¿Una piscina de felicidad?

Moshe Safdie, Marina Bay Sands, Singapur

Tal vez al lector puede que le suene pretencioso o rebuscado, pero es sano e instructivo sacar cuentas, de vez en cuando, de la situación. Y con la palabra situación queremos referirnos al lugar que ocupamos en el mundo: yo y el mundo, nosotros y el mundo, el país y el mundo. Una situación de relativismo, una situación definida por posiciones y por relaciones de unos con otros, en un esfuerzo de comprensión y conocimiento que permita entender distancias y tiempos, diferencias y realidades: nuestro instante de vida social en comparación con lo que ocurre en el mundo. 
Si uno abre la corta entrevista, aquí anexa[1], que le hacen al conocido arquitecto Moshe Safdie, y observa con algún detenimiento las imágenes que la acompañan, no podrá sino quedar abrumado por lo que parece ser la realidad de la vida pública de esa insólita ciudad-Estado que es la República de Singapur. Con una superficie de 618 km² -menor de la de Margarita- con una población de 5 millones de habitantes y un PIB per capita de 27.000 dólares anuales, dicen que Singapur es uno de los centros de máxima concentración “de lo que hay mejor en el mundo”. En términos de calidad y duración de vida, de salud y educación, de seguridad y de trabajo, esta mínima nación asiática bate récords en todo. A ello hay que agregar que goza del atributo de ser uno de los países con la menor corrupción del mundo, junto con los escandinavos. 

No preguntaremos aquí cómo se ha logrado semejante milagro de civilización. Eso puede quedar para las investigaciones de quien está interesado en estudiar, con más tiempo, los complejos mecanismos sociológicos que terminan diferenciando a los pueblos. El hecho es que basta mirar la imagen de los bañistas en los bordes de la enorme piscina (150 metros de altura desde la planta baja, 150 metros de largo, capacidad 3900 personas) colocada, junto con un parque, en la plataforma que, como una bandeja, corona las tres torres diseñadas por Safdie, (recordar que se trata del hotel-casino más caro del mundo, el Marina Bay Sands) para recibir de golpe toda la dimensión de la enorme distancia que separa las vivencias, por ejemplo, de los habitantes de nuestros barrios, asesinados todas las noches por la micro-criminalidad y hundidos en todas las penurias imaginables, de las vivencias inefables de esa lejana ciudad (Singapur = Ciudad León), donde hasta se castiga severamente a quien es sorprendido escupiendo goma de mascar en las aceras de la ciudad. Las torres de Moshe Safdie no son sólo un extraordinario ejemplo de lo que es y ha sido capaz de imaginar y realizar ese arquitecto. Son también ejemplos de cómo la humanidad es capaz de realizar, en una escala pequeña, se entiende, pero con un contundente realismo económico, las manifestaciones más evidentes del consumismo del placer y del entretenimiento de lo que ahora se llama la sociedad líquida. 

Y aunque Zygmunt Bauman, un pensador muy oportuno para estos tiempos, advierte, con sobrada razón, sobre la ineficacia de comparar niveles de felicidad para diferentes localizaciones humanas, cabe deducir de lo que dice y hace Moshe Safdie y de sus proyectos realizados en el coto cerrado y milagroso de Singapur, que esos bañistas, limpios, educados y saludables, que con un vaso de whisky en la mano y la mirada puesta en el próximo negocio, se asoman desde el borde vertiginoso de la piscina aérea del piso 55, deben ser unos seres felices, partes de una humanidad líquida, pero limpia, educada, saludable y sobre todo rica. 

Mientras tanto, y aquí es donde interviene el propósito de sacar cuentas de la situación, grandes partes de África, Suramérica y de Asia, sobreviven apenas. En algunas de sus regiones, sus habitantes lo hacen casi heroicamente, a pesar de las enfermedades epidémicas y de las horrendas matanzas. Ahí es donde se dispara la historia de la desigualdad humana y de sus razones mortíferas. Pero, recordando otra vez a Bauman, “vivir como seres diferentes, en la periferia de los centros de la civilización, permite ver las cosas más claramente”. 

¿Y qué se ve? “Que la gente que se las arregla para mantener su capacidad de acción sin trabas y sin normas, domina a quienes someten con las reglas y las normas. Quienes tienen las manos libres dominan sobre los que tienen las manos atadas. La libertad de los primeros es la causa de la falta de libertad de los segundos”.[2]

Seguramente, esos bañistas tienen las manos libres. 

Estas comparaciones, estos pequeños y tímidos intentos de señalar muestras de realidad comparada, ¿no son dignos de analizar y de ellos sacar algunas enseñanzas?

[1]http://www.dezeen.com/2014/12/18/moshe-safdie-architects-interview-movie-marina-bay-sands-development-singapore/

[2] Zygmunt Bauman, Liquid Modernity, ed. Polity Press, USA, 2012, pág.119.






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