El futuro urbano del mundo es kitsch

Gurgaon  

La población del mundo para dentro de 70-80 años va a ser alrededor de 11 mil millones de habitantes. La población va a ser 80 % urbana. No está claro quién va a producir en el campo. Alguien nos alimentará. Pero las estadísticas lo dicen con absoluta firmeza. Seremos definitivamente y cada vez más urbanos. El crecimiento se repartirá en centenares de nuevas ciudades, sobre todo en las regiones emergentes, y en la expansión desmesurada de las ciudades ya existentes. Las megalópolis van a ser el rostro del hábitat del futuro cercano.

Dicho esto, procedamos a estudiar lo que se ve. En China, India, África, Rusia, las ciudades que nacen y crecen son horrendas. No sólo lo son por su absoluta ausencia de racionalidad ecológica y funcional, por la estupidez de sus formas de comunicación o por su manera inhumana de hacinarse en hectáreas y hectáreas de inmuebles anónimos. Lo son también por cómo se manifiestan en una arquitectura sin el menor aporte de diseño creativo, marcada por un superlativo mal gusto. Es el triunfo inédito del Kitsch.

La historia de la palabra kitsch puede estudiarse en Internet. Su sentido también pudiera discutirse durante largas y cultas sesiones de debate de intelectuales. Aparecerían de seguro los nombres ilustres de Hannah Arendt y de Theodor Adorno. Pero más vale que nos concretemos a lo que nos dice la experiencia diaria: kitsch es cursi, es camp, es vulgar, ordinario y de mal gusto. Cursi, ése es el sentido que todos le reconocemos. Pero usar la palabra kitsch, para señalar el fenómeno, da más universalidad al asunto, como una proyección de sentido habitual, más allá de los límites locales idiomáticos.

Jamshedpur
La creciente urbanización humana, tal como la vemos hoy, es absurda y además kitsch. Pero en las páginas de opinión de un periódico que se supone debe tener algún peso político y cultural, el New York Times, se proponen como ejemplos de buen proceso de urbanización dos ciudades de la India, resultado de un desatado mecanismo de libertad de inversión y de absoluta entrega (neoliberal) a la empresa privada, desde la educación y los servicios de seguridad y de comunicación hasta el del agua potable. Todo es privado: supuestamente el paraíso de las soberanas decisiones individuales. La mano invisible del mercado en su versión más acabada. En las alabanzas que se hacen de estos paraísos individualistas y neoliberales se destacan las torres de cristal, las autopistas de seis canales, los parques con fuentes y jardines, la intensidad de vida en los centros comerciales. La nueva clase media china (e hindú) accede a la modernidad con el peor ropaje formal. 1Vale la pena, se lo recomendamos a los lectores, revisar con cuidado y paciencia todas las imágenes que podrán encontrar en Internet de estas dos supuestas ciudades modelo: Gurgaon City y Jamshedpur City. Dan asco. No pasan de lo peor de Ciudad Guayana o de Barquisimeto.

Total pérdida de la escala humana. Alvar Aalto, a quien, en una oportunidad, se le preguntó qué es la escala humana, contestó que había escala humana cuando en la acera del otro lado de calle, puede distinguirse el rostro de una mujer. Con ello, con semejante caparazón poético, no se dice nada pero también se dice todo. Con la anónima, gigantescamente monstruosa dimensión de los nuevos barrios chinos o hindúes, qué escala humana puede haber? La metáfora del maestro Aalto resulta, en comparación con esta realidad de hoy, de una humildad casi pueblerina, de una modestia antigua, perdida ya en un pasado que ya comenzamos a sospechar ha sido mejor. Es una metáfora confrontada a la constatación de una realidad urbana que niega de manera radical las promesas mejores del progreso. Las que hubieran debido garantizar una mayor felicidad común para el género humano.

Los egipcios, los mayas, los egeos, pintaban, esculpían y tallaban, construían, siempre correctamente, la mayoría de las veces admirablemente, con una coherencia formal increíble. Todo lo que tocaban, les salía estupendo. Las tradiciones populares de todas partes, pintan, construyen, tocan música, siempre con el mismo seguro buen gusto y a la vez con la misma fortaleza y prudencia estéticas. En cambio, esta nueva, irresistible, avalancha de kitsch, que arropa al mundo urbano, ni siquiera alcanza el valor de las imágenes tenebrosas, piranesianas, de ciencia ficción, a lo Blade Runner, de la metrópolis del futuro. Es un caos miserable, una anonimia alucinante y triste. Ni siquiera alcanza a las altas dimensiones de lo “terrible”: es apenas burocracia infame, pérdida imperdonable de ocasiones maravillosas para construir el mejor mundo posible. 

El futuro urbano del mundo es, pues, horrendo. Y lo que parece peor, no se le ve escapatoria. Ojalá que las previsiones estén equivocadas y así como todos deseamos que la locura guerrerista y fundamentalista no prevalezca, de la misma manera ojalá que alguna revolución de buen sentido, de serenidad y de buen gusto, en alguna generación futura de desconocidos, también prevalezca en la construcción urbana de la residencia en la tierra.

Afirmar que el futuro urbano del mundo es kitsch, es una manera como otras de llamar la atención hacia la manera de “desarrollarse”, propia del mundo globalizado. En realidad no importa tanto la belleza o la fealdad. Si el crecimiento urbano y las nuevas ciudades fueran de mal gusto pero extraordinarias en su sentido de planificación humanista y de calidad de vida, sería fácil y lógico excusarlas. Pero es que -y se trata de una regla universal- el kitsch (fenómeno cultural) va siempre firmemente adherido, por lo menos en lo urbano, a la incultura del desorden y de la injusticia caótica. Decir uno es declarar lo otro. No hay más que decir. ¿Es ésta una manifestación de un excesivo pesimismo? ¿O de un simple y objetivo realismo? 
Queda la pregunta.
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[1] No nos hagamos ilusiones. Lo que está ocurriendo con Ciudad de México o Sao Paulo, no dista mucho con lo que está ocurriendo con las ciudades chinas, hindúes o africanas.

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