Aprender del “Parque Central”





En Venezuela hay disponibles dos campos de investigación que pueden darnos indicaciones importantes sobre nuestro comportamiento como pueblo. Dos grandes experiencias de las relaciones evolutivas, entre espacio urbano construido y habitantes, que pueden decirnos mucho acerca de la conducta, de la forma de proceder, el modo de obrar, el estilo, la ética de nuestras formas convivencia. Dos episodios urbanos de gran peso en nuestra historia, que por su contenido pueden aportarnos lecciones de mucha trascendencia. Y, por supuesto, a partir de allí, para corregir programas y afinar proyectos que no se estrellen contra la realidad de nuestro comportamiento como clases sociales y, simultáneamente, contra la torpeza y tosquedad cultural del Estado y sus instituciones.

El primero está constituido por ese conjunto de edificaciones que nació con el nombre de “2 de Diciembre” y que todos hoy conocemos con el del “23 de Enero”. 

El segundo, es el del “Parque Central”. Ambos ubicados en la capital, su estudio puede funcionar como resumen condensado, como guía característica del comportamiento generalizado de algunos estratos de la población del país. Se entiende que lo que pretendemos afirmar es que de la relación entre espacio construido y sus habitantes, del uso que estos hacen de él, pueden deducirse interesantísimas lecciones de política, de historia y, sobre todo, de sociología. Aquí, en este país, pero también en todo el planeta, de manera recurrente, en una inmensa cantidad de casos y situaciones, se repite esa relación crítica: espacio construido-habitantes, en cuyo núcleo significativo el espacio modifica el comportamiento y la idiosincrasia de éstos termina modificando el espacio que los contiene. Vieja relación contradictoria, fluida, cambiante, inmensamente útil para entendernos en nuestras raíces humanas, en nuestras recurrentes obsesiones, neurosis, fobias y manías sociales. Así que intentar estudiarlas en nuestros dos casos ejemplares, no es una novedad ni una pretensión inoportuna. 

Comencemos con el “Parque Central” y démosle prioridad a su descripción. Porque con el otro caso, el del “2 de Diciembre-23 de Enero” ya hubo, en efecto, un estudio -año de 1959- que con el nombre de “Proyecto de Evaluación de los Superbloques” y con el propósito de corregir el programa de política pública de vivienda, fue impulsado por el nuevo gobierno democrático de entonces. Existió, pues, por lo menos un estudio formal inicial de las etapas de vida de ese conjunto. De seguro se han hecho análisis e investigaciones posteriores, pero todas ocultas en los archivos de la academia y sin mayores efectos educativos, ni consecuencias duraderas ni en la política de vivienda ni en la conciencia pública de sus valores y defectos. 

Así que concentremos nuestra atención en el caso del “Parque Central”. (Recordemos algunos datos: El proyecto lo presenta al presidente Caldera, Enrique Delfino (empresa DELPRE c.a.) en el 1969. 8 edificios residenciales, 44 pisos, 317 aptos cada uno, dos torres de oficinas, 59 pisos, 1979-83) Es éste un ejemplo realmente extraordinario, una fiel muestra de aplicación de aquellos principios de planificación y de concepción de la ciudad moderna que se difundieron internacionalmente especialmente a partir de la propuesta japonesa de Kenzo Tange y el grupo Metabolismo, y que luego, con diferentes versiones, se convirtieron en una manera sui géneris de cómo debería concebirse la vida en la metrópolis moderna. La gran concentración urbana, tan definitiva como lo ha confirmado la historia, adquiría la imagen de una densidad descomunal, compacta y homogénea, dotada de todos los servicios y de todos los equipamientos necesarios para una vida social y colectiva igualmente moderna. En referencia a ese contexto ideológico y cultural, típico de un capitalismo ya universal y “desarrollado”, como el de Japón, Inglaterra o Alemania, se planteó en Venezuela -es decir, en condiciones de capitalismo atrasado y periférico, dependiente y subdesarrollado- una propuesta análoga en sus términos de diseño urbano y arquitectónico. 

Interesante estudiar su historia: de cómo entonces, en el caldo de cultivo ideológico internacional de los gigantescos centros residenciales -multiservicios metropolitanos, en la Caracas de la década del 70, se organiza un mega negocio inmobiliario, en los aspectos financieros-mercantiles manejado por las empresas de Enrique Delfino, con el apoyo económico y político del gobierno de Caldera, y con los aportes del talento de un grupo de arquitectos, ingenieros y técnicos, capitaneados por Enrique Siso y Daniel Fernández Shaw. Este es el punto de partida, excepcional en el plano dimensional y en el de las ambiciones empresariales. Y el punto de llegada es el conjunto de edificios que conocemos y que todavía resiste desesperadamente a lo embates y erosiones de la vida atribulada de esta ciudad. 

Meta ambicionada de la clase media caraqueña, que encontraba, en ese conjunto, a un costo relativamente accesible, todo lo que correspondía al más alto nivel de vida civilizada, desde los apartamentos, muchos dúplex de diferentes dimensiones, comunicados por corredores internos alfombrados, hasta el aire acondicionado integral y centralizado, la recolección de desechos mediante un gigantesco sistema automatizando, la comunicación entre torres mediante puentes, la superposición conveniente y oportuna de los pisos de estacionamientos, los pisos de circulación peatonal, de comercios, entretenimiento y cultura, las oficinas, las residencias y las escuelas en los últimos niveles. Pocas veces, para esa fecha, se había logrado, como en el “Parque Central” de Caracas, un conjunto de alta densidad, “ciudad dentro de la ciudad”, que hubiese reunido todos los elementos que posibilitan y enriquecen la vida urbana, satisfaciendo de manera unitaria y compacta a todas las aspiraciones y la opciones de vida de un modelo de ciudad a una escala metropolitana absolutamente moderna. Se decía que en el “Parque Central” se podía vivir perfectamente sin salir jamás de él. Una realidad autónoma idealmente completa, desde las escuelas a los restoranes de lujo, de los comercios de todo tipo a los cines, desde los jardines internos (de gran atracción y visibilidad) a la piscina pública cubierta, desde los museos a las oficinas institucionales. 

Pues bien, ¿qué ocurrió después? qué ocurrió para que este conjunto, modelo de ciudad progresista, ejemplo soberano de capacidad constructiva y de audacia financiera y empresarial, muestra aleccionadora de la más moderna forma de vivir en la ciudad, se hundiera paulatinamente en el mayor descalabro, en un triste derrumbe y un feo deterioro, de tal magnitud que ya nadie se atreve a considerarlo como lo que fue, sino, posiblemente, como el mayor ejemplo urbano de acumulación de errores de juicio que pueden cometerse, al equivocarse radicalmente de fines y de medios. Construido sobre la ilusión de que la clase media venezolana estaba lista y preparada para vivir y trabajar en torres y rascacielos, se creó un ambiente de tan alta tecnología y altísimos requerimientos de disciplina de uso y mantenimiento, que el conjunto empezó casi enseguida a desintegrarse. Tal vez lo primero fue la basura: los conductos no podían con los desechos de todas las dimensiones que las señoras de servicio les arrojaban. Luego fueron los sistemas de sellado de las bolsas de basura que dejaron de funcionar. Y luego, todo lo demás, los oscuros estacionamientos vueltos mugre, las alfombras roídas, el aire acondicionado defectuoso y lo peor de todo: la progresiva inutilización de los ascensores, que significó la parálisis de la comunicación vertical. La gente, poco a poco, con típica resignación, se acostumbró a tener que hacer largas colas para subir. Problemas de todo género se fueron superponiendo: a la pasmosa ineficacia administrativa del Centro Simón Bolívar, se unió, con un peso enorme, la irresponsabilidad cívica, la inseguridad, la corrupción, el oportunismo, y la grave falta de higiene. Pero todo se resumió, se asentó y se amplificó en un factor determinante: las familias de clases medias no sabían ni supieron nunca vivir colectivamente en un ambiente con ese carácter y con esos requerimientos. Se estrellaron de frente contra la modernidad importada. 

¿Qué ocurrió? Es imprescindible que nos enteremos de cómo una clase relativamente privilegiada no pudo hacerle frente, en una compleja desarticulación de las relaciones sociales, a la posibilidad de mantenerse viviendo en un conjunto residencial dotado de las mejores condiciones de calidad de vida. ¿Qué pasó ahí? 

¿Será entonces posible que un campo de estudio y análisis, desde una multitud de puntos de vista, tan cercano, tan importante como el Parque Central, no haya sido objeto de investigación por parte de los correspondientes sectores universitarios especializados? Tal como ocurre con los superbloques del “23 de Enero”, tampoco allí se han realizado los estudios que puedan ofrecer lecciones de cuál es el comportamiento social de capas determinantes de nuestra sociedad. Y, sin embargo, no podría haber un terreno de estudio tan cercano, accesible y determinante. Si realmente las facultades o escuela de sociología y antropología de nuestras universidades, comenzando por la UCV, estuvieran involucradas de verdad en el desarrollo del país y estuvieran interesadas en analizar y descubrir los parámetros de nuestro comportamiento como pueblo, centenares de análisis se hubieran sucedido o se estuvieran celebrando en un tema tan crítico y evidente, tan dramático, cuantitativa y cualitativamente, como el Parque Central. Casi tan dramático como la historia y el deterioro del Parque Central es la ausencia de investigación sociológica. Se ofrece allí, un enorme campo de trabajo para analistas, sociólogos, antropólogos, historiadores, politólogos, pero también, como no, ingenieros y sobre todo arquitectos. Nada de eso se ha hecho. Desinterés total. Ni el Estado, desde su fuerza económica y política, ha solicitado a la UCV, por ejemplo -en lugar de mantener un torpe acoso político- que emprendiese una investigación compartida y exhaustiva de lo ocurrido con el conjunto del Parque Central. No se diga que tales estudios se han realizado pero que, lamentablemente, no han tenido circulación y difusión pública. Si se han hecho, y ello es posible, están escondidos y enterrados y en los archivos de las bibliotecas, cuando deberían, bien editados y documentados, ser parte de los debates acerca de las políticas públicas de vivienda. Y el Estado, o en todo caso, las instituciones que, por él, debían encargarse del funcionamiento del conjunto, también han sido demasiado ineficientes en la administración y el mantenimiento. Triste constatación: irresponsabilidades desde abajo y desde arriba. Simétricas y coincidentes. Clase media desarticulada y Estado inepto. Demasiadas lecciones pueden extraerse de su historia, de sus causas y origen, de las características de su proyecto inicial, de las causas de su progresivo desmoronamiento, de las razones del deterioro de sus altas tecnologías, de por qué esta “ciudad dentro de la ciudad” ha perdido la oportunidad de desarrollarse y mantenerse como faro de un proyecto de alta densidad y excelencia de equipamiento, hasta convertirse, en la actualidad, en un centro peligroso de vida colectiva mal llevada y en un modelo urbano por antonomasia, que es rechazado unánimemente por la sociedad. 

De la belleza y audacia casi milagrosa de la propuesta inicial, hasta el deplorable derrumbe de la realidad actual. Qué ha ocurrido? Si hay culpas ¿quiénes cargan con ellas? ¿Quiénes son los culpables? ¿O no hay culpas, sino la enésima ratificación vivencial de los mecanismos sociales y culturales de nuestras manchas tropicales y subdesarrolladas? ¿Se trata de un tema sin interés?

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