Construir ¿Y para quién?


La urbanización "2 de diciembre", hoy "23 de enero", ejemplo clásico de lo que fue el resultado de un proyecto de país.



La historia republicana de nuestro país parece sintetizarse en el permanente conflicto entre los grupos tradicionales de poder oligárquico, concentrados en apoderarse de los recursos del país, en ejercicio absoluto de su egoísmo individual y de clase[1], y segmentos y categorías de los sectores medios que han pretendido darle una mejor racionalidad al proceso productivo. Una batalla permanente entre quienes, gracias al poder político que manejan y ejercen, han exprimido para su beneficio la riqueza petrolera, y quienes, sin poner en duda la legitimidad del sistema, han tratado de darle un mínimo de lógica y racionalidad distributiva a la economía venezolana. Para sintetizar, las diferencias entre quien, como Malaussena, que le decía a Carlos Raúl Villanueva, “No te preocupe tanto, chico, que este no es sino un país de negros”, y quien, como Pérez Alfonso, que hablaba del petróleo “excremento del diablo”. En dos frases, es abismal todo el denso contenido ideológico que las contrapone. 

Dentro de este paisaje tiene y ha tenido un papel muy singular y determinante el estamento o estructura militar. Sin olvidar a los próceres militares independentistas, ni a un personaje tan peculiar como Juan Vicente Gómez, el grupo de militares, por ejemplo, que rodearon y acompañaron a Pérez-Jiménez, (que de la cadena Gómez-Medina-Delgado Chalbaud-Pérez-Jiménez-Chávez, es el que más se destaca por su claridad de composición hasta constituir un modelo clásico) con su “nuevo ideal nacional”, representan un capítulo de enorme importancia, de cuyos ideales e iniciativas prácticas, que llevó como emblema un proyecto de país, puede deducirse toda una secuencia de programas de trabajo político. 

En ellos el aspecto determinante es “construir”, el Verbo primordial de la acción típicamente humana. Construir es proyectar y realizar. Es fraguar físicamente políticas y programas. Es demostrar con hechos incontrovertibles. Es sellar recuerdos y formas de vida social. Muy bien lo sabia Rómulo Betancourt cuando se oponía a la “política del concreto armado” de Pérez Jiménez. Así, pues, construir el país es para que lo que produce y su población puedan circular, distribuirse, repartirse, reproducirse, con un mínimo de racionalidad. No hay que olvidar que el capitalismo, aún el más periférico, no se ahoga en su egoísmo hasta el punto de llegar a la estupidez de suicidarse en el agobio de la irracionalidad. Para que el mecanismo económico funcione es imprescindible que el volumen de pobres no sea excesivo (los pobres no compran). Es necesario que las autopistas permitan el movimiento de las personas y de las mercancías. Es indispensable que haya agua potable y luz, que las ciudades permitan las transacciones e inversiones inmobiliarias, y, sobre todo, que faciliten los espacios convenientes para comodidad de los ricos. Es así que aparecerán los Country Club, los aeropuertos, los hoteles de lujo y los cafés de Sabana Grande. Y también, por supuesto, las represas hidroeléctricas y la industria siderúrgica. Para Pérez-Jiménez construir es “sanear” y organizar todo el país. Se construye, más y mejor, para que el país funcione. 

Para ello había que establecer dos condiciones: una, un gobierno fuerte que sabe lo que hay que hacer (el proyecto de país) y que desde arriba, desde su situación de poder, define la ruta a seguir. Dos, un pueblo masificado al cual se le trata como lo que suponen que es, un conjunto indisciplinados de seres irresponsables e inmaduros al cual hay que conducir hacia el bien. Nada son tan definitivas y tajantes, en su retórica de dueños del poder y de la verdad, como las proclamas del régimen pérez-jimenista. El mecanismo político necesario era por lo tanto la dictadura. Una dictadura que hace de todo para lucir generosa e iluminada, pero que también es perversa e implacable cuando le hace falta. Los presos y las torturas de Guasina y el esplendor de la Ciudad Universitaria son los polos opuestos que caracterizan la situación. Por supuesto, las críticas y las dudas son innecesarias, son obstáculos y por lo tanto se eliminan. 

Pero dentro de esta dolorosa y complicada escenografía político-cultural, que tiene una lógica propia, resalta y se destaca el trazado ideológico fundamental, el del acercamiento a la modernidad. Irónicamente, la hipócrita metáfora del “nation building”, se trueca, para nosotros, en la acción física del construir infraestructura. En la construcción y reconstrucción del país, en sus ciudades, urbanizaciones, puertos, fabricas, autopistas, se concreta y simboliza el acto superior de hacer patria, de hacer nación. Y, esto es esencial, son sobre todo militares, con su proyecto de país, quienes deciden que hay que ponerle coto al descuadre “civil” improductivo y contraproducente, de la pobreza dominante y del caos administrativo, que contrastan con un territorio dotado de un potencial de enormes riquezas. 

De todo ello, que es una región de infinita disponibilidad para el análisis sociológico, se desprende esta peculiar condición bipolar: por un lado, la búsqueda de racionalidad social, (que puede ser progre o conservadora) como aparente prerrogativa del sector militar[2] -derivada, posiblemente, de la superioridad de los saberes individuales y colectivos, (es evidente que para manejar tanques, barcos y aviones modernos es indispensable tener una visión de conjunto y un mínimo o un máximo de conocimientos)- que contrasta con la búsqueda ciega, terca e irresponsable del beneficio exclusivamente personal de la “burguesía nacional”, y por el otro, el ejercicio del “construir” como eje y modalidad clave del “desarrollo”. 

Construir, por lo tanto, en un país como el nuestro, es la acción política por excelencia, la máxima expresión en su forma política y física de administrar los recursos públicos. Puede que algo parecido ocurra también en China o en Kazajstán, pero no así en el viejo Occidente, donde se ha privilegiado sobre todo la acción política e ideológica de organizar socialmente, de legislar y administrar. Se deriva de todo ello que los arquitectos y todos los técnicos del construir, los que mejor deben saber como hacerlo, también deberían tener un papel fundamental y más decisorio en los programas políticos, (lo cual implica un nivel muy alto de su sentido de responsabilidad). Y el Estado debería poner un gran cuidado en emplear a fondo sus conocimientos y en aprovecharlos en gran escala. 

¿Ocurre realmente así? 

Construir. ¿Y para quién? Ésta sigue siendo una reflexión urgente.

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[1] Es bueno acudir a ese libro excepcional de Domingo Alberto Rangel, La Oligarquía del Dinero, en el cual se sintetizan los mecanismos de poder y de apropiación de la riqueza pública que han caracterizado a la Venezuela moderna.

[2] Esto contrasta con la visión tradicional del militar “bruto”, coherente con nuestra larga  historia de montoneras y caudillos rurales. Pero es que el mundo ha evolucionado y el nuestro también. Un piloto de F16 no responde al mismo patrón del militar tradicional tercermundista.

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