El regreso de las residencias comunales


PLP Arquitecture, Stratford, Londres



“!Los residentes del edifico tendrán tantos servicios y equipamientos que no querrán nunca salir de él! Así se expresan los constructores de una de las muchas iniciativas residenciales que, incluyendo los Estados Unidos, Inglaterra, Corea del Sur, Holanda y Francia, se están regando por el mundo industrializado. (Dezeen 5 abril 2015, 17 noviembre 2015, 28 abril 2016). Curiosamente, eso mismo era lo que se decía inicialmente -lo comentábamos la semana pasada- acerca del conjunto residencial del Parque Central de Caracas. Una ola de proyectos de edificios colectivos o “comunales”, para jóvenes y no tan jóvenes, pero todos de clase media y con trabajo, se está repitiendo, con similares características, en las metrópolis desarrolladas. Inversionistas y arquitectos, asociaciones y empresas con interés social, (CoWork, WeWork, WeLive), están redescubriendo los esquemas de vivienda compartida que inventaron los utopistas franceses e ingleses en el siglo XVIII. Insólita evolución histórica que, sin tocar otros aspectos, confirma el sentido sano y beneficioso de un tipo de residencia urbana que subraya la importancia del compartir, contribuir, asociarse, bajo el signo de la participación, que justamente puede ofrecer la tipología de la vivienda colectiva. 

Los edificios que ya están en uso o los que se están construyendo siguen todos la misma filosofía, que se ha dado en llamar “coliving”. Se reduce a un mínimo razonable la superficie de cada una de las unidades residenciales individuales y en cambio se multiplican las oportunidades de vida compartida con restaurantes, bibliotecas, jardines, gimnasios, escuelas maternales, cines, talleres, salas de juego, fiestas y entretenimiento, y en algunos, también excelentes cocinas y baños comunes. Nada nuevo. Revisen las propuestas utopistas de Owen, de Cabet, de Fourier, y se hallaran frente a los mismos propósitos y a las mismas líneas generales de diseño. Pero, más aún y más cerca de nosotros, los soviéticos de 1930, Le Corbusier con sus “Unidades Residenciales” de 1951, y Jean Renaudie con sus “estrellas” de 1970, no querían plantear algo muy distinto. Los ecos, las influencias poderosas de esa ideología arquitectónica y urbana llegó hasta nosotros como lo atestigua, sobre todo, el intento del conjunto “Cerro Grande” de Guido Bermúdez. 

Pues bien, las diferencias de aquello, con las soluciones y propuestas de ahora, estriban en que, dentro del caos urbano postmoderno, dentro -y en rechazo- de esa realidad líquida actual que describe con eficacia Zygmunt Bauman, se ha creado, diremos, un nicho de necesidades sociales, de búsqueda de serenidad compartida, de mayor eficiencia económica, originada en la clase media urbana, estímulos que en definitiva convergen en un propósito de convivencia con un amplio sentido humanista. No son pensadores, políticos o arquitectos que individualmente inventan propuestas. Ahora es la clase media europea, norteamericana o coreana, la que busca -especialmente para sus sectores más perjudicados por la violencia visual, por la agresión del roce social y la ineficiencia dolorosa de los servicios, por la inútil repetición de la monótona rutina diaria, por una vivencia enmarcada por una soledad individualista asesina- una realidad arquitectónica que valorice otros aspectos positivos e indispensables de la vida comunal. Precisamente los que auspician una vida más sociable, más alegre, menos estresante y más inteligente. Los arquitectos y los promotores simplemente resumen y tratan de precisar con sus diseños lo que espontáneamente se está formando en muchos núcleos de residencias estudiantiles o de apartamentos de usos compartidos en los centros de las grandes ciudades. 

Podrá haber toda clase de críticas al desarrollo formal de los proyectos publicados, podrían sugerirse muchas otras formas de plantearlos, pero hay que reconocer que este regreso a la multiplicidad de opciones que debe y puede tener la residencia humana en su escala urbana, abre la conciencia (y la esperanza) de la necesidad de revisar a fondo las formas, modalidades y circunstancias con las cuales se maneja tradicionalmente el tema de la vivienda. 

¿Que estos son problemas de clase media? ¿Que con ello no se plantean soluciones para las grandes masas proletarias? No es cierto: las clases medias tienen un peso político y cultural, tal vez desproporcionado con su consistencia numérica, es verdad. Pero no es posible negar que siguen siendo un terreno formidable de creación y de ensayo. Por otra parte, la vida social no procede por compartimientos estancos. Y los campos de experimentación son múltiples e inesperadas sus repercusiones. 

Así, como sea, los ensayos que se están planteando en el mundo, de vivir de otra manera, clase media o no, con sus defectos, sobradamente conocidos y con su intermitente presencia y carencia de virtudes, merecen que los sigamos con atención. En ello hay mucho de que aprender. 

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