si únicamente nos centramos en lo próximo inmediato, si ignoramos el contexto, si descuidamos sus historias, nunca podremos entender cada dilema, cada conflicto, nunca podremos acertar en las críticas y en las propuestas. Y el peligro es que procediendo así se termina defendiendo infamias y agrediendo esperanzas.

En Venezuela somos muy pocos los que insisten en escribir de arquitectura. Y, es curioso, somos además los más ancianos. Será que no quedamos sino nosotros que ya mascando el agua, seguimos creyendo que la arquitectura es una cosa tan admirable que vale la pena hablar de ella. Los jóvenes no escriben. Sin embargo se supone que están pensando. Ojalá se decidan a escribir también. Que pongan en el papel o en la pantalla, sus pensamientos, para que la tertulia arquitectónica pueda enriquecerse y deje de parecerse a un enfrentamiento de dinosaurios.

Juan Pedro Posani

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