UNDE MALUM (del latín: ¿De dónde viene el mal?)


En su último o penúltimo libro (con más precisión: en su libro más reciente:“Ceguera Moral”, Paidos, 2015) Zygmunt Bauman, autor o inventor del rótulo “la modernidad líquida”[1]-definición que se ha difundido mucho en los círculos de las élites intelectuales del mundo industrializado- toca un tema que es esencial para definir -nada menos- cómo y por qué existimos: el Mal. El gran, eterno tema de debate y confrontación, el lugar clásico de mitos y de ideologías religiosas, contra cuya granítica realidad se ha estrellado tradicionalmente, desde hace miles de años, el principio distintivo y vertebral del mito de la bondad de Dios o de su misma existencia. Bauman da su propia interpretación. Pero no es a ella que quisiéramos referirnos, sino, a partir de ese nivel, quisiéramos bajar un escalón metafísico, y preguntarnos, de la misma manera metafórica, ¿de dónde viene el error? Porque de eso, del error, de los errores, estamos hasta la coronilla.
El actual “experimento” social venezolano, desde su comienzo, se ha construido y fundamentado sobre ingredientes formidables, pocas veces vistos en nuestra historia política: audacia, atrevimiento, transparencia, generosidad, visión continental y planetaria, humanismo… Buena parte de la población venezolana está dispuesta a agregar muchos otros adjetivos positivos. Pero la totalidad de la población venezolana también está dispuesta a señalar errores -mínimos, medianos y grandes- que han ayudado a crear las condiciones para una oposición virulenta y la de una decepción evidente en quienes apoyan “el experimento”. 

Contra el bien, el mal. Contra lo justo y correcto, el error. Así que deberíamos preguntarnos: ¿de dónde viene el error, nuestro error, nuestros errores? Cómo y por qué somos capaces de oponer la indisciplina al orden, la indiferencia al talento, la incapacidad y la ignorancia a la sabiduría, la mediocridad a la generosidad, la irresponsabilidad al rigor de la previsión, la corrupción a la honestidad y la decencia. 

¿Las miserias humanas triunfaron? ¿Por qué destrozamos con los pies lo que construimos con las manos? 

En un curioso y útil aporte a esta posible discusión -que a la postre gira alrededor de la pregunta: ¿por qué somos así?- Oscar Heck (Aporrea, lunes 07.09, 2015, El norte es más civilizado que el sur) nos lanza una reflexión sobre el conjunto de sus vivencias como ciudadano canadiense. Para él, con toda razón, vivir la mitad del año con una temperatura de 20 a 40 grados bajo cero implica todo un estilo de vida que acarrea, necesariamente, sentido de responsabilidad, honestidad, colaboración, conciencia de la importancia de la previsión y planificación y hasta una ¡reducción del índice de criminalidad! Las pruebas que nos ofrece tienen la veracidad y la frescura de que son parte de su historia personal y de que así las ofrece, de una manera sencilla y directa. Así, el clima, no es una teoría nueva, para Oscar Heck es UN ingrediente esencial en el modelado social del comportamiento humano. Por otra parte, recordando otro determinante que impone un tipo de comportamiento, también es cierto que simplemente cultivar la tierra es de por sí un factor que impone previsión y disciplina, acatar normas y sentido de trabajo en equipo. Bien diferente al “clima” vital, emocional, de una oficina urbana. 

Nuestros errores, (y atención, estamos prescindiendo, de varios otros factores determinantes, como, por ejemplo, los grandes intereses económicos, la organización y distribución del trabajo, la formación de las clases sociales, las diferencias de nivel de ingresos y de calidad vida, que, lo saben los sociólogos, a escala de multitudes son plenamente verificables), deberían seguir siendo un importante campo de investigación sociológica. Es muy fácil, a estas alturas, comprobar que el petróleo nos ha cambiado la vida. Achacarlo a una dosis todavía excesiva de ignorancia y de falta de educación, es inevitable. Es igualmente justo reconocer la importancia de los argumentos de Oscar Heck, esto es, somos tropicales. Pero nos falta la sinceridad con la cual, desde hace tiempo, hubiéramos debido tomar en cuenta, con sentido político, la fragilidad y la vulnerabilidad de nuestro comportamiento social. 

Porque, no cabe duda de que de ello deriva nuestra inefable capacidad de cometer errores.


[1] modernidad líquida: tal vez no sea este la situación y el lugar para dilucidar en forma más exhaustiva el significado de esta expresión. En otra oportunidad trataremos de hacerlo. Por el momento es suficiente indicar que la modernidad líquida, para Bauman, es lo contario de la modernidad “clásica”, sólida con sus principios bien definidos, bien estructurada, precisa en sus propósitos universales, resultado final de las revoluciones burguesas y capitalistas- esto es: progreso, ciencia y tecnología-. La líquida, en cambio, sería un retrato de la situación moderna actual, un cuerpo fluido y cambiante, caótica, revuelta, confusa, abigarrada, incoherente, a menudo falsa pero exitosa, en el fondo contradictoria con sus propios principios... En suma: líquida.

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